Al darle una ojeada (¿u hojeada?) al libro Horrores Idiomáticos y algo más, con el antetítulo «Asesinos del idioma», de la escritora María del Rosario Molina, me encuentro con la agradable sorpresa de que una duda que le planteé a la autora hace más de 10 años, sirvió para que algunos periodistas, columnistas -que no siempre son la misma cosa- y profesionales egresados de la Universidad de San Carlos de Guatemala denominaran apropiadamente a esa casa de estudios superiores.
eduardo@villatoro.com
Al darle una ojeada (¿u hojeada?) al libro Horrores Idiomáticos y algo más, con el antetítulo «Asesinos del idioma», de la escritora María del Rosario Molina, me encuentro con la agradable sorpresa de que una duda que le planteé a la autora hace más de 10 años, sirvió para que algunos periodistas, columnistas -que no siempre son la misma cosa- y profesionales egresados de la Universidad de San Carlos de Guatemala denominaran apropiadamente a esa casa de estudios superiores.
En la página 513 de ese voluminoso e ilustrativo libro, María del Rosario, cuya belleza juvenil se resiste a decaer con el paso de los años, indica que «ya hace varios años, en 1996, el periodista Eduardo Villatoro me sugirió que escribiera respecto del error que cometen quienes llaman «carolingia» a la Universidad de San Carlos de Guatemala.
«Con el título de «Conspicua Carolina Universidad» escribí un artículo, más por complacer a Eduardo que por corregir el error, pues ya sabía que las más de las veces tratar de enmendar yerros arraigados equivale a «arar en el mar». Y así fue. Constantemente sigo leyendo el adjetivo «carolingia» aplicado a la universidad carolina, cuyo escudo incluye el término en el lema «Carolina Academia Coactemalensis Inter Caeteras Orbis Conspicua (Academia carolina guatemalense, ilustre entre las demás del orbe). Cuándo comenzó la equivocación, es cosa que ignoro. Sólo sé que viene de hace mucho tiempo y se lee y escucha en los escritos y el habla de guatemaltecos letrados.
«A los pocos días de publicada mi columna, en la que hacía ver la gran diferencia entre «carolingia» y «carolina», don Carlos E. Pral. Redondo tuvo la gentileza de mandarme su interesante y bien documentado estudio titulado El Escudo de Armas de la Universidad de San Carlos de Guatemala, editado en 1995, en el que se refiere a la mencionada confusión. Pero, de lo dicho por don Carlos, el licenciado Villatoro y mi persona, respaldados los tres por la DRAE y por cuanto diccionario y enciclopedia existe, hicieron caso omiso, o no lo leyeron, muchos escritores, columnistas, periodistas, conferencistas e incluso catedráticos de la USAC, por lo que el error persiste, cada vez más extendido».
Sirva la anterior y extensa disgregación, para referirme al libro de la licenciada María del Rosario Molina, y para que sirva de ejemplo de lo que se puede encontrar en el volumen, que, sin alardes de ninguna especie, la autora lo ofrece como una contribución para todos los guatemaltecos, tomando en consideración que es una colección de sus habituales artículos que semanalmente publica en Prensas Libre, y que, como su nombre lo indica, anota los más comunes y a veces hasta singulares errores que se cometen en el decir y el escribir, aunque la autora nunca lo hace con el ánimo de menoscabar la dignidad del periodista, el escritor, el columnista o el conferencista que comete los errores, ni con el afán de hacer gala de sapiencia.
Originalmente, el acto académico durante el cual se presentaría el ameno libro de María del Rosario estaba programado para el pasado lunes 18; pero por el doloroso fallecimiento de su amado esposo, don Roberto Herrera Porras, acaecido el jueves 14, ya no se realizó la ceremonia, pospuesta para una fecha que ignoro.
Lo que sí presumo es que, no obstante su íntimo pesar, la licenciada Molina de Porras disfrutará de la presencia de numeroso público, entre novelistas, poetas, cuentistas, pintores, académicos y muchos de sus lectores aparentemente ajenos a la actividad intelectual, porque, para decirlo en palabras de Gerardo Guinea Diez, es indudable que María del Rosario es fiel con una de sus mejores pasiones: el idioma-
No podía ser de otra manera, ella es hija, nieta y sobrina de miembros de la Academia Guatemalteca de la Lengua, correspondiente a la Española, y a causa de sus orígenes muy pronto se aficionó a la gramática y a la literatura e incursionó desde los cuatro años de edad en la biblioteca de su padre. Su profesor de gramática, don Orlando Falla Lacayo, la inclinó al análisis morfosintáctico, paso imprescindible para dominar cualquier idioma, lo que contribuyó para que aprendiera francés, inglés e italiano.
Al presentar el libro, Gerardo Guinea Diez asegura que cuando el lector se acerque a estas 500 columnas, quizá comprenda que la autora no hace más que «quemar sus ojos en la luz de la lámpara», parafraseando a Ricardo Piglia, quien tanto gusta de la metáfora del «último lector». Y eso es, precisamente, María del Rosario, la lectora atenta, la que indica, que señala, que marca las diferencias los horrores y errores del idioma. Y lo hace con ese espíritu que señala ílex Grijelmo cuando enumera los genios del idioma. Es decir, el idioma ordenado, melancólico, analógico, lento, preciso.
De esa cuenta -puntualiza Guinea-, la autora guarda esa fidelidad como quien guarda la solidez y cierta integridad de su ser mismo, y por eso en este libro caben aquellas palabras de María Zambrano:
Es una obra dedicada al lector que desee descubrir el «oráculo de Horrores idiomáticos» y encuentre la sabiduría de las palabras, del idioma, de nosotros mismos, o, dicho de otro modo, en palabras de Heráclito: