Es posible que para el lector contemporáneo el nombre de Jean Guitton no suene absolutamente. Su carácter de pensador católico, la temática de sus libros (siempre en busca de responder a las preguntas de la fe) y su amistad estrecha con Papas, son quizá los responsables del olvido de un pensador que en su momento fue ensalzado como uno de los intelectuales franceses más brillantes de la época.
Guitton nació en Saint-í‰tienne en 1901 y murió en París el 21 de marzo de 1999. Su vida desde el inicio estuvo ligada al mundo intelectual. Fue filósofo, doctor en letras, apólogo de la fe cristiana y un escritor infatigable. Publicó cerca de cincuenta libros y entre sus innumerables lectores también estuvo Pablo VI. Pasquale Macchi, antiguo secretario del Papa Montini, atestiguó que la noche antes de morir su Santidad le pidió la lectura de algunos textos del filósofo.
El intelectual francés fue profesor en el liceo de Avignon, después trabajó para la facultad de Dijon y, finalmente, fue parte del equipo de profesores de la Sorbonne. El 8 de junio de 1961 fue elegido para la Academia francesa y en 1987 obtuvo también su lugar en la Académie des sciences morales et politiques.
El libro que ahora se presenta fue publicado en 1946 bajo el título de Nouvel art de Penser. Es un texto pequeño (154 páginas) que está dirigido según el mismo Guitton «a todos aquellos que quieren saber usar mejor la capacidad de pensar, reflexionar y estudiar; pero también a todos los que están sumergidos en la existencia y han renunciado a los goces del pensamiento».
Aunque Guitton es filósofo, la obra no tiene un carácter filosófico. Creo que al autor en esta ocasión no le interesa hacer grandes especulaciones ni disquisiciones metafísicas sino compartir con los lectores las condiciones y principios que cree fundamentales para el buen pensar. De este modo, el trabajo lo divide en cinco capítulos: I. La admiración; II. La invención y el juicio; III. La elección; IV. La distinción y, V. La contradicción.
El estilo del libro es una especie de gran carta dirigida a Irene, un personaje inventado por Guitton, para enseñarle el camino correcto que debe recorrer para pensar con propiedad. La manera no es nueva, dice el escritor, pues antes Aristóteles ya había escrito para Nicómaco y Eudemo, Séneca a Helvia y San Francisco de Sales conversa con Filotea.
Pero, ¿cómo es posible iniciarse en el arte de pensar? Lo primero es cultivar la admiración, dice Guitton. Mientras no se afinen los sentidos y la capacidad de asombro no prive en la persona del investigador, es poco lo que se hará en este oficio. La vida intelectual comienza por tener una mente abierta, despierta y con deseo de encontrarse con lo nuevo.
Es importante, dice el intelectual, no sólo tener una mente pasiva y activa cuando estamos frente al mundo que nos rodea (pasiva para recibir todo tal y como me aparece y activa para hacer relaciones e interrogarse sobre éstas), sino también cuando participamos de otros medios auxiliares de la admiración como la lectura de libros y la relación con otros.
«Otro medio para pensar es frecuentar hombres o libros en contraste con nuestro modo de ver habitual. Muchas veces les bastará a los mayores con prestar oído atento y lleno de simpatía a las conversaciones de los jóvenes. Muchas veces les bastará a los jóvenes escuchar, interrogar a los ancianos, a los que ejercieron un oficio humano, pero que ya no lo ejercen; ellos, templados por los años, ya no mezclan a su pensamiento pasión alguna, espíritu partidista, reclamo u ostentación. Los ancianos necesitan el impulso de los jóvenes para no entumecerse, los jóvenes necesitan de los viejos que ya no tienen interés de engañar a nadie».
No es fácil, aunque lo parezca, el camino de la admiración y el pensamiento, dice el autor. Debe reconocerse que las musas no siempre están ahí cuando uno las necesita y los momentos de lucidez y concentración son más bien raros. De modo que debe aprovecharse los momentos de estudios para obligar que aparezca la inspiración deseada y producir los frutos intelectuales.
«Sin embargo, Irene, tendrá usted que convenir en que los momentos de pensamiento son raros. Libre usted de añorar un estado de continua sorpresa y estímulo, en el que nada llegaría a nuestro espíritu sin suscitar resonancias. Pero un estado semejante destrozaría nuestros resortes y debemos bendecir lo que entorpece; sin esos sueños casi invencibles no conoceríamos despertares. La admiración, además, exige una especie de sobresalto. Contentémonos, pues, y estemos satisfechos de los dioses si alguna vez nos fue dado admirar».
La admiración es un estado de gracia, una condición para el oficio de pensar, para completar la tarea son necesarias la invención y el juicio. Guitton cree que para pensar es preciso cierta capacidad de imaginación, pero también después un criterio que sopese lo valioso. «El ideal sería llevar en sí mismo estos dos corceles a la vez y alimentar en sí a Don Quijote y a Sancho».
«Usted advertirá fácilmente (y Platón lo dijo primero antes que todos nosotros) que a esas dos facultades corresponden dos familias de espíritus. Unos tienen vocación a la medida, el juicio, la ponderación, la precisión, la paciencia: son espíritus lentos, pero seguros; carecen de imaginaciones y parecen triviales o pesados; su inteligencia necesita ejercitarse sobre la materia que otros les proporcionan (?). Los otros, por el contrario, tienen el don de la creación que amenaza arrastrarlos muy lejos de la realidad. Sin embargo, de no existir seres de esta especie, todavía estaríamos abriendo la tierra con arado de madera, leyendo la hora en relojes de sol, navegando sin timón, y quien sabe si se hubiera inventado la rueda».
La presente obra de Guitton es buena para todo tipo de lector. Su importancia consiste en que sugiere algunas ideas para cultivar actitudes intelectuales y para dirigir bien el pensamiento. Me parece ideal para estudiantes que inician la universidad y para quienes quieran conocer el pensamiento del intelectual francés. Además, y este es un plus, es una obra barata. Puede comprarlo en la Librería Loyola.