Si existe una cualidad sobresaliente en la autora de este libro consiste en la capacidad crítica con que analiza el mundo moderno. Es de esas personas con cuya agudeza y talento son capaces de ver más allá de lo que puede hacerlo cualquier mortal. Su método no parece extraordinario: utiliza datos estadísticos e información general que generan los medios de información para analizarlos y poner en evidencia las injusticias de este mundo.
El libro es una crítica exhaustiva y demoledora en contra del llamado mundo globalizado. Forrester descubre la superchería del discurso disimulado del «ultraliberalismo» y propone la destrucción de esa famosa «extraña dictadura». ¿Extraña?, se pregunta la escritora. Sí, extraña, pero fácilmente evidente para quien se tome la molestia de hacerle un pequeño examen.
El pequeño texto, porque apenas tiene 142 páginas, es de fácil lectura y es recomendable para toda clase de lectores interesados en comprender la dinámica en que se mueve el mundo «posmoderno». No cuenta con ningún índice y aparece más bien como un largo discurso pronunciado para lectores inclinados al mundo sociológico o político. Cada capítulo no posee título porque quizá quiere ser una especie de continuación con el punto analizado precedentemente. No hay introducción ni tampoco conclusión (cada uno debe sacar la suya propia).
¿Entonces, en esencia, qué dice Viviane Forrester? La escritora, que desde hace algún tiempo es una exitosa crítica francesa, asegura que en el mundo se ha implantado una extraña dictadura. Lo de extraña proviene de la lógica de quienes han construido el famoso mundo globalizado para aparecer de manera sutil e invisible, para no hacer olas y presentarse frente al mundo como un sistema justo y quizá el mejor de los mundos imaginables. Se trata de una presencia extraña, pero con una vitalidad sin precedentes.
Pero, además, es una «dictadura» porque como todas tiene intenciones de perpetuidad. Según los artífices del mundo globalizado el sistema ha venido para quedarse y oponerse a éste signo de estupidez, falta de visión y de negación absurda a la prosperidad que, supuestamente, genera en el mundo. Con tales premisas, dice la escritora, son pocos los que se animan a hacer una crítica porque el sistema rápidamente los califica como retrógrados y enemigos de la riqueza y el bienestar.
¿Pero, es cierto que el mundo que predican los apologetas del libre mercado genera beneficios para todos? De ninguna manera, dice la socióloga, un vistazo sobre las sociedades en donde se ha impuesto el llamado mercado libre pone en evidencia que se trata más bien de una estructura nefasta en donde los ganadores son los mismos del club. Los ricos son más ricos y los pobres más pobres. El llamado milagro asiático no ha sido sino una mentira colosal, dice, y ha demostrado, más bien, que al sistema lo único que le interesa es el lucro desmedido y a cualquier precio.
Los derechos humanos traen sin cuidado a la extraña dictadura. No le preocupa el desempleo, la salud, la educación ni nada en la que no vean beneficios tangibles monumentales. El mundo diseñado por el gran capital se mueve únicamente por las ganancias, pero no de cualquier tipo, sino las que se puedan hacer pronto y de proporciones inimaginables. De aquí que también se desinterese por lo ecológico porque lo importante es lucrar desmedidamente sin cuidar el presente y menos el futuro de todos.
«Para este régimen no se trata de organizar una sociedad, sino de aplicar una idea fija, diríase maniática: la obsesión de allanar el terreno para el juego sin obstáculos de la rentabilidad, una rentabilidad cada vez más abstracta y virtual. La obsesión de ver el planeta convertido en terreno entregado a un deseo muy humano, pero que nadie imaginaba convertido, o supuestamente a punto de convertirse, en elemento único, soberano, en el objetivo final de la aventura planetaria: el gusto de acumular la neurosis del lucro, el afán de la ganancia, del beneficio en estado puro, dispuesto a provocar todos los estragos, acaparando todo el territorio o, más aún, el espacio en su totalidad, por encima de sus configuraciones geográficas».
Esa rentabilidad abstracta y virtual es una característica del movimiento económico y financiero del mundo actual. Cada vez se trata más, dice Forrester, de un sistema que juega con supuestos, con imaginarios e hipótesis que al no ser tangibles igual que llega se va. Esto explicaría la prosperidad súbita de algunas naciones y las inexplicables quiebras también de un día para otro.
«La economía actual, llamada «de mercado», conduce precisamente a estos juegos incontrolables: a especular con la especulación, con los ’productos derivados’ de otros productos derivados, con los flujos financieros, con las variaciones futuras de las tasas de cambio, con distribuciones manipuladas y nuevamente con productos derivados artificiales. Una economía anárquica, mafiosa, que se extiende e introduce en todas partes mediante un pretexto: el de la ’competitividad’. Una seudoeconomía basada en productos sin realidad, inventados por ella en función del juego especulativo, separado a su vez de todo bien real, de toda producción tangible».
El sistema no ha funcionado y ha sido perverso para las mayorías, expresa en innumerables ocasiones la intelectual. El ejemplo típico se encuentra en Estados Unidos, Inglaterra y Francia (para poner ejemplos) en donde las estadísticas muestran un nivel de pobreza sin precedentes.
Es extraño ese «milagro» del mundo globalizado, dice la autora, cuando los Estados Unidos conserva desde hace 30 años el mismo número de indigentes: más de 35 millones de personas que viven por debajo del umbral de la pobreza en el seno de la primera potencia mundial. Dos millones carecen de techo. ¿Realmente se trata de un país desarrollado?, se pregunta Forrester.
«Los Estados Unidos, medalla de oro; Gran Bretaña, medalla de plata? ¡en pobreza! Que no se nos hable más con cualquier pretexto de la prosperidad y la alegría que reinan en los países de los sacerdotes del ultraliberalismo. Salvo que se excluya de la especie humana a los más desfavorecidos entre ellos».
Por tales circunstancias y ante la imposición de un modelo que se quiere presentar como único y sagrado (intocable) es necesario poner en evidencia sus fallos y poner las bases para un sistema más justo e igualitario para todos. Esa parece ser nuestra tarea inmediata para el futuro próximo. Si le interesa el libro puede adquirirlo en el Fondo de Cultura Económica.