Democracia desde el indí­gena y desde el ladino


El indí­gena, que generalmente es el que está sumido en cuadros de pobreza y pobreza extrema, tiene que vencer barreras de tipo institucional para mejorar su participación electoral.

Julio Donis

La democracia como sistema polí­tico se desarrolla en este paí­s en medio de dos realidades, pobreza y racismo, mismas que zanjan el camino para el que tiene que sobrevivir literalmente, y para el que es discriminado por ser diferente. Ambos componentes generan dí­a tras dí­a una brecha que se abre inexorablemente, entre lo que siente el pobre y el indí­gena, y la aspiración de la democracia como sistema de valores que permea la sociedad en su conjunto. A esto hay que agregar que tanto pobres como indí­genas deben, además, hacer efectiva la democracia en términos de sus reglas así­ como de sus instituciones, para que la representatividad de dicho sistema les favorezca en algo. (Esto se aplica para todos en este paí­s).


Eso significa que el trayecto pasa por sortear las imperfecciones o los vicios tales como los cacicazgos del liderazgo sobre todo local, la mercantilización de las campañas electorales, el clientelismo polí­tico, los grupos clandestinos y los poderes invisibles que presionan o inducen de diversas formas el voto. En este escenario, una democracia como sistema polí­tico que conduzca las relaciones polí­ticas de una sociedad, se vuelve una ficción o una aspiración difí­cil de alcanzar o de creer.

Para el ladino

La democracia del ladino, es desde una condición de poder socialmente construida a lo largo del tiempo va por decirlo así­, desde arriba hacia abajo, hacia los que «necesitan ser gobernados». Utilizando una analogí­a a partir de Schumpeteer, en su idea de que la democracia es de un sector hegemónico, que la reduce a un mero procedimiento para elegir a quiénes de los de arriba, deben gobernar a los de abajo. El ladino tiene en el pensamiento que la polí­tica es de polí­ticos profesionales, en una concepción elitista. En palabras de Carlos Figueroa una concepción «demofóbica» a partir de la cual el pueblo no tiene capacidades para gobernar sino para votar.

Para el indí­gena

Por el contrario para el indí­gena, que generalmente es el que presenta más condiciones de vulnerabilidad material que lo sumen en cuadros de pobreza y pobreza extrema, la democracia es un trayecto escabroso y no necesariamente hacia arriba, porque para ello debe asumirla como suya y viceversa. El sistema polí­tico debe ofrecer respuestas a dilemas como el de un Estado monocultural en medio de una realidad de diversidad cultural desbordante.

El ladino también sortea las imperfecciones de la democracia pero se sitúa más adelante en el camino, ventaja que le permite ser ciudadano sin la necesidad de ser aceptado; son otras las barreras que debe librar. El indí­gena debe empezar por pelear su inclusión en una sociedad que es profundamente racista y un Estado históricamente excluyente.

No es extraño sobre este panorama, que porcentajes significativos de abstención en el ejercicio del voto del indí­gena, sean más bien expresiones de rechazo o de poca credibilidad en un sistema que no los ha incluido. Vencer barreras de tipo institucional para mejorar la participación electoral de indí­genas, no necesariamente llevarán a mejorar dicha condición, ¿si no me siento incluido por qué voy a participar?

Limitantes institucionales

Un estudio preliminar que la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales presenta este dí­a, sobre las barreras de la participación polí­tica, apunta que las principales limitantes son institucionales. Efectivamente hay evidencia que lo demuestra; para mencionar algunas, aún hay saldos importantes en la cedulación de las personas, la información electoral es presentada sobre todo en español olvidando que hay varios idiomas indí­genas. Sin embargo voy más allá de las barreras y propongo que la reflexión sea como apuntaba al principio, vista y cuestionada desde el sujeto, desde el indí­gena hacia el modelo. Es lógico que una democracia que excluye imponga barreras.

Si la construcción social del paí­s ha estado conducida por un estado ausente, discriminador, represivo, asimilacionista, la noción de democracia para el indí­gena, es aquel juego de reglas que han «permitido» todo aquello, menos el desarrollo de condiciones más equitativas y de reconocimiento en tanto grupo étnicamente diferente.

La reflexión es de fondo porque dicha democracia se ha desarrollado entonces aún y a costa de los indí­genas, se ha desarrollado desde lo urbano, desde la capital, desde la visión ladina, en un afán sutilmente excluyente, que crea toda una institucionalidad para la «problemática indí­gena».

El efecto puede ser perverso si asumimos la propuesta de Boaventura de Sousa Santos al indicar que contrario censo, esta democracia «desdemocratiza».

«No es extraño que porcentajes significativos de abstención en el ejercicio del voto del indí­gena, sean más bien expresiones de rechazo o de poca credibilidad en un sistema que no los ha incluido».

Julio Donis.