Polvo enamorado



Llamó a la puerta un dí­a, el mar. Sedujo, entre las olas solo, la agoní­a. Llamó a mi puerta solo el mar un dí­a; pero entendí­ la noche que produjo. Entre las altas ondas me condujo, llamas de sombra, su melancolí­a; y aquella blanca nave sólo mí­a, a ser ajena noche se redujo. Hoy que lo entiendes, dime amor cuál rí­o, camino en movimiento, es quien me nombra en olas tristes que tu arena apura. Responde con pasión al labio mí­o antes que al rí­o el mar un dí­a, sombra conceda. Y a tus ondas sepultura. Después del sueño, el sueño. Acrece un punto el universo demencial. Urgencia de un invisible dardo: su impaciencia, su camino, su blanco, su conjunto. El juego de vivir es otro asunto, más rata, más amor, más penitencia sin universo y dardo, sin demencia, más al fondo, ay, de un í­ntimo difunto. ¿Y antes del sueño cuál -decid- cauterio de hielo prenatal escalda el dí­a, su espejo, su calvicie, sus desiertos? La respuesta descubre un cementerio más hueso enamorado que agoní­a de los sueños que sueñan a sus muertos. Razona el fuego. En rojo ramo ofrece, huraño, flores a la sombra. Vela, en barca trascendido, flota, vuela. Pulsa el fulgor del mar donde se cuece. Luego es cenizas, llaga. Desmerece, bocas sin fin, sus flores. Le desvela un sueño en otra sombra; se congela, luz sin llama en el labio que estremece. Es sin embargo, amor, más decidido infierno; porque a un beso moribundo, un cálido estertor al mar indaga; y en su fondo epitafia, trascendido, otra llama, otra boca y otro mundo, en sueño, en ascua, en mar, en beso, en llaga. Con golpes de ceniza me reprendo. Yo soy la llaga. Azote mi letargo. Vuelvo a la vida, creo, sin embargo, el pan que como a mí­ me está comiendo. De un horno alucinado me trasciendo. Las ascuas lamo. Soy su perro amargo. Y mientras gruño, sobre el hombro cargo la llaga del mendrugo en que me enciendo. Vuelvo a la vida, creo. Miro en tomo a Cristo calcinado. La locura del pan sin lengua. El can en ascua y grito. Su hueso enfermo. La fealdad del horno. El muslo de la virgen, levadura. La puta muerte, su hambre. Su infinito.

Carlos Illescas (1918-1998)