Algunos optimistas han canonizado la globalización, hablan de sus virtudes y consideran este período como el más excelso de la historia de la humanidad. Es un discurso. Los hechos indican otra cosa: el sistema económico construido en la era poscapitalista es inhumano y nos lleva hacia la muerte. De eso se trata las protestas en Inglaterra, Israel, España y muy pronto en otros lugares del mundo.
No es que los que protestan en diferentes ciudades de Inglaterra no tengan cerebro y sean vándalos, como sugirió David Lammy, diputado laborista inglés, sino una expresión del malestar que viven los ciudadanos al evidenciar las injusticias de un sistema construido a la medida de los poderosos y magnates del planeta global que sojuzga a la mayoría.
La humanidad está de cabeza y apenas se enteran los políticos que nos gobiernan. Estados Unidos está en crisis y es víctima de su propio modelo que desprotege a las minorías y permite el enriquecimiento de pocos. Porque, ¿cómo interpretar los salarios de lujo de algunos de sus ejecutivos financieros (especuladores de Wall Street, por ejemplo) que ascienden en ocasiones hasta los 24 millones de dólares al año? Es una ofensa contra los innumerables pobres que pululan por las calles y viven en la desesperanza.
En la misma injusticia viven también los ciudadanos de Israel que no han parpadeado para salir de sus casas y protestar por las políticas flojas y permisivas a favor de los ricos del gobierno de Benjamín Netanyahu. No son pocos los manifestantes judíos enardecidos, algunos periódicos hablan de más de 300 mil, quienes quieren que sus políticos actúen de verdad y comiencen a preocuparse por la situación de los obreros y clase media de ese país.
No nos engañemos ni bailemos la danza de quienes manejan el cotarro a través del cine, la radio, la televisión y la cultura en general: el sistema en el que vive hoy la humanidad está podrido y su corazón está próximo a colapsar. La bomba estallará pronto y los damnificados seremos legión. Nadie está seguro, ni los Estados Unidos, ni China, ni la Comunidad Económica Europea, ninguno. Todos vemos venir la ola, pero no hallamos qué hacer.
Italia misma se hunde en la desesperanza y la que se dice ser la tercera economía más fuerte de Europa, tiembla y pide ayuda a los bancos de ese continente. Así vemos apurados a Angela Merkel, Nicolas Sarkozy y Barack Obama urgiendo reuniones para darle una salida al desplome económico. Hay un desmoronamiento que no ha requerido ni de revoluciones ni de luchas intestinas de clases, sino del desarrollo progresivo de su propio suicidio instaurado en sus células cancerosas.
No es pesimismo ni ganas de amargar la fiesta, también la globalización ha traído bienestar, pero sopesando los hechos ha sido más el perjuicio que los beneficios. Tenemos una tarea pendiente: la construcción de un paradigma más humano fundado quizá en la preocupación por el bienestar de todos y no sólo de algunos afortunados o vivos, esos que ahora tienen en crisis al planeta y sus habitantes.