Yasmina Reza planifica una «carnicerí­a» conyugal


La escritora Yasmina Reza recupera su vocación de autora y prueba la puesta en escena con «Le Dieu du carnage» (El Dios de la carnicerí­a), una comedia conyugal de apariencia feroz y más bien inofensiva a cuatro voces, que incluyen la de Isabelle Huppert, en el Teatro Antoine de Parí­s hasta mayo.


La pasada elección presidencial pudo parasitar la imagen de Yasmina Reza, que dio mucho que hablar como autora de un diario de campaña con pretensiones literarias en torno a Nicolas Sarkozy, publicado con el tí­tulo de «El alba, la tarde o la noche».

Esta mujer de letras, parisina de 48 años de padre ruso descendiente de judí­os expulsados de España por la Inquisición y refugiados en Uzbekistán, es ante todo una dramaturga traducida a 35 idiomas.

Tiene media docena de tí­tulos en su haber, desde «Conversaciones tras un entierro» (1987), recompensado con un premio nacional francés Molií¨re, hasta «Art» (1994), que la dio a conocer a nivel internacional y ha tenido entre sus intérpretes al argentino Ricardo Darí­n o al catalán Josep Marí­a Flotats.

«El Dios de la carnicerí­a» fue estrenada en Zurich y representada luego en Berlí­n antes de llegar al teatro Antoine, que Yasmina Reza conoce muy bien porque allí­ se montaron «Tres versiones de la vida» en 2001 y «Conversaciones tras un entierro» en 2006.

La trama de esta obra, la primera que escenifica personalmente su autora, es bastante anodina. Véronique (Isabelle Huppert) y Michel Houillé (André Marcon) reciben a Annette (Valérie Bonneton) y Alain Reille (Eric Elmosnino), los padres de Ferdinand, que ha golpeado en el rostro a su hijo Bruno en una plaza y le ha roto dos dientes.

Hasta aquí­ todo va bien o casi: entre estas dos parejas parisinas socio-culturalmente favorecidas, las explicaciones son educadas. Pero poco a poco, entre el sofá chic y la mesita baja recubierta de libros de arte, el barniz social cede, caen las máscaras, el «huis clos» es cada vez más oprimente. El pastel de cerezas ofrecido a los invitados no pasa. Con ayuda del ron, empiezan los gritos, los sollozos, los estados de ánimo de todo tipo.

Con un lenguaje accesible que no cae en la vulgaridad, Yasmina Reza vuelve a demostrar un sentido agudo de la fórmula y el humor. Su arte consiste en maquillar una obra con fuertes relentes de bulevar (intercambios de insultos, mujeres al borde de los vómitos cuando no del ataque de nervios…) para convertirla en obra de autor «con mensaje» sobre la soledad de los seres y su falta de adaptación a la felicidad.

Esta mirada cáustica puede carecer de fuelle y profundidad, pero está muy bien servida por el cuarteto de comediantes. Menos asidua al teatro que al cine, Isabelle Huppert da sus primeros pasos en una obra de Yasmina Reza.

Sorprende a priori verla en una comedia pero aquí­ se encuentra con uno de esos papeles que borda, de mujer frí­a, guiada por certezas -su hijo fue la «ví­ctima» de un «verdugo»- pero tan frágil como cruel.

Los otros actores no desmerecen. Eric Elmosnino encarna a un abogado de negocios colgado de su celular y con pinta de ausente cuando en realidad es más bien clarividente. Resume bastante bien el principio de destrucción que rige la pieza cuando proclama su fe en el «Dios de la carnicerí­a», el «único que gobierna, él solo, desde la noche de los tiempos».