En esta semana venidera, existe un cambio fundamental para la cultura de los pueblos, como el final del Carnaval y el inicio de la Cuaresma con el Miércoles de Ceniza. Aunque ahora ya no se perciba, este cambio está fundamentado en cambios de temporada, que va más bien con la climatología y el ambiente. No está demás decir que la mayoría de eventos estuvieron condicionados por el ambiente, pues la cultura se amoldaba a las formas de vida. Ahora no; ahora los avances tecnológicos hacen que no dependamos de esa manera de la naturaleza.
Por otra parte, el cambio del Carnaval a la Cuaresma, para el mundo cristiano occidental, representa el cambio de momentos: uno de suma alegría, de despilfarro, burla y gozo, para ingresar a un período de penitencia, oración y purificación del espíritu.
Y es que, de la misma forma en todas las culturas, la valoración de lo sagrado siempre ha estado acompañado de lo profano, de lo oscuro. En las culturas orientales hinduistas, el yin yan marca la pauta. Para los clásicos griegos, lo burlesco (que Nietzsche llamó dionisiaco, por el dios Dionisio) era tan importante como lo formal, llamado apolíneo, por el dios Apolo, más dado a la sabiduría.
En sí, en este cambio, los guatemaltecos también logran percibir un poco, aunque la cultura de carnaval no es muy habitual para nosotros, sobre todo si comparamos con las fiestas de Río de Janeiro, Alemania, Venecia o Nueva Orleáns.
Antes de entrar a lo sagrado, es necesario limpiar el alma o purificarla. El mismo sentido tiene la quema del diablo para la época navideña.
Así que en estos tiempos de un cambio sensible en la cultura, de la alegría de un cascarón de colores roto en la cabeza del prójimo, pasamos a un período de reflexión, sacro y oficial. Toda forma de cultura tiene estos dos componentes: lo hegemónico y lo carnavalesco, ambas valiosas, interesantes y ricas en sus formas.