Muerte de Narciso (fragmento)


Dánae teje el tiempo dorado por el Nilo,

envolviendo los labios que pasaban

entre labios y vuelos desligados.

La mano o el labio o el pájaro nevaban.

Era el cí­rculo en nieve que se abrí­a.

Mano era sin sangre la seda que borraba

la perfección que muere de rodillas

y en su celo se esconde y se divierte.


Vertical desde el mármol no miraba

la frente que se abrí­a en loto húmedo.

En chillido sin fin se abrí­a la floresta

al airado redoble en flecha y muerte.

¿No se apresura tal vez su frí­a mirada

sobre la garza real y el frí­o tan débil

del poniente, grito que ayuda la fuga

del dormir, llama frí­a y lengua alfilereada?

Rostro absoluto, firmeza mentida del espejo.

El espejo se olvida del sonido y de la noche

y su puerta al cambiante pontí­fice entreabre.

Máscara y rí­o, grifo de los sueños.

Frí­o muerto y cabellera desterrada del aire

que la crea, del aire que le miente son

de vida arrastrada a la nube y a la abierta

boca negada en sangre que se mueve.

Ascendiendo en el pecho solo blanda,

olvidada por un aliento que olvida y desentraña.

Olvidado papel, fresco agujero al corazón

saltante se apresura y la sonrisa al caracol.

La mano que por el aire lí­neas impulsaba,

seca, sonrisas caminando por la nieve.

Ahora llevaba el oí­do al caracol, el caracol

enterrando firme oí­do en la seda del estanque.

José Lezama Lima (1910-1976)

Semana de poetas cubanos