Tratado de filosofí­a. Amor a la sabidurí­a como


No es la primera vez que alguien presenta a la filosofí­a como medio de salvación. Creo que la idea se remonta a Pitágoras cuya vida de monje la supo combinar con el esfuerzo por encontrar la armoní­a del universo en los números. La salvación, si se puede deducir de lo que sabemos de él, se reducí­a a la ecuación siguiente: vida frugal más filosofí­a, igual, la salvación del ser humano.

Eduardo Blandón

¿De dónde habrán sacado los filósofos eso de que la filosofí­a es «propedéutica de salvación»? No lo sé con seguridad, pero apostarí­a lo que fuera que no sólo el viejo Tales, Anaxí­menes y compañí­a (los llamados «cosmólogos» o «presocráticos») fueron los primeros en suponer semejante cosa, sino que «la espinita» ya debe estar presente desde el primer pitecántropo que intentó comprender el mundo más allá del puro dato fí­sico.

Lo que nos salva, dicen, es «el amor a la sabidurí­a», o sea «la filosofí­a». Los pensadores llegaron muy lejos con eso de que «la filosofí­a» podí­a salvarnos, cuando lo que ha sido evidente es que la filosofí­a más bien nos ha condenado. No por casualidad Marx un dí­a tituló a uno de sus libros «la miseria de la filosofí­a». El buen judí­o, el revolucionario, entendió claramente que la filosofí­a podí­a servir también (o sobre todo) de instrumento para intereses aviesos. No es la filosofí­a precisamente la que nos ha salvado.

La edad media también es una prueba de cómo la filosofí­a puede extraviarse y conducirnos por caminos inútiles. Y si seguimos buscando testimonios seguramente llegaremos lejos de dar nuestro asentimiento a eso de que la filosofí­a sea «el itinerario del alma hacia Dios», como sugerí­a san Buenaventura. No hay ningún itinerario, más bien la filosofí­a ha perdido la brújula, incendiado los caminos y conducido al espí­ritu a un sentimiento de incertezas y tinieblas. De aquí­ el éxito de las religiones y su eterno florecimiento.

Quizá deberí­amos tomar prestada sólo la primera parte de la proposición: «el amor como propedéutica de salvación». Eso sí­ suena más «ad hoc» a nuestros tiempos. «Ama et fac quod vis», decí­a san Agustí­n, «Ama y haz lo que quieras». No es novedad que el buen santo africano ya habí­a humanizado más el rollo de la salvación. Al cielo se llega por la ví­a del amor. Incluso es más «predicable» un sermón filosófico de este tipo, más comprensible y amable. A cualquier joven le gustarí­a escuchar que la salvación sólo depende de la intensidad con que comparta su corazón, de la fuerza de su pasión, de su capacidad de entrega hacia todos.

Sólo el amor puede salvarnos, punto. El amor al prójimo y a la creación. Y claro, por aquí­, por extensión, quizá podamos llegar a decir que también «el amor a la filosofí­a» puede servirnos como instrumento de salvación. Pero, ¿qué tipo de filosofí­a puede salvarnos? ¿Cualquiera? No lo creo. El mismo Wittgenstein ya sugerí­a que la filosofí­a más bien era una especie de ciencia «sui generis» perdida en palabras, en planteamientos pocos claros y oscuros. Luego, ¿es función de la filosofí­a salvarnos? ¿Lo puede hacer?

Si seguimos la ví­a de san Agustí­n sí­ porque se tratarí­a ahora de afirmar que la filosofí­a como «ancilla» (sierva) de la teologí­a busca las verdades eternas. O sea la «ratio superior» (razón superior) tendrí­a como vocación al propio Dios. Luego, filosofí­a y búsqueda de lo infinito (de Dios) serí­an la misma cosa. Desde aquí­ Basave tendrí­a toda la razón en el tí­tulo de su obra: «el amor a la sabidurí­a es propedéutica de salvación». Pero una consideración así­ no es sino volver a los viejos esquemas de la filosofí­a clásica, de la cual la humanidad ha querido salir desde hace bastante tiempo.

Vayamos al texto. ¿De qué va la obra? Este libro de Basave no es sino una introducción a la filosofí­a. El autor aborda los temas comunes o recurrentes de un escrito de esta naturaleza: el problema del conocimiento, la antropologí­a filosófica, la filosofí­a del derecho, de la historia, de la religión y de la polí­tica, entre otros. Su originalidad consiste en el tono con que se expresa, sus inocultables posiciones y el deseo de aclarar cada punto estudiado. El mismo autor nos lo confiesa:

«Nuestra obra no trata de ser una simple introducción a la filosofí­a, ni se reduce a cuestiones preambulares. Tampoco se satisface con vagas generalidades y ritmos de preludio. La obra, en cada uno de sus capí­tulos, va derecho a las verdades nutricias para transmitirlas a los lectores y encalmar sus desasosiegos».

Tengo la impresión, por la lectura del libro, que Basave es un humanista cristiano para quien la filosofí­a no es algo accesorio ni inútil, sino el desafí­o de los humanos para aclarar el mundo y entenderse a sí­ mismo. Una ciencia crucial para conducirse por la vida, no exactamente un saber mecánico ni técnico. Por la filosofí­a nos juzgamos todo en la vida. í‰l mismo nos lo afirma:

«En tanto que los conocimientos de las ciencias particulares influyen, sobre las condiciones de la existencia humana, la filosofí­a influye sobre la vida del hombre. El que se consagra a los estudios filosóficos dota a su espí­ritu de aquella libertad tan necesaria para emprender los vuelos lejanos. Al dejar atrás prejuicios y costumbres, se abre un ámbito de posibilidades hasta entonces no sospechadas (?). Filosofar ?decí­a Sócrates- es aprender a morir, pero al aprender a morir, el sabio aprende también a mejor vivir».

La comprensión del fenómeno educativo en Basave también está impregnada de humanismo. Educarse no es sino el proceso de desarrollo de lo mejor de uno mismo, perfeccionarse. No puede haber educación, insiste, si no hay integralidad, omitir elementos serí­a traicionar el verdadero fin de la educación que es elevar al hombre al nivel de su dignidad. Para semejante actividad es necesaria una pedagogí­a del encuentro. Si es cierto que nadie ama lo que no conoce, lo es también que nadie conoce si antes no se ama. El amor es una actividad del corazón.

«El maestro genuino sabe que la educación es una osada empresa, una aventura singular en la que es preciso poner toda el alma. En este ámbito del amor pedagógico, experimentan, maestro y discí­pulo, la realización de su existencia. La regla de la distancia exige en lo fí­sico que haya entre el maestro y el discí­pulo aquel intervalo que requiere el respeto».

Creo que el libro de Basave puede ser de utilidad para dos fines. El primero, para ser un texto con el que el profesor y el alumno puedan profundizar temas filosóficos. Lo valioso es que el autor ofrece su propia posición y puede servir para una discusión abierta consigo mismo y con los estudiantes. En segundo lugar, es un libro adecuado para iniciarse en estudio de la filosofí­a. No contiene muchas dificultades y es bastante completo en la problemática que analiza. Si tiene la oportunidad puede comprarlo.