En la primera parte de este artículo, me referí a algunos aspectos de la filosofía del primer Wittgenstein. Como lo señalé en esa ocasión, Wittgenstein afirmaba, en el Tractatus, que el mundo empírico está configurado por hechos. Tales hechos, de naturaleza, también empírica, nos posibilitan la construcción de un lenguaje con el que, por medio de proposiciones, decimos algo referido al mundo. Ese «algo» tendrá sentido, pues, si y sólo si se refiere a los hechos fácticos que acontecen en dicho mundo empírico. Además, si tales proposiciones se refieren a hechos empíricos, el lenguaje, en última instancia, es también un hecho empírico.
De acuerdo con el Tractatus, el lenguaje se refiere, y sólo puede referirse, a lo que acontece en el mundo, esto es, a los hechos empíricos que en él se dan. De donde se deduce, según nuestro filósofo austriaco, que únicamente nos es posible hablar de aquello que se da, de manera fáctica, en un mundo fáctico. Es decir que, todo aquello que rebasa los límites empíricos del mundo, no es posible expresarlo. De ahí la famosa afirmación wittgensteniana de que los límites de mi lenguaje son los límites del mundo, y también de que de lo que no podemos hablar lo mejor es callar.
Sin embargo, este distinguido filósofo nunca negó que existiera algo más allá de tales límites empíricos. íšnicamente afirmó que de esa realidad que trasciende los límites del mundo no podemos afirmar o negar algo, dado que no es una realidad empírica y, por lo tanto, no la podemos expresar, aunque sí intuirla. Esta realidad innombrable, estaría conformada por valores (éticos, estéticos, religiosos, etc.), creencias, presuposiciones, etc. Es precisamente, esta esfera de lo inexpresable, el aspecto místico que subyace en el pensamiento filosófico del primer Wittgenstein y que lo alejaría, como bien lo señaló en su momento Bertrand Russell, de los filósofos de tendencia analítica.
Siguiendo con el misticismo que funciona como telón del fondo del Tractatus, se puede afirmar que cabe la posibilidad de que exista un sujeto que, colocándose en los límites del mundo, lo pueda contemplar en su totalidad a la vez que pueda percibir lo que está fuera de dichos límites. Esta posibilidad, según Wittgenstein, existe y tal sujeto es lo que él denomina El sujeto metafísico.
El sujeto metafísico wittgensteniano debe entenderse como una condición de posibilidad (al estilo kantiano) cuya función es permitir articular lo místico con el sentido husserliano del mundo de la vida.
Como sabemos Edmund Husserl (1859-1938) es el filósofo alemán que inició el movimiento filosófico conocido como fenomenología, el cual pretendía ser un método filosófico de análisis de la realidad. Según Husserl para conocer la realidad es necesario captarla en su constitución última, es decir, en su esencia. De esa cuenta, el verdadero conocimiento es la captación de esencias a la que llegamos después de habernos despojado de ideas o prejuicios anteriores. Esta aprehensión de esencias sólo es posible desde la subjetividad misma, esto es, desde el yo.
El método fenomenológico sirvió a muchos filósofos de orientación metafísica, para desarrollar su propia concepción del mundo. Tal es el caso, por ejemplo, de Jean-Paul Sartre quien, en su principal obra filosófica El Ser y la Nada, pretende hacer un análisis ontológico de la realidad fundándose en dicho método.
Pues bien, lo inexpresable (místico) de Wittgenstein se articula con el husserliano mundo de la vida en tanto que todo aquello que trasciende los límites del mundo empírico, si bien no es parte de él, lo configura, otorgándole unidad y sentido. A mi juicio, considero que hay una conexión esencial entre lo innombrable de Wittgenstein y el mundo de la vida de Husserl, mundo en el que transcurre nuestra existencia. Tal conexión se manifestaría en el sentido de que, para ambos, aunque sin proponérselo, hay una coincidencia de postulados teóricos que se hacen evidentes en el reconocimiento de una realidad trascendente cuya función es concederle unidad al mundo empírico. En un momento dado y, gracias a una percatación inmediata de origen metafísico (una intuición metafísica) se nos revela la estructura última de la realidad a la cual pertenece nuestra vida. En esa percatación inmediata se nos presenta la esencia de la vida como un continuo, como un transcurrir permanente, sin fragmentaciones, lo que también nos trae a la memoria la filosofía vitalista de Bergson.
Aunque a primera vista pareciera que estas ideas son demasiado oscuras, acaso por el lenguaje utilizado o por las figuras que dicho lenguaje implica, si nos detenemos un momento y dedicamos un tiempo a reflexionar sobre ellas, nos daremos cuenta que son pensamientos que no están tan alejados de nuestra manera de concebir la realidad. Presuponemos, aunque no sea conscientemente, que somos el mismo individuo a lo largo de nuestra existencia, aún cuando reconocemos que el tiempo ha operado en nosotros cambios físicos. Al vernos al espejo, vemos a alguien más viejo pero nos reconocemos como nosotros mismos. Es decir que, a pesar de los cambios, hay un continuo que nos otorga nuestra esencia.
Lo mismo sucede con el reconocimiento de que hay una realidad que trasciende lo meramente empírico. Aunque profesemos una actitud materialista (en sentido filosófico, no en sentido vulgar), y nuestra concepción de la vida esté alejada de creencias religiosas, intuimos por alguna razón, que debe haber algo más allá de lo meramente fáctico. Aceptamos que debe existir una realidad no física que le da sentido a la esfera física en la que transcurre nuestra existencia.
Estas mismas conclusiones son a las que llega el primer Wittgenstein, aunque lo diga con un lenguaje más enigmático que por momentos pueden confundirnos. Empero, la relectura de las obras de este importante filósofo pueden ayudarnos a comprender la realidad vertiginosa que nos rodea, comprensión que, acaso, nos permita encontrar el sentido de nuestra existencia.