Julio Donis
Cada gobierno que ha asumido la conducción del Estado desde 1986, ha implementado su fórmula particular o por lo menos ha tenido la aspiración política de ejercicios de diálogo, como mecanismo para obtener consenso político, o alguna legitimidad para las políticas públicas que impulsa.
Implementar procesos de este tipo tendría un efecto al final de mayor gobernabilidad en la dinámica política en que se ven inmersos distintos actores.
En la historia
Desde la administración del ex presidente Cerezo hasta el presidente actual ílvaro Colom, se lanzaron diversas iniciativas de diálogo con nombres que han buscado ser lo más inocuo posible pero a la vez que inviten y generen confianza en el mismo. De tal manera que tuvimos la Concertación Social, el Pacto Social, los Encuentros de Actualización, las Mesas de Diálogo Intersectorial y Diálogo Nacional, como los más grandes.
Además ha habido otras iniciativas que no necesariamente han sido lideradas por el gobierno central, pero que si han tenido grandes despliegues metodológicos y organizacionales aunque no precisamente de eficacia política. Aquí destacan la experiencia de la Comisión Nacional de Reconciliación, que se derivó de los Acuerdos de Esquipulas; la iniciativa Visión Guatemala, el llamado Plan Visión de País, la Agenda Nacional Compartida y sus versiones del Foro Permanente de Partidos Políticos; el Foro Guatemala, y este año los ejercicios relacionados con la implementación en Guatemala del Foro Social Mundial, hasta iniciativas Light y soñadoras como Guatemímala.
Estos esfuerzos han tenido la intermediación del Gobierno como facilitador y sistematizador; sin embargo el desarrollo de los mismos identificó que los representantes del Estado debían ser también actores y sujetos del ejercicio; fue entonces cuando se empezó a encomendar la tarea a actores externos, tanto nacionales como internacionales. Entraron en escena entidades como CECI de la cooperación canadiense, la Fundación Soros, el PNUD que puso en marcha la maquinaria del llamado Diálogo Democrático, la OEA con el Programa PROPAZ; en el caso de nacionales, ASIES, el Programa INTRAPAZ de la Universidad Rafael Landívar, la Iglesia tanto la católica como ahora la evangélica, el CACIF mismo y muchas instituciones más, en fin hemos tenido un par de décadas de diálogos, mesas, foros.
Diversa metodología
Para el desarrollo de estos ejercicios, se ha implementado de todo, desde la esquemática escuela de Harvard para la negociación, pasando por el diseño de escenarios, la afinada y sistematizada del diálogo democrático, el de las mesas sectoriales, hasta la escuela de liderazgo motivacional que alude al cambio de actitud como la clave para las transformaciones estructurales.
Temas
Percibo que se ha cubierto todo; lo agrario, educación, seguridad, el tema tributario y fiscal, diversidad y pueblos indígenas, ciudadanía, salud, sistema político, paz, el papel de los partidos políticos, ambiente, derechos humanos, justicia, empleo, vivienda, corrupción, etc. Salvo en la experiencia de la Agenda Nacional Compartida que se toca superficialmente y en los Acuerdos de Paz, el tema que ha quedado relegado es para mi el de mayor relevancia, el tipo de Estado ¿qué requiere la sociedad guatemalteca; uno pequeño; uno subsidiario; uno que favorezca al mercado; uno social; uno de bienestar o un Estado regulador e inversor; o uno democrático?
Vale la pena mencionar que varios de estos ejercicios de diálogo han tenido además la figura de los «garantes», que generalmente han sido un grupo de «notables» ciudadanos. El objetivo en este caso ha sido crear confianza entre los actores invitados al ejercicio, para que el ambiente sea lo más provechoso y exitoso posible. En la práctica, la desconfianza ha reinado tanto en los que invitan al diálogo como en los garantes del mismo.
Balance
El recuento de estas iniciativas llenaría varios metros en volumen, de cientos de acuerdos desarrollados en miles de documentos. La efectividad de los diálogos ha descuidado tanto el proceso como el método. Como balance se puede resumir: la mayoría han sido inclusivos y participativos, pero se alega la representatividad con que se acude a estos espacios; lo anterior ha limitado la inclusión de todas las necesidades desde todos los sectores. Por otro lado, ha mejorado en cierta forma la percepción de los actores que interactúan, es decir, el nivel de prejuicio se ha rebajado con los años; de tal cuenta que años y años de aludir determinados temas ha terminado en una mejoría de la comprensión de varios de los problemas.
Sin embargo y a pesar de la interacción hay más desconfianza y se ha perdido credibilidad en los métodos. Ha habido costos políticos fuertes como cauda de varios factores: convocatoria a destiempo (recuerde las mesas convocadas por el ex vicepresidente E. Stein); poca o ninguna vinculancia de los acuerdos; poco o ningún seguimiento a los mismos desde las instituciones del Estado, se hace borrón y cuenta nueva y se retoma desde cero temas ya discutidos.
En resumen, años de diálogo han hecho caso omiso que en escenarios como el guatemalteco, verdaderos pactos sociales son el fruto de acuerdos de elites, claro que eso supondría que las mismas fueran mínimamente desarrolladas y con voluntad política (este no es el caso). Lo anterior no va en detrimento de tener ejercicios participativos, pues el rédito allí es el fomentar una cultura del debate y la confrontación.
El diálogo como estrategia puede correr el riesgo de mediatizar y legitimar las medidas de un gobierno, dejando de lado la aspiración más grande, la de transformar la estructura.
Julio Donis