Dejemos de lado, como en reserva, al menos por ahora, algunos temas de palpitante actualidad para decir algo de lo mucho que puede decirse en cuanto a los solemnes momentos de transición del año que está dando los últimos estertores al nuevo año que dentro de pocas horas nos dará su luz y, también, lo que no deja de constituir lo imprevisible o, dicho de otra manera, cierto misterio que nos causa inquietud
En ocasiones como la que estamos celebrando, llenos de alegría, de optimismo, de confraternidad y de esperanzas en días mejores, de caminar firmemente hacia delante con fe en lo que significan los valores supremos y eternos de la humanidad, principiando por el de Dios omnipresente, omnisciente y omnipotente, es natural que siempre nos entreguemos a cavilar, a meditar profundamente, para elevar nuestras plegarias hacia el empíreo implorando sus bendiciones.
En Guatemala estamos viviendo en una situación que no es de guerra ni de paz, pero sí para provocarnos constante zozobra y noches de insomnio; nos suscita mucha preocupación, y es que constituye, ni más ni menos, todo un pandemónium de problemas y necesidades susceptible de ahogar las más legítimas aspiraciones de progreso que inspiran los principios y valores de la genuina democracia, mas no por eso debemos situarnos en los eriales del pesimismo, del derrotismo, sino, más bien, armarnos de optimismo; debemos pensar que en el decurso del tiempo, con verdadero esfuerzo individual y colectivo, podemos afrontar con decisión y éxito las circunstancias que se asemejan a los vientos huracanados.
Ya son escasos los días en que asumirán sus funciones, que entrañan gran responsabilidad, los nuevos hombres del drama.
Habrá que demandar de los próximos gobernantes que presten atención a lo que urge la enorme masa popular más necesitada de atenuar, siquiera de atenuar, su estado de pobreza, por cuanto es merecedora de una vida digna, más acorde, en todo lo posible, con la justicia social que brinda el sistema democrático bien entendido.
La Navidad nos dejó saldos espirituales muy saludables que fortalecen el ánimo, y esperamos que el nuevo jalón del tiempo, medido en 366 días, nos depare bienestar social, económico, político-gubernamental y en todos los demás aspectos que contribuyen a dignificar nuestra existencia.
Ya sentó bella tradición el hecho de que en los albores de cada año, buenos declamadores nos obsequien a través de los medios de comunicación, especialmente de la radio, muy conceptuosas filigranas literarias de insignes e inspirados poetas de aquí y de otras latitudes. Es oportuno mencionar, entre esos lindos ramilletes de la más afamada poesía, el Brindis del Bohemio; Estancias del año viejo, de nuestra compatriota Romelia Alarcón Folgar; Poema en donde el tiempo pasado me detiene, de Antonio Brañas; Poema al año nuevo, de Donaldo Estrada Castillo; Plegaria, de María Josefa García Granados; Padre nuestro maíz, de Werner Ovalle López; Brindis de medianoche, de Humberto E. Solórzano; Ofrenda lírica a Guatemala y Madre aborigen, de Angelina Acuña. Sería la de no terminar si hiciésemos desfilar en este espacio de LA HORA otros poemas que revolotean en el ambiente patrio en esta época de gratas remembranzas, de fervientes anhelos y de expresivos brindis propios de las horas que estamos viviendo.
Y antes de poner el punto final, enviamos por medio de estas letras de molde un cordial saludo de felicitación de Año Nuevo, 2008, a la gran familia guatemalteca, en particular a todos nuestros seres queridos, a nuestros estimados compañeros de brega periodística y a nuestros pacientes lectores, no sin asociar sinceros votos por que sea de abundante cosecha de éxitos el inquietante bebé que está a punto de nacer y que, ojalá, sea para nuestra bienaventuranza.