Xavier Etxeberria: í‰tica de la diferencia


Una de las conquistas del mundo civilizado (si existe tal cosa) es el esfuerzo por salir del encierro de los absolutos para internarse en el mundo de lo nuevo, lo extraño y hasta lo herético. Me explico. Salidos de un perí­odo en el que existí­an verdades incontrovertibles y fijas, haber llegado a la convicción de que el mundo no es tan evidente ni «claro y distinto» para comenzar a dudar e intentar llegar a lugares antes misteriosos y temerosamente impenetrables, es una hazaña que a diario deberí­amos celebrar.

Eduardo Blandón

Hubo una época -ya se sabe- en donde no habí­a espacio para la diferencia. El mundo estaba explicado por una institución poderosa y no habí­a lugar para chistar. Se creí­a en la doctrina o se creí­a, no habí­a vuelta de hoja. Pensar distinto, postular ideas fuera del orden era una locura, una especie de suicidio que sólo espí­ritus demasiado rebeldes y con ganas de morir podí­an realizar. Los «normales», viví­an tranquilos, seguros, salvaguardados del peligro que significa cuestionarse y pensar. Al final, nada más tranquilo que abrigar certezas.

Los que pensaban distinto, «los raros», estaban condenados no sólo a la hoguera, sino al destierro, a la expulsión de las universidades y a la exclusión casi total, incluso de la propia familia. Eran perros sarnosos, leprosos, pestilentes que se atreví­an a cuestionar a los sabios, arrogantes que se creí­an superiores al sistema. Para las dudas y la falta de fe siempre estaba muy próxima la Sagrada Escritura, los escritos de los Padres de la Iglesia, las «Summae», los sermones. ¿Acaso eran necesarias más explicaciones? ¿No era suficiente lo que dictaba el doctor Angélico y la Tradición de la Iglesia? Todas las verdades estaban contenidas en la Biblia, ¿para qué perder el tiempo en las opiniones necias de los hombres?

Gracias a los intelectuales parias, sin embargo, fue que evolucionó el pensamiento. Esos hombres (y mujeres) «raros», arrogantes y soberbios fueron los primeros en comprender que el mundo era más ancho de lo que se pensaba. Así­ se comenzó a dar espacio a los de la otra esquina, se popularizó la escritura por la imprenta y «la rareza» se hizo popular. Avanzamos ahora por un mundo en donde hay lugar para todos y la palabra herejí­a acaso pocos la conocen. Todaví­a hay intolerancias, pero los que la practican son sujetos en ví­as de extinción.

¿Podemos estar seguros que hemos evolucionado? Quizá no por los resabios de intolerancia todaví­a encontrados en muchas partes, pero al menos es verificable que el mundo es menos homogéneo que antes. Todaví­a hay escándalo frente a la diferencia y siguen siendo muy molestos «los impí­os», pero cada vez menos aparecen quemados esos sujetos que más bien parecen alcanzar popularidad por las aparentes barrabasadas que proclaman a los cuatro vientos.

El libro de Etxeberria constituye una larga reflexión sobre este tema de «la diferencia», pero desde la óptica ética. Me parece que es un libro pionero en este tipo de contenido y regularmente completo (aún y cuando es la primera vez que tengo acceso a este tipo de literatura y es muy fácilmente rebatible mi afirmación). Para los lectores novatos ?mi caso? puede resultar una forma interesante para iniciarse en esta problemática.

El profesor de la Universidad de Deusto divide el libro en cinco grandes temas: 1) Masculino/femenino; 2) Nosotros/ellos; 3) Conflicto y violencia colectiva; 4) Norte/Sur; 5) Lo universal y lo particular en el campo moral. Cada uno de los capí­tulos es subdividido en otros tantos tí­tulos en donde se profundiza con detalle y pormenores cada uno de los temas planteados.

Si tiene algo de interesante el libro es la cantidad de autores citados por Etxeberria que son expuestos no para hacer gala de erudición, sino para mostrar las raí­ces de los prejuicios o los orí­genes de donde deviene el carácter de algunas culturas. Por ejemplo, en el capí­tulo primero, «Masculino/femenino», el académico español analiza la concepción platónica de las diferencias, lo confronta con las ideas de Aristóteles para concluir con Kant. Más adelante se interna en los estudios de M. Mead, Héritier y termina con una interpretación «moderna» de «Antí­gona». Igual cosa hará al considerar el tema de la conducta sexual, esta vez tratando de explicar a Abramson.

¿Es difí­cil la lectura del texto? Hay algunos capí­tulos que si usted los aborda por primera vez quizá sí­. Si no está habituado a la comprensión del tema de género, para poner un ejemplo, las ideas pueden ser novedosas y, por lo tanto, la lectura más pausada y medio abrumante. Pero si usted es un avezado en esta problemática navegará en sus aguas y el libro le dará fundamentos, ideas y argumentos para una nueva interpretación de las cosas. El libro es amplio y puede ser que si le cueste un capí­tulo el otro sea más fácil. El capí­tulo cuatro, por ejemplo, trata sobre el concepto de desarrollo, pobreza, justicia y desigualdad. Si es ducho en esta problemática, lo leerá rápido y sin complicaciones.

Este libro debe leerse despacio y no con la prisa de quien tiene urgencia por salir de él. Bien puede ser útil para un curso de sociologí­a, ética o simplemente para tratar de entender el mundo y no ser tan bruto para ver la vida. Es un libro que invita a la tolerancia y a descubrir las realidades ocultas a la vista atrofiada por la cultura. Puede ser que al concluir su lectura, al menos, salga enriquecido por una interpretación si no original, al menos distinta.

Para terminar, el libro aunque es sobre «ética» de la diferencia, no hay un pronunciamiento de tipo moral. Al autor no le interesa juzgar, sancionar o proclamar qué sea «lo bueno» o «lo malo». El libro se acerca al fenómeno estudiado desde la filosofí­a y la antropologí­a cultural para descubrir la realidad y exponer lo que se ha dicho sobre cada uno de los temas. El juicio le corresponde al lector que tendrá que afirmar o negar lo que, eso sí­, de vez en cuando insinúa el intelectual.

Puede adquirirlo en librerí­a Loyola.