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Estamos próximos a recordar los 30 años de la muerte del que probablemente sea el mejor artista del cine de todos los tiempos: Charlie Chaplin (1889-1977), quien abarcara prácticamente todos los campos de la pantalla grande: actor, compositor musical, productor, guionista y director. La época navideña es recordada con tristeza cuando se habla de Chaplin pues murió, precisamente, el 25 de diciembre.
Chaplin es considerado, además, uno de los principales forjadores de la historia del cine. La crítica especializada incluye, casi siempre, al menos una de sus películas entre las diez mejores, si no es que dos.
Al igual que otros grandes cómicos del cine mudo, como Buster Keaton y Harold Lloyd, Chaplin se enfrentaba en sus películas a los grandes cambios de los tiempos modernos. Siempre, o casi siempre, daba la espalda a los automóviles, las fábricas, las máquinas y, en fin, todo lo que representaba la modernidad.
Y, especialmente, Chaplin sabía que, al final, las personas siempre se quedan solas; por eso, su personaje famoso (el Vagabundo o Charlot) concluía en la escena clásica de alejarse hacia el crepúsculo, solo, luego de haber luchado y de haber hecho el bien a los demás; y, por si fuera poco, siempre con alegría, incluso cuando le habían sucedido las peores desgracias.
A manera de homenaje por esas grandes películas, presento aquí una semblanza de las mejores de éstas, que han sido catalogadas dentro de lo mejor del cine mundial.
Principales películas
«Tiempos modernos» (1935). Pese a que el cine sonoro ya había deslumbrado al público de Hollywood, Chaplin fue reacio a dejar el cine mudo y, en especial su personaje Charlot. Sin embargo, debió ceder en esta película, pues le incluyó sonidos, como el ruido de las máquinas, una voz ininteligible que da órdenes en una fábrica y, al final, una canción, única ocasión en que Charlot habla.
«Tiempos modernos» es la historia de Charlot que sufre del estrés de trabajar atornillando un sin fin de piezas mecánicas, hasta que por fin se vuelve loco. Lo despiden de la fábrica y luego se confunde con un grupo de obreros, aparentemente comunistas, que manifiestan por las calles.
Charlot es arrestado y pasa en la cárcel los más felices de sus días. Sin embargo, debe salir libre; afuera, trata de conseguir su nuevo arresto a como dé lugar; pero se encuentra con una huérfana de quien se enamora y le dan ganas de luchar por ella. Tras varios intentos e iguales fracasos de triunfo, la pareja queda en soledad (característica básica de Chaplin, la soledad final); ella, triste y acongojada, recibe la lección de Charlot: con una caricia le muestra que siempre debe sonreír. Al final, la pareja se aleja buscando el crepúsculo, que se va escondiendo por el horizonte al final del camino.
«Tiempos modernos» es su película más audaz; tal vez no la mejor según el mismo Chaplin, pero el encanto que ha provocado en los espectadores, la ha colocado como la mejor película.
Sus metáforas fílmicas son únicas: la transposición inicial de las ovejas sobre el ingreso de los obreros a la fábrica, no necesita palabras para explicar; tampoco para entender la enorme crítica social que hace Chaplin a los «tiempos modernos» y a esa mecanización, que aún está presente.
«La quimera de oro» (1925). Para Chaplin, ésta sí era su mejor película. Es la comedia que recuerda la fiebre del oro en Estados Unidos. Se inspiró en la historia del famoso grupo de Donner que se había quedado aislado en las Montañas Rocayosas, y, por hambre, empezaron a comerse sus ropas y luego entre ellos mismos.
En «La quimera de oro», Charlot llega por casualidad a una cabaña, buscando refugio de una ventisca, pero sin saber que compartiría el techo con otros dos hombres. La tormenta de nieve se extiende, tanto así que empiezan a delirar de hambre, y Charlot se come sus zapatos. Al terminar la tormenta, cada quien va por su lado, pero uno de los hombres necesita al vagabundo, para recordar dónde quedaba una mina de oro.
Es en esta película donde ocurre la famosa secuencia de los tenedores con los panes, que los hace bailar cual si fueran sus pies. Según cuentan las crónicas de cine, cuando la película se estrenó en Berlín, esta secuencia debió ser repetida, debido a los aplausos del público.
