Hay escritores cuya obra, y cuya manera de obrar en la vida, les ayuda a sus lectores a comprender lo esencial, a descifrar el complicado mundo de las relaciones entre los seres humanos, a entender los obvios asuntos del día que para muchos son complicadas ecuaciones existenciales. Julio Cortázar es uno de esos escritores que te marca, para bien o para mal, pero eso sí para siempre.
Sus aportes como escritor son muchos, no obstante enumeré como el más importante su forma especial de novelar. No es lisonjero, mucho menos exagerado, afirmar que redimensionó la novela. Estuvo interesado no sólo en aquello que iba a narrar, sino además en la forma, la estructura de lo narrado. Otro filón importante de su obra es el humor, sin mencionar lo fantástico asumido desde otras perspectivas novedosas y ese alto sentido lúdico de lo literario. Su humor está a la altura de un Dickens o un Jonathan Swift. Lo fantástico adquiere en sus relatos un giro novedoso ya que no recurre a monstruos ni a pesadillas bituminosas estilo Edgar Allan Poe o Lovecraft. La materia de lo fantástico lo toma de la realidad cotidiana. Fue un indiscutible prestidigitador a la hora de encontrar en lo cotidiano la relojería de lo inaudito, de lo mágico y lo inverosímil. El juego está en su obra como una ráfaga que refresca su cuidado trabajo con el lenguaje. La parodia literaria, la burla de los maestros clásicos y la escritura como un rompecabezas siempre rico y para nada previsible le permitirán ser una lectura obligada en la actualidad y el futuro lejano.
A Cortázar se le valora esencialmente como un cuentista consumado, ya que en dicho género realizó experimentos estilísticos de enorme creatividad. Cuentos que se disfrutan a pesar de todos los artilugios técnicos, a pesar de su lenguaje impecable y de una escritura inteligente que pone a prueba también la capacidad creadora del lector. Sus ficciones narrativas de un extraño perfume de lo humano y no por casualidad cuando Francisco Umbral lo compara con Borges escribe: «Lo que cansa de Borges es que es puramente mental, en sus cuentos no hay mujeres (salvo el primero), y esto ya es un detalle. Cortázar es más humano, está más confundido con la vida, controla, domina el cuento a lo Poe, y tiene, como Poe, unas manchas de alcohol, sexo y ciudad, aunque fuera siempre un funcionario».
Como novelista sus aportes también son considerables. Novelas como Rayuela, 62/Modelo para armar y Libro de Manuel constituyen monumentos a la narrativa que explora todos los intríngulis del género novelístico. Su experimentación con la novela la hizo a conciencia. Muchos de sus personajes son nuestros cómplices cercanos, nuestros iguales. En sus manos la novela dejó de ser un estuche con algunos monigotes adentro para devenir experiencia vital para el lector. En un texto poco conocido de Cortázar, «Una profecía sobre la novela», ofrece pistas sobre su posición como creador de novelas y así escribe: «El desenfado de la novela, su inescrupulosidad, su buche avestruz y sus hábitos de urraca, lo que en definitiva tiene de antiliterario, la ha llevado desde 1900 hasta hoy a partir por el eje (bellísima expresión) toda la cristalografía literaria. Profundamente inmoral dentro de la escala de valores académicos, la novela supera todo lo concebible en materia de parasitismo, simbiosis, robo con fractura e imposición de una personalidad. Poliédrica, amorfa, creciendo como el bicho de la almohada en el cuento de Horacio Quiroga, magnífica de coraje y desprejuicio continúa su avance hacia nuestra condición, hacia nuestro sentido. Y para someterlos al lenguaje les arrima el hombro y los trata de igual a igual como a cómplices. Adviértase que ya no hay personajes en la novela moderna; hay sólo cómplices. Cómplices nuestros, que son también testigos y suben a un estrado para declarar cosas que -casi siempre? nos condenan; de cuando en cuando hay alguno que da testimonio a favor, y nos ayuda a comprender con más claridad la exacta naturaleza de la situación humana».
Por ese motivo a veces Rayuela más que una novela es un reto para nuestra espiritualidad y nuestro intelecto. Con su otra novela emblemática, Libro de Manuel, se puede saborear el Cortázar más comprometido. Roger Vilaín me comenta que Cortázar aseguró que dicha novela era su libro más profesional. A pesar de ello hay en esa novela el mejor Cortázar solidario y crítico. Es necesario señalar que fue un virtuoso en eso del escrito misceláneo y libros como La vuelta al día en ochenta mundos, íšltimo round e Historias de cronopios y de famas son muestras inigualables de ese malabarismo con el texto breve y en donde hay un hallazgo, un fogonazo de lucidez que despierta una sonrisa en el alma. Para muestra el texto «Amor 77»: «Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se peinan, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son».
Cortázar señaló nuevos derroteros literarios. Fusionó cuento, novela, poesía y ensayo en un todo abierto y movible. Con gran desparpajo, pero con un excelente dominio del lenguaje, le abrió ventanas a lo literario y ventiló lo suficiente los géneros sin hacerle concesiones a lo académico ni a lo real; mucho menos a las directrices del partido en materia creativa. Cruzó los espejos de la mano de Alfred Jarry, Lewis Carrol, Laurence Sterne, Julio Verne, Rabelais, Poe y Jonathan Swift. Como huésped de los espejos venía a desmenuzar la realidad de todos los días, a descubrir sus resquicios sorprendentes. Como escritor hoy más que lectores tiene fans. Su obra y su vida van en perfecta sincronización con ese gran fervor por lo humano, por la utopía de un mundo menos injusto y magializado al máximo por la pasión de esos artistas convertidos en cronopios dispuestos a cantar en mitad del día con la voz del sueño y el amor.
Cortázar como todo buen cronopio volvió patas arriba la novela y el cuento. Fue un vanguardista imprevisible, un romántico empapado de sensibilidad y espejismo. Un ciudadano dispuesto a las batallas por la justicia y la solidaridad. Todo ello lo hizo con naturalidad pasmosa y con la flor del humor en algún bolsillo.