La masificación del consumo y la uniformización de los gustos, hicieron creer al individuo que era exclusivo porque adquiría una mercancía supuestamente excepcional, pero la trampa que fue finamente diseñada por mercadólogos, fue simple, lo mismo para todos pero para diferentes bolsillos. Ese moldeo de la aspiración por el tener, irrumpió como ola que se desplazaba lentamente por más allá de la costa de la razón hasta inundar las conciencias de todos.
Aquella falsa aspiración también hizo imponer una sensación de velocidad sobre una supuesta sensación de desarrollo, se pensaba que había más progreso por el hecho de ver al alcance una gama enorme de mercancías, o por el hecho de tener más centros comerciales. Es difícil resistirse al vaivén del oleaje del mar, no se puede detener una dimensión colosal que se impone, pero sí se puede evitar ser tragado por las olas y se puede nadar, de tal forma que estar en contra de la globalización es tan torpe y sin sentido como plantarse frente al océano y pretender no ser engullido. La condición posmoderna es pues una noción que se impone más allá de nuestros deseos y sentidos, la clave es distinguir entre los mares. El afán pues ha sido crear actitudes ilusoriamente exclusivas cuando en realidad son actos masificadores, y en este sentido el desarrollo de la tecnología especialmente en comunicación, ha proveído en los últimos treinta años el vehículo para recorrer a mayor rapidez por las carreteras del consumo. Si bien el internet ha significado la posibilidad casi ilimitada de tener a través de un click, información en cúmulos, eso no significa que hoy seamos seres más informados que hace tres décadas; no es la cantidad de información que está al alcance, sino la manera en que interactuamos con la posibilidad de acceder a un sinfín de conocimientos. Hoy se ve más que se lee, se absorben más imágenes que palabras leídas; la cultura letrada es la que está en peligro y lo que se impone es la cultura de la imagen. Una enarbolada frase, producto de la maquinaria mercadológica sintetiza esa forma de consumir: “una imagen vale más que mil palabrasâ€. En realidad la absorción de una imagen estimula directamente el cerebro si pasa por la razón, en cambio la palabra es en sí mismo un acto de cognición a partir de la deconstrucción del concepto, para identificar a sus contradicciones o sus ambigí¼edades. Una locutora en una radio local promueve las bondades del internet rememorando que antes, para un estudiante, hacer una tarea significaba ir a la biblioteca, buscar horas en distintas fuentes bibliográficas para construir finalmente una argumentación de lo que mientras que hoy se “guglea†y en un instante la tarea está hecha. La relación con los medios y los nuevos medios de comunicación determinará, en mi opinión, la manera en la que el ser humano razona y crea su propia historia, así como la cultura y la civilización misma. Accedemos a más imágenes e información a través de un sinfín de artilugios, pero eso no nos ha hecho seres más críticos, al contrario, es común hoy día que la concentración en la lectura se disipe rápidamente después de un par de páginas de lectura; es común que una pareja pase con la cabeza agachada interactuando con su BlackBerry o con su iPhone, enviando textos entrecortados que asemejan un nuevo lenguaje; y que al final del encuentro cada uno se diga, ¿qué me decías? La última encuesta de DOSES sobre medios indica que el espacio que ocupa facebook o twitter en la vida de los guatemaltecos aún no le quita la hegemonía a la imagen televisada, principal medio de información de los guatemaltecos, aunque el mercado tarde o temprano se encargará de nivelar esa realidad, ya somos el país en la región que más celulares consume; un tal John Hoffman lo predice con palabras de mercader: “el teléfono móvil es el Sol de un sistema que cada vez tiene más planetasâ€. Asistimos pues a la posibilidad casi inexorable de convertirnos en seres iletrados de no razonar que la transformación mundial de la información está apenas empezando y que una de sus formas de expansión es facilitarnos la percepción de la realidad a través de imágenes fragmentadas y no como un proceso continuo.