«Luces de la ciudad» (1931). Charlot es un pobre vagabundo que se enamora de una florista ciega. Poco después evita el suicidio de un millonario, que cuando está borracho le venera un enorme aprecio a Charlot, pero sobrio niega conocerlo.
Charlot se enamora de la florista, quien cree que es un millonario. Tras sufrir innumerables problemas consiguiendo dinero, logra conseguir mil dólares de su amigo el millonario, con lo cual evita que la chica ciega pierda su casa y, además, se opera para poder ver.
Sin embargo, cuando el millonario recupera la conciencia, culpa a Charlot de que le robó los mil dólares por lo que fue a la cárcel. A su salida, la florista ya podía ver, pero lo reconoce.
En «Luces de la ciudad», Chaplin se muestra como el personaje quijotesco que fue: un ser humano feliz, que buscaba que los demás fueran felices también.
«El circo» (1928), Charlot es un vagabundo que por huir de la policía, ingresa a un circo como un empleado; pero no se da cuenta de que por su natural gracia, él es la estrella del circo. La hija del dueño le advierte tal cosa, por lo que Charlot se cree una mejor persona, pide condiciones para quedarse e, incluso, se enamora de la hija del dueño.
Previo a pedirle matrimonio, se da cuenta que ella en realidad ama al equilibrista. Una noche, sale despedido por defender a la mujer de su padre; pero antes de irse, se esmera para que la chica y el equilibrista queden juntos.
El final es impactante. La música de un violín suena (composición creada, por supuesto, por Chaplin). Charlot se sienta, y ve con calma, la rapidez de todos los trabajadores del circo para irse. La contrastante escena: la pasividad y la velocidad, es evidentemente chocante.
Luego, se van todos y Charlot queda, como casi siempre, solo. La cámara se abre para ofrecer una panorámica, y se ve que el vagabundo quedó justamente en el centro del círculo que se había formado por la marca de la carpa circense. El violín calla, y un impresionante silencio refleja la idea esencial en Chaplin: el ser humano siempre se queda solo. Al final, se da la vuelta y se aleja feliz, dando saltos, buscando el crepúsculo.
El nihilismo
El nihilismo, del latín nihil (nada) e ismus (doctrina, movimiento, practica de) es la «actitud» filosófica, puesto que no es una tendencia filosófica estrictamente definida, de negación de todo principio, autoridad, dogma filosófico o religioso y la aceptación sólo de aquello que tenga explicación verificable. El nihilismo es una posición filosófica que argumenta que el mundo, y en especial la existencia humana, no posee de manera objetiva ningún significado, propósito, verdad comprensible o valor esencial superior, por lo que no nos debemos a éstos.
El nihilismo hace una negación a todo lo que predique una finalidad superior, objetiva o determinista de las cosas puesto que no tienen una explicación verificable; por tanto es contrario a la explicación dialéctica de la Historia. En cambio es favorable a la perspectiva del devenir constante de la historia objetiva, sin ninguna finalidad superior. Es partidario de las ideas vitalistas y lúdicas, de deshacerse de todas la ideas preconcebidas para dar paso a una vida con opciones abiertas de realización, una existencia que no gire en torno a cosas inexistentes.
En éste sentido el nihilismo no significa creer «en nada», ni pesimismo y mucho menos terrorismo como suele pensarse, si bien estas acepciones se le han ido dando con el tiempo a la palabra. De todas formas hay autores que al nihilismo, entendido como negación de todo dogma para dar apertura a opciones infinitas no determinadas, le llaman «nihilismo positivo», mientras que al sentido de negación de todo principio ético que conlleve el quemeimportismo o la autodestrucción le llaman «nihilismo negativo».
«Yo no hablo inglés, Chaplin no habla francés, sin embargo, hablamos sin ninguna dificultad. ¿Qué está pasando? ¿Cuál es ese lenguaje? Es el lenguaje viviente, el más vivo y nace de la voluntad de comunicarse a toda costa en el lenguaje del mimo, de los poetas, del corazón. Chaplin separa cada palabra, la pone de pie encima de la mesa, como si estuviera en una peana, da un paso atrás, y la gira para que tenga la mejor luz».
Jean Cocteau
celebérrimo director francés
«Tenía que corregir, actuar, escribir y producir la película, montarla…, y lo hice, cosa que muy pocos hacían en mi época. No lo hacían todo. Y por eso estaba tan agotado».
Charlie Chaplin, tras concluir «Luces de la ciudad».