Otro poema conjetural


(J.L.B., 1899-1999)

Así­ como descreí­ (al menos eso he repetido) de la fama,

Descreí­ también de la inmortalidad,

Y es claro que hoy finado no puedo ser quien traza o dicta

estas lí­neas falsamente póstumas,

Y sin embargo hace tiempo los vanos diccionarios, las

vanas historias de la literatura

Los han reunido bajo tres palabras, entre dos fechas,

De las cuales soy el abrumado, el imaginario prisionero,

no la realidad.


Qué mal he sido leí­do con demasiada frecuencia.

Cómo no repararon en que laberintos, bibliotecas, tigres,

espadas, saberes occidentales y orientales

Eran transparentes metáforas del pobre corazón de aquel

muchacho

Que simplemente querí­a ser feliz con una muchacha

Como sus amigos corrientes en Buenos Aires o en Ginebra.

Al evocar mis antepasados, los presenté en mármol o

bronce, y fingí­ ignorar

Que ellos mezclaron con sus batallas lágrimas, ayes y amores.

La tristeza, la soledad, la desolación contribuyeron a que

existieran mis páginas perfectas,

Pero yo habrí­a cambiado tantas de esas páginas

Por haber besado labios que nunca besé.

Dije abominar de los espejos, y no se entendió que lo que

querí­a era verme reflejado

En ojos oscuros y claros bajo la gran luna de oro

O en la penumbra de la alcoba.

Me han atribuido la indeseable paternidad

De vocingleras sectas literarias y cenáculos de eruditos,

Cuando yo querí­a ser padre de hijas e hijos de carne y hueso.

Nadie extrañe dónde decidí­ quedar enterrado

Si antes no me entendió ni me ayudó a salir de mi celebrada cárcel.

Lamenté no haber tenido el valor de mis mayores,

Pero ahora que nadie puede censurármelo como jactancia

Proclamo que no fui menos valiente al afrontar una adversidad atroz.

Hubiera preferido muchas veces la bala en el pecho o el

í­ntimo cuchillo en la garganta

Antes que el espanto que contemplé en mí­

Mientras pude contemplar.

No se olvide que no soy quien escribe estos versos.

No los escribe nadie.

Roberto Fernández Retamar (1930)