En mis años juveniles de estudiante los libros de Historia de la Filosofía eran muy importantes. No sé con exactitud si todos acudían a ellos y los consideraban como «vade mecum», pero para mí eran imprescindibles. En ese tiempo yo era fanático de ’Fraile’, así le llamábamos. Se trataba de una colección de historia de la filosofía publicada por la «BAC», la Biblioteca de Autores Cristianos, cuyo autor era el dominico Guillermo Fraile. Me encantaban ?eran varios tomos- porque constituían libros (todavía lo son) relativamente sencillos, pero con la profundidad suficiente que uno necesitaba en esa época de estudios.
En realidad las obras de Fraile no eran las únicas a las que tenían acceso los estudiantes de filosofía. Todavía me recuerdo, por ejemplo, los libros de Alberto Caturelli, Teófilo Urdanoz, Nicolás Abbagnano, Frederick Copleston y un etcétera no tan largo de autores con los cuales uno de alguna forma se relacionaba. Era cuestión de gusto, yo era fanático de Fraile (insisto).
El libro que ahora presento, Historia del pensamiento filosófico y científico, de Giovanni Reale y Dario Antiseri, para ese entonces todavía no existía. Y qué lástima que no fuera así porque estos libros valen la pena. Los autores han recogido la historia del pensamiento (mayoritariamente occidental o casi en su totalidad) en tres volúmenes: El primero que va de la antigí¼edad a la edad media. El segundo desde el humanismo hasta Kant y, el tercero, del romanticismo hasta hoy (1983). ¿Qué hace diferente esta historia de la filosofía a los otros ya mencionados? Yo diría que al menos tres cosas. En primer lugar, a la par que hay un desarrollo de la historia de la filosofía (semejante a cualquier otro texto) hay una historia del pensamiento científico. Esto es valioso porque muestra la evolución del trabajo científico de la humanidad desde sus orígenes hasta nuestros días. Así, el estudiante que estudia el libro no sólo aprende de filosofía, sino también un poco de ciencia. Otra característica relevante del texto es su novedad y actualización. Libros como los de Fraile se quedan cortos cuando explican autores como Sartre, Marcel, Wittgenstein, Habermas o Apel, para ese entonces estos filósofos aún no habían desarrollado todo su pensamiento y su influencia aún era mínima. Pero Reale y Antiseri tienen la ventaja de ser bastante contemporáneos y por eso sus explicaciones son actuales. Finalmente, los libros saben combinar la profundidad, la claridad y la extensión en la exposición de cada autor.
El tercer volumen es el más extenso de todos. Comienza desde el romanticismo y termina con la filosofía española. ¿Tiene algún defecto la obra? Yo comentaría uno sólo. A veces, con el afán de abordar la mayoría de temas y no dejar a ningún autor por fuera, hay capítulos demasiado breves y cuya explicación puede dejar al lector con falta de información suficiente. Uno de esos capítulos oscuros y demasiado someros, para poner un ejemplo, lo constituye el reservado a la filosofía analítica. Aquí se citan a muchos filósofos de la universidad de Oxford y de Cambridge, pero las exposiciones no son del todo claras ni suficientes. Igualmente sucede cuando se aborda a Russell y a Wittgenstein. Por lo demás, hay capítulos brillantes como los dedicados a Scheler, Heidegger y Jaspers, para citar otros ejemplos.
¿Cómo abordan los autores el contenido? Examinemos el caso de Rudolf Oto y Gerardus van der Leeuw.
Reale y Antiseri comienzan en primer lugar ubicándolos en el tiempo, continúan mostrando su producción bibliográfica, su ubicación dentro de las corrientes filosóficas y, finalmente su pensamiento en general. ¿Quiénes son Oto y van der Leeuw? Filósofos que aplican fundamentalmente la fenomenología al estudio de la crítica religiosa.
Los autores afirman que si Max Scheler fue quien mejor aplicó la fenomenología al ámbito de los valores, el libro de Rudolf Otto (1869-1937) titulado Lo santo (1917) es un clásico de la fenomenología de la experiencia religiosa. Para Otto, explican, un aspecto muy destacado de dicha experiencia (siguiendo la doctrina defendida por Schleiermacher) reside en el sentimiento de dependencia, el sentimiento de ser criatura. El hombre religioso «ahonda en su propia nulidad y desparece en presencia de aquello que está por encima de toda criatura». Cuando Abraham (Génesis 18, 27) se atreve a hablar con Dios sobre la suerte de los habitantes de Sodoma, dice: «Me he hecho violencia para hablar contigo, yo que soy polvo y cenizas». Este asentimiento de ser criatura, afirma Otto, es consecuencia de otro momento de la experiencia religiosa, que «se refiere en primer lugar y de manera directa a un sujeto que está fuera del ’yo’». En otros términos, «el sentimiento de mi absoluta dependencia presupone en la criatura un sentimiento de la inaccesibilidad de lo ’otro’». El hombre que posee experiencia religiosa capta lo sagrado como un misterium tremendum.
El pensamiento de lo religioso en el holandés Gerardus van der Leeuw (1890-1950) es más sublime. Sigue las huellas de Rudolf Otto y en su obra fenomenología de la religión (1933) afirma que la esencia de la religión está en una máxima potenciación de la vida. El hombre religioso no acepta el mundo en el que vive, se preocupa por él y busca su sentido: un sentido último que halla en la fe. La fe consiste en aceptar una verdad afirmada por otro.
«En opinión de van der Leeuw, el hombre religioso no se deja dominar por las ocupaciones propias de la vida cotidiana, se resiste ante lo superficial: no se limita a aceptar la vida que le es dada. ’Procura hallar el sentido de la vida; organiza la vida en vista de un conjunto significativo’. Por encima de lo heterogéneo y de lo dado, el hombre extiende su capacidad reguladora y organizadora, lo cual da origen a las obras de arte, las costumbres y la economía, y aparece entonces la civilización»
Ahora bien, ¿en qué consiste este significado religioso de las cosas? Van der Leeuw responde: «El sentido religioso de una cosa es aquello después de lo cual no puede aparecer ningún otro sentido más profundo. Es el sentido del todo, es la última palabra (?). El sentido último es un misterio, que se revela siempre una vez más y que no obstante permanece siempre oculto. Representa un avanzar hasta el límite extremo, donde se comprende sólo una cosa: que toda comprensión se encuentra más allá. El sentido último es, al mismo tiempo, el límite del sentido».
Creo que esta breve exposición del pensamiento de dos autores llamados «fenomenólogos» pueden ser una buena aproximación a la forma cómo exponen Reale y Antiseri a cada filósofo en su libro. Evidentemente, yo sólo he citado a dos personajes ligados a la filosofía de la religión por un interés personal en esos temas, pero usted puede encontrar los términos fundamentales de autores más bien enemigos de la religión como Nietzsche, Marx y quizá hasta Freud. La ventaja de estos autores (sobre mi amigo dominico Guillermo Fraile) es que estos no son religiosos.
El libro puede adquirirlo en Librería Loyola.