Revolucionarios sin causa


James Dean marcó con su imagen en el cine, al rebelde sin causa, clisé que atrapó a miles de jóvenes de ese entonces y que lo incrustaron en su genética para inyectarlo a la próxima generación. Lo que pasa es que también la imagen del Che Guevara se metió por ahí­, y más que rebeldes, en Latinoamérica la gente se creí­a revolucionarios sin causa.

Mario Cordero
mcordero@lahora.com.gt

El contexto de la Guerra Frí­a en nuestro continente favoreció para que muchos tomaran posiciones de izquierda, sin que supieran necesariamente qué significaba eso. Claro está, hubo muchos que sí­ estaban comprometidos, y de ahí­ surge un grupo élite de intelectuales; sin embargo, la mayorí­a de éstos, lamentablemente, debieron exiliarse, algunos por presión de los grupos hegemónicos, y otros por la misma izquierda, pero la izquierda de revolucionarios sin causa, que no sabí­an ni qué ni para qué luchar.

Yo estoy de acuerdo, como dice Palmieri, que de los muertos sólo hay que decir cosas buenas, pero hay que aceptar, recordándolo por la proximidad de su muerte, que Hugo Arce era de esos revolucionarios sin causa. Sus polémicas habitualmente no estaban destinadas a mejorar la sociedad. La fórmula nihilista que planteaba Nietzsche de destruir la falsedad, la inmoralidad y lo tradicional inservible, debe ser destruido, para luego construir nuevos cimientos. Pero atacar sólo por atacar, no se logra nada, ni siquiera si la persona destinataria de los ataques se los mereciese.

De igual forma, veo ahora a un gran grupo de personas, en especial jóvenes, que toman actitudes de vida que usualmente han sido ligados a grupos «revolucionarios»: los rockeros de pelo largo; los neohippies con sí­mbolos de amor y paz, o los jóvenes de ropa «guangocha» que se emocionan con el perreo. Y, pese a que se han de considerar revolucionarios por no seguir los parámetros de la normalidad, no se dan cuenta que sus imágenes también son imitaciones de modas, sobre todo de Estados Unidos.

No es, por ejemplo, como Atahualpa Yupanqui, quien mañana cumplirí­a cien años de nacido. Su célebre verso de «es demasiado aburrido seguir y seguir la huella», lo marcaron. En una época donde la mayorí­a de artistas latinoamericanos le cantaba a Parí­s, él, como verdadero revolucionario, se salió de los cánones de la moda artí­stica del momento.

Otro ejemplo es que esos mismos «rebeldes» que intentan imitar una desgastada imagen rockera de los años ochenta de Estados Unidos, se creen revolucionarios con el rock, y desechan movimientos más originales, como el del cantante colombiano Juanes, que a pesar de su imagen favorecida por los medios y su éxito de ventas, tiene una propuesta de mezclar el rock con ritmos latinoamericanos (guayno, cumbia, entre otros), que a la larga es más revolucionario que un puro rock duro.

Nuestra generación, es decir ésta, la mí­a, de gente que nació entre 1975 y 1985, creció sin conocer de cerca la guerra interna de Guatemala, por lo que es comprensible que haya un cambio de actitud: de evitar la confrontación sólo por que sí­, pero sí­ el de buscar otras opciones que sirvan como alternativa ante una sociedad que aprendió hacerlo todo a trancazos.

Para mí­, y para otros de mi edad, revolucionar el mundo no es atacar violentamente a lo malo y lo feo, sino poner en serias dudas al stablishment, incluso buscando otras ví­as de expresión. Para nosotros, polémica es opinar diferente, y no rebatir sin fundamentos sólo para llamar la atención. No por ello quiero decir que toda esta generación es revolucionaria; la mayorí­a, sí­, aún pertenece a ese gran rebaño que no piensa…, otros serán también revolucionarios sin causa; pero dos o tres ya están marcando la diferencia.