Las fiestas navideñas y de Año Nuevo son buenas. Tengo varias razones para pensar así, aunque personalmente no sean de mi agrado. Quiero decir, intelectualmente veo lo grandioso de los días, pero hay algo en mí que se niega a aceptarlo, que rehúye las fechas y anhela profundamente el paso del tiempo. Pero los días, repito, son muy buenos. ¿Por qué? Ahora doy algunas razones.
Para comenzar, son días en los que la gente puede descansar. Sin duda la persona inteligente (así lo veo yo) aprovecha estos días para reposar, dormir y recobrar energía. Levantarse a las ocho, nueve de la mañana o simplemente quedarse en cama viendo televisión es una bendición del cielo que no debería dejarse escapar. El cuerpo y el espíritu merecen un mejor premio, sobre todo cuando se les trata sin misericordia en los días laborales.
Diciembre también es bueno para compartir amor. Aun el más tímido tiene la oportunidad para salir de su encierro vital y expresar buenos sentimientos. Todo se presta para decir «te quiero», «te amo», «perdóname» y tantas palabras que pueden develar la humanidad quizá perdida en los días de trabajo. Así Navidad y Año Nuevo son tiempos para «humanizarnos». Hasta los delincuentes y asesinos parecen darse vacaciones en estos días para echarse una lagrimita con mamá, hijos o parientes.
Estos días también son propicios para «desidiotizarse». Hay tanto tiempo que hartos de ver televisión y visitar centros comerciales hasta se puede leer. Para algunos son días en los cuales finalmente se pueden repasar periódicos, libros, revistas o lo que sea. Gracias a esta temporada algunos llegan a enero menos burros que antes, eruditos, críticos y hasta con una conversación más interesante que las del pasado.
Incluso, son días para comer bien. Si en el año la gente acostumbra alimentarse en la calle, apresurada, ahora las cosas se pueden hacer con más parsimonia, disfrutando cada bocado, masticando bien y saboreando cada comida. Estas son fechas para recobrar el gusto por la comida y hasta para conversar con quienes se comparte el pan. El paladar lo va agradecer, el estómago, la familia, todos estarán contentos en estos días.
Lo que sobrará en estas fiestas es tiempo. Tiempo para hacer ejercicio, visitar amigos, ir al cine, escribir poesía y hasta para ir al baño. El reloj tendría que dejar de ser el tirano de siempre y darle vacaciones. Es una época en la que habría que recuperar la dignidad, la autonomía y el derecho a la felicidad. Habría que expulsar a los demonios y convertirse, aunque sea por deporte, gusto o aburrimiento, en otra persona.
Hay otras cosas bonitas de Navidad y Año Nuevo: la oportunidad de renovar la ropa, comprar regalos a los hijos y esposa, tomarse unas copitas, llorar para desahogar las penas, visitar otros países o simplemente ir a misa (de último). Pero hay algunos que con todo no nos sentimos felices y preferimos ocuparnos en algo para escapar de un sentimiento de tristeza extraño y suplicar al cielo que pasen estos días a prisa. Los hombres y mujeres felices también deberían darnos la oportunidad para que nosotros, «los aburridos», la pasemos como nos de la real gana. No sientan piedad, háganse los desentendidos y disfruten de eso que quizá algunos anhelemos profundamente.