Las marchas fúnebres:


Las marchas fúnebres constituyen piezas musicales más arraigado del alma nacional del guatemalteco. Es su música más amada y con la que se identifica desde las profundidades más recónditas de su espí­ritu.

Celso Lara

De pura creación guatemalteca, estas marchas fúnebres procesionales vienen acompañando los cortejos sacros, intra y extra muros, desde los principios de la cristianización del suelo guatemalteco. Aunque no puede precisarse aún los tiempos exactos de su surgimiento, sí­ puede hipotetizarse que surgen hacia finales del siglo XVI, transitan todas las calendas de los siglos XVII, XVIII y XIX, haciéndose cada vez más originales hasta encontrarse totalmente perfiladas a finales del siglo decimonónico y principios del XX. Las marchas fúnebres guatemaltecas tienen una marcada influencia de la escuela musical veneciana del siglo XVI, con el aporte del concepto de lo policoral y de las espectaculares marchas procesionales extramuros tanto sacras como profanas.

El papel de los compositores Andrea y Giovanni Gabrieli así­ como de Claudio Monteverdi, es decisivo en la conformación del sentido de las marchas guatemaltecas. Su paso a España no se ha dilucidado del todo, pero la influencia que el compositor Luca Marenzio tuvo en esta escuela es muy sólido. Marenzio permaneció largos años en la corte de Carlos V y Felipe II en los primeros tiempos del descubrimiento del Nuevo Mundo e introdujo en la pení­nsula ibérica el gusto, la teorí­a y la práctica de lo policoral veneciano, en particular la música procesional sacra al interior de los templos y, en ocasiones que lo ameritaron, en los cortejos procesionales profanos en las calles de los burgos con el fasto requerido. No debe pasarse por alto que la corte española de los Reyes Católicos y Carlos V constituyeron verdaderos centros musicales, tanto para la música profana instrumental y vocal como para la sacra. Julio Caro Baroja menciona que Jesús del Gran Poder de Toledo salió en el año de 1517 por primera vez en rogativa durante la Semana Santa de ese año acompañada por «fanfarreas fúnebres», constituidas por instrumentos de metal y tambores como música procesional «a la usanza de la Catedral de San Marcos y de los maestros Gabrieli y Monteverdi», señala Caro Baroja.

Por tanto, su traslado al Nuevo Mundo no se hizo esperar por la necesidad de la evangelización de las Indias Occidentales. Si bien aparecen en toda América Hispana, el sentido que priva es el de la marcha procesional veneciana. En Guatemala, este germen fue tomado por los músicos criollos e indios de las iglesias interioranas y de la Capilla Musical de la Catedral de Santiago de Guatemala y se va transformando con el correr de los años; ya no es una «fanfarrea fúnebre» sino en una obra musical más elaborada y con un sentido y desarrollo más amplio y profundo. A diferencia de las venecianas, las tempranas marchas fúnebres guatemaltecas tuvieron desde su inicio ese sentido procesional, intensamente mí­stico. Al decir de Enrique Anleu Dí­az, con quien descubrimos la primera marcha fúnebre guatemalteca en los archivos de la Catedral Metropolitana de la Nueva Guatemala de la Asunción, interpretada para acompañar la procesión intramuros del Cristo de los Reyes, de la Catedral de Santiago de Guatemala en 1594, contiene ya, musicológicamente, las esencias de la marcha fúnebre guatemalteca: Un tema expuesto en tonalidad menor, que luego se traslada a una tonalidad mayor, en donde -en nuestra opinión-, los ritmos del son mestizo e indio en cadencia lenta, se perciben a todas luces; enseguida el tema vuelve a tonalidad menor y la marcha se resuelve con gran piedad y solemnidad. Este esquema estructural se mantiene desde entonces hasta las marchas contemporáneas.

Hay que subrayar, sin embargo, que no se poseen los suficientes documentos musicales de los siglos XVIII a finales del XIX para realizar un análisis musicológico certero; pero el examen de la encontrada en el siglo XVI y el análisis comparado de las contemporáneas parecieran que permite llegar a esta conclusión preliminar.

Por otra parte, si se toma en cuenta que desde los inicios de la cristianización en Guatemala, la Semana Santa se convirtió en el eje central de la vida sacra y cotidiana de los pueblos mestizos e indios, al punto de convertirse en parte consustancial de su identidad como pueblo; las procesiones, que eran un medio de evangelizar, se transformaron en un «drama sacro en movimiento», por lo que era indispensable que tuviesen música para conmover aún más al alma creyente. Y como las procesiones extramuros aparecen muy tempranamente en nuestro suelo, la producción de marchas fúnebres se afinó y se enriqueció con el aporte a veces anónimo, de músicos que sin mayor educación musical pero profundamente imbuidos en este sentimiento sacro cuaresmal, vertieron todo su talento para crear un género de marcha procesional que, en nuestra opinión, está completamente consolidado, tal y como hoy lo conocemos, desde la segunda mitad del siglo XVII y con variantes no significativas, se vuelve nacional a finales del siglo XIX.

La marcha fúnebre guatemalteca posee tal vigor y arraigo a partir del siglo XIX, que se enriquece y se vuelve aún más propio, original e irrepetible desde entonces. Su temática musical es muy variada. Generalmente está en el corazón de cada fiel cargador o persona imbuida en el misticismo y el dolor de Nazarenos, Sepultados y Ví­rgenes Dolorosas, que crea la melodí­a entre espí­ritu, alma y cerebro, y después es instrumentada por un maestro concertador, ya sea de una banda militar o un músico con estudios superiores. Por eso las marchas fúnebres guatemaltecas tienen un posesionamiento intenso entre todo el pueblo; casi podrí­a decirse que es la expresión musical más difundida entre todos los hombres que habitamos este envoltorio mágico que es Guatemala. Es nuestra música nacional de la mano del son cadencioso tanto indí­gena como mestizo.

Mucho hay que decir de las marchas fúnebres guatemaltecas, pero queda demasiado por investigar para poder pulir este tesoro maravilloso del pueblo guatemalteco para darle el brillo y el lugar que le corresponde dentro de las gemas colectivas creadas por los guatemaltecos de los últimos tiempos.