Violencia, el peor enemigo de la educación


Kimani Ng

Cuando tení­a 84 años, Kimani Ng»ang»a descubrió la felicidad de aprender y entró al libro Guinness de récords como el estudiante más anciano del mundo, pero la violencia que desde diciembre castiga a su paí­s, Kenia, le ha obligado a huir de su casa y a abandonar las clases.


Este anciano, que tiene ahora 88 años, vive desde hace varias semanas junto a otros 300 desplazados bajo una tienda miserable en el campo de Langas, en la ciudad de Eldoret (oeste), y sólo tiene un deseo: «Volver a clase».

Bajo su tienda, reúne sus bienes más preciados: un colchón, una radio, una tetera y varias bolsas de ropa.

En un rincón también se apilan sus cuadernos y un álbum de fotos y artí­culos de prensa que describen su visita a Estados Unidos en septiembre de 2005, cuando participó en una campaña de la ONU para el acceso a la educación en los paí­ses más pobres.

«Es la primera vez que tengo que salir de mi propia casa», explica Ng»ang»a, llamado por los suyos «Mzee» (el sabio, en lengua kiswahili).

«Los luos (etnia keniana) vinieron el 28 de diciembre y decidieron echarme. No tuvieron ningún respeto», lamenta este hombre, refiriéndose a la terrible ola de violencia polí­tico-étnica que estalló a finales de diciembre en Kenia, tras la reelección del presidente Mwai Kibaki, que pertenece a la etnia kikuyu.

Nacido el 5 de enero de 1920, este «Mzee» no esperaba cumplir 88 años bajo una precaria tienda de campaña, después de haber luchado en la revuelta de los Mau-Mau contra los colonos británicos de 1952 a 1959 y de haber entrado en su vejez en el libro Guinness.

Su locuacidad, su sonrisa maliciosa y sus gestos algo teatrales provocan la risa de su hijo mayor, de 43 años. Ng»ang»a tuvo 15 hijos, de los cuales fallecieron diez.

Más que del frí­o y de las condiciones de vida del campo, este keniano se queja de no poder ir a la escuela.

«El deseo más profundo de mi corazón es ir a clase. Los colegios no reabrieron el 17 de enero como nos lo habí­an dicho», lamenta.

«Si la paz vuelve, quiero volver a mi escuela y si no, el Gobierno tiene que llevarme a Nakuru (ciudad del centro del paí­s) o a Nairobi para que yo pueda ir a clase», insiste.

Ng»ang»a entró en la escuela primaria en 2004, cuando el presidente Kibaki instauró la educación básica gratuita. El anciano tomó esa decisión, consciente de que «muchas veces en la vida» habí­a sido vencido de alguna manera por gente que habí­a recibido una educación y que gracias a sus estudios se «habí­a hecho rica».

Su gran felicidad es aprender el kiswahili, la lengua corriente de ífrica del este, ya que sólo conocí­a el kikuyu.

«Voy a vivir 300 años para ir a la escuela. Es el acuerdo al que hemos llegado Dios y yo», concluye riendo.