Generalmente, cuando un crítico dice de un pintor que éste tiene un gran dominio de la técnica se refiere a que maneja con solvencia o virtuosismo una pequeña parcela del oficio y que la aplica con más o menos fortuna a la corriente estilística en la que se inscribe su obra.
Sin embargo, cuando se dice eso mismo de í“scar Ramírez debe entenderse que su conocimiento y su manejo de diversas técnicas y materiales no sólo son «enciclopédicos» sino que también los sabe aplicar a las infinitas ramificaciones estilísticas que van desde el realismo y el figurativismo hasta la abstracción y el informalismo expresivo. Y es que, en cierto sentido, su saber técnico es similar al de un restaurador erudito y diestro que sabe descifrar procedimientos olvidados y devolverles su antigua frescura.
Su profundo conocimiento del oficio tiene, pues, un gran peso en la configuración de su obra personal que, entre el abanico de posibilidades que le abre, se inclina, sin embargo, por lo abstracto geométrico (que desarrolla con un rigor formal coherente y un cromatismo terráqueo y fulgurante, no exento de lirismo) y, últimamente, por el informalismo expresivo en el que aparentemente se desinhibe de las limitaciones del diseño formal para dejar al desnudo un explosivo universo emocional en trance de expansión caótica.
Evidentemente, entre la abstracción geométrica y el informalismo expresivo, extremos entre los que oscila su obra, hay algo más que una contradicción lógica o estilística que, en su caso, únicamente se concilia en ese profundo conocimiento y dominio de la técnica y en una aguzada sensibilidad frente a los efectos del color, la forma, la textura, la línea, la mancha, el accidente, etc., y que él dosifica con la sabiduría de un verdadero ilusionista (recuérdese aquí a Picasso: «El arte es una mentira que nos ayuda a ver la verdad»).
es que, dueño como es de una cultura visual y técnica excepcional y hasta excesiva (que pesa), su obra, en el fondo, surge como una síntesis racional de las formas y del clima emocional del ambiente, trasladada (pre)meditadamente al lienzo, incluyendo las dosis de espontaneidad explosiva, de sutiliza lírica y de libertad imaginativa. Su sensibilidad cede, finalmente, a los dictados de una racionalidad estética que se mueve siempre dentro de una significatividad abierta y accesible que facilita al espectador su reconocimiento dentro de unas formas que, de un modo oscuro y subterráneo, le resultan familiares.
En sin duda el peso del oficio y la fineza de su sensibilidad lo que le da a su obra cierto carácter de construcción, o mejor dicho de respuesta a preguntas informuladas pero latentes en el subconsciente de un espectador necesitado de certidumbres y que, frente a su obra, observándola, realiza aquella anticipación de sentido para captar íntegramente lo que la obra le dice.
Queda por definir qué es lo que realmente dice la obra de í“scar Ramírez. Pese a su carácter de síntesis y de meditada dosificación expresiva, queda siempre alrededor de lo expresado un amplio espacio donde resuena lo indeterminado de un decir y que es propiamente el ser del artista, su estilo profundo comprometido con la forma de decir las cosas y que, en su caso, resulta difícil de separar de lo deliberadamente expresado. ¿Será, quizás, esa necesidad siempre insatisfecha de certidumbres existenciales lo que lo hace aferrarse a los secretos del oficio y a sintetizar en su obra las grandes formas y las grandes emociones de nuestra sociedad actual?
Juan B. Juárez
Crítico de arte