Rusticatio mexicana (fragmento)


¡Oh salve, Patria, para mí­ querida,

mi dulce hogar, oh salve Guatemala!

Tú el encanto y origen de mi vida.


¡Cuánto, tierra bendita, se regala

el ánimo evocando de tu suelo

las prendas todas, de natura gala!

Me acuerdo de tu clima y de tu cielo,

a tus fuentes me asomo, y se pasea

por tus henchidas calles ¡ay! mi anhelo.

En tus templos mi vista se recrea,

y a la sombra encontrarme de tus lares,

a ti volando el corazón desea.

A veces me parece los pinares

divisar tus montes, y las frondas

que esmeraldas semejan a millares.

Ver por las mieses tus campiñas blondas,

campiñas en perenne primavera

a las que riegan cristalinas ondas.

Con frecuencia la imagen placentera

surge en mi mente, de tus muchos rí­os

que huyendo van en rápida carrera

en torno de los márgenes sombrí­os;

o bien el interior de tus hogares

ver me figuro lleno de ataví­os.

Vuela después mi mente a otros lugares,

y sorprende jardines matizados

de Venus por las rosas singulares.

Mas a do se encaminan exaltados

mis pensamientos, cuando aún los tapices

de seda evoco en oro recamados,

y el purpúreo vellón…? Firmes raí­ces

el patrio amor en nuestras almas echa,

al refrescar memorias tan felices.

Memorias en que, al verse por la flecha

el infortunio herido, luego ufano

en ellas paz el ánimo cosecha.

Pero me engaño; que injuriosa mano

vino a agitar mi sosegada mente,

y mi ánimo a burlar ensueño vano.

¡Ay! la ciudad que ayer fuera esplendente

alcázar y del reino la señora,

admiración y pasmo de la gente;

¡de piedras un acervo es sólo ahora…!

casas, templos y calles… no le quedan;

y aún del monte a la cumbre protectora

no cabe por do ir, que se lo vedan

los edificios que en fatal ruina

de sus alturas hasta el polvo ruedan.

Rafael Landí­var (Guatemala, 1731-Italia, 1793)