Las culturas populares de todas las naciones del mundo se configuran a partir de los aportes que han proporcionado los diferentes pueblos, y los elementos que las conforman se han transmitido por vía oral o participación directa de una a otra generación, a través de un proceso de selección y de transformación realizado por los mismos pueblos en el devenir de su Historia, durante el cual algunos aspectos son eliminados y otros persisten. Por ello es particularmente importante el conocimiento de los procesos históricos de constitución de los pueblos para comprender tanto el origen de las tradiciones vigentes y compartidas en un país, como la función externa del elemento de cohesión y de identidad dentro de esa cultura. En la cultura popular de Guatemala, constituida en su núcleo fundamental por la fusión de configuraciones culturales aportadas por los grupos indígenas originarios, europeos y africanos, las celebraciones asociadas con la Natividad de Jesús revisten especial relevancia, ya que es la fiesta colectiva y espontánea más importante del país.
En ella, se evidencian los aportes realizados por los grandes grupos antes citados, así como los de antiquísimas culturas orientales que, a través del proceso de colonización, pasaron a nuestro país. La revisión de las fuentes bibliográficas relacionadas con los rituales antiguos de procedencia europea indican que en las celebraciones asociadas con la Navidad se reúnen múltiples elementos de procedencia mediterránea ligados muy estrechamente a las ceremonias rituales solsticiales de invierno y de verano, períodos determinados por el movimiento de la Tierra alrededor del Sol, y en las que los ritos asociados a los cambios estacionales casi en todos los casos están destinados a incrementar la fertilidad. Estas muy antiguas y complejas ceremonias fueron transformadas por el cristianismo incorporándolas a la conmemoración del Nacimiento de Jesús.
Los solsticios de invierno y de verano corresponden respectivamente, al día más corto y al más largo del año, y coinciden aproximadamente con los días de Nochebuena -24 de diciembre- y de San Juan ?24 de junio-, fechas que establece la Iglesia Católica para festejar dos nacimientos, el de Jesús y el de San Juan y alrededor de los cuales se sitúan los ciclos rituales festivos de nuestro país. Hasta el calendario oficial de feriados establecido por la administración pública, tiene en importante lugar estas fechas de festejos populares. En la antigí¼edad estos mismos días eran considerados críticos por la disminución y/o aumento de la duración de la luz solar sobre la Tierra, brillo que pretendía propiciarse por medios mágicos.
Priestley, en su obra El Hombre y el Tiempo, refiriéndose a las ceremonias de los pueblos primitivos, se expresa así: «Esto no significa que elaborasen historias y aplicasen nombres fantásticos a lo que ahora reconocemos como leyes y procesos naturales. Para ellos no existían tales leyes y procesos, no había un mecanismo, por así decir, enteramente separado del hombre. En su lugar, había un interminable drama de voluntad y acción personal o divina. Nada sucedía mecánicamente, alguien estaba haciéndole algo a uno. El sol no estaba obedeciendo a una ley, era un dios que aparecía beneficiosamente, realizando un milagro todas las mañanas. Cualquier día, si no se sentía lo bastante apreciado, podía dejar de aparecer. Si estallaba una tormenta alguien muy poderoso estaba colérico. Todas las cosas de la tierra o del cielo estaban vivas: no existía el ’ello’ impersonal. Y en un mundo semejante, el mito, intensamente personal, pictórico y concreto, era un modo de pensar, de hecho, el único modo».
Generalmente, esto se nos explica como algo muy lejano a nosotros que sucedió en etapas muy antiguas. Esto puede ser cierto para los hombres de ciencia o los eruditos, «pero el hecho es que ese mundo antiguo y su modo de pensar todavía existen en nosotros, bajo el nivel de lo que hemos adquirido en nuestra propia época».
Los días de los solsticios, como hitos que marcan cambios visibles de aumento o disminución del período que el Sol ilumina la Tierra, son relativamente poco visibles en nuestro país por su ubicación geográfica, pero notorios en otras partes del mundo por esta misma razón, y han sido desde la antigí¼edad la causa de la práctica de rituales propiciatorios y de fertilidad. La existencia de abundantísimas referencias bibliográficas acerca de éstos en Europa y su vigencia en la tradición popular hispanoamericana y específicamente en Guatemala sobre la Nochebuena nos permiten afirmar que el elemento cultural europeo predomina en estas fiestas y que se permitió incorporar a estas configuraciones procedentes del Viejo Mundo las originadas en los pueblos indígenas y africanos para favorecer el arraigo de los conceptos y símbolos cristianos. No puede dejarse de lado que la evangelización de los pueblos de ultramar fue uno de los principales objetivos perseguidos en el proceso de conquista y colonización. Dentro de las celebraciones ligadas al solsticio de invierno que actualmente conocemos como Nochebuena y Navidad, tiene indudable peso numerosos rasgos que proceden de rituales griegos y romanos y de cultos orientales establecidos en el Imperio Romano o difundidos por las varias invasiones de pueblos del Medio Oriente de las que Europa fue escenario.
La religión cristiana, también de origen oriental, unió a su cuerpo de creencias las tomadas de antiguas religiones de la misma área y fue difundiéndose en Europa en un proceso gradual que abarcó desde el siglo V al XV y en el cual, como ya hemos apuntado, se incorporaron a su vez configuraciones culturales que habían logrado la participación popular y enriquecieron las ceremonias cristianas. La fecha del nacimiento de Jesús, hecho de indiscutible trascendencia, que dividió la Historia del mundo occidental en dos periodos, fue establecida entre los siglos III y IV, de Nuestra Era, en un acuerdo tomado entre las Iglesias cristianas oriental y occidental. La Iglesia oriental durante mucho tiempo había conmemorado este hecho el día 6 de enero pero el Concilio de Nicea fijó el 25 de diciembre tal fecha. Era la costumbre establecida de los paganos celebrar el mismo 25 de diciembre el nacimiento del sol, haciendo luminarias como símbolos de la festividad. En estas fiestas y solemnidades tomaban parte los cristianos. Por esto, cuando los doctores de la Iglesia dieron cuenta que los Cristianos tenían inclinación a estas fiestas, se consultaron y resolvieron que la verdadera Navidad debía solemnizarse ese mismo día 25 y la fiesta de la Epifanía el 6 de enero. Por esta razón, se siguen encendiendo luminarias o fogatas hasta el día 6.
Muchas de las ceremonias que se llevan a cabo en nuestro país en la época de Nochebuena y Navidad han disminuido en criterio de los participantes en ellas su significado ritual y, sin embargo, continúan realizándose en el periodo comprendido entre los primeros días de Diciembre (7 de diciembre), y el 2 de febrero, fecha en que se rememora la Purificación de la Virgen o la Presentación de la Virgen o la Presentación del Niño en el templo.
Para toda Guatemala, este envoltorio mágico, es un tiempo especial en el que se formulan buenos deseos para el año que sigue y como en muchas naciones del mundo occidental, hay una serie de costumbres especialmente para ser cumplidas durante ese tiempo, tales como la música, interpretada con instrumentos específicos de la ocasión, los alimentos y bebidas, los intercambios de presentes, el uso de ropas de estreno, el arreglo de viviendas, etc. Todos ellos relacionados con costumbres también muy antiguas en la sociedad guatemalteca.