No cabe duda que el tema ético es perenne y no deja de cuestionar la conciencia de los hombres. Sea para negarla o afirmarla los filósofos suelen explicarla tratando de encontrarle lógica al asunto. La cuestión consiste en primer lugar de entender qué es la ética y consiguientemente justificar teóricamente los postulados que estructuran tal edificación.
Dicha preocupación se remonta, si uno quisiera hacer una especie de historia de la ética, a los griegos. Habitualmente se dice que los primeros en tratar de entender el asunto fueron los sofistas para quienes ésta ?la ética- no era sino algo convencional, relativo y especialmente subjetivo. ¿Qué es el bien o el mal? Algo ligado a lo que el sujeto «cree» que sea bueno o malo. No hay absolutos, sino sólo opiniones de aquello que se cree sea así. Por eso, quizá, para ellos no vale la pena ni discutir sobre la bondad y la maldad de los actos, sería (digo yo) una pérdida de tiempo.
Los sofistas marcaron el arranque de lo que sería una larga tarea por comprender la acción humana que, dicho sea de paso, es el objeto de la ética ?al menos desde la óptica de la filosofía tradicional?. A partir de los sofistas se busca entender temas que están íntimamente relacionados con lo ético: la libertad, la conciencia, el ser humano, los motivos del obrar, la sanción, el mal y un etcétera de verdad apasionante para quienes tienen sensibilidad filosófica.
El tema de la libertad es básico y condición «sine qua non» para iniciar un estudio ético. La cuestión es que no se puede hablar de culpa, premio, bondad o maldad de los actos si no se parte de la convicción de que los actos son libres. De modo que un capítulo capital es salvar la libertad en el ser humano. La cosa parece clara, si un acto no proviene de la conciencia de haberse realizado porque a uno «le dio la real gana» no tiene sentido hablar de virtud ni de vicio.
Pero, ¿Es que realmente somos libres? Aún y cuando hay diversas opiniones, muchos se inclinan a pensar que sí y lo demuestran a través de diferentes formas: la experiencia cotidiana, la fenomenología del arrepentimiento, el compromiso y el contrato. La experiencia cotidiana, explican, es una prueba de libertad, pues, por ejemplo, usted no estaría leyendo este artículo si no es porque se le antoja, le da la gana y quiere hacerlo. Cuando ya se aburra y considere tonto leer esto deja el papel y ya. Igualmente, dicen en otro argumento, el arrepentirse de un acto supone que ese mal sentimiento experimentado proviene de la conciencia de libertad. Es decir, me siento mal, arrepentido de tal acto, porque sé que en el fondo lo hice yo, desde mi propia libertad, porque me dio la gana. Por eso me siento impío y miserable.
No es cierto, sin embargo, que haya una libertad absoluta. Nuestros actos en alguna proporción están condicionados por muchas cosas, la familia, la educación, los amigos, los medios de comunicación social y un etcétera que dificulta realmente saber qué tanto los actos obedecen a mi libre albedrío. Con todo, hay un espacio aunque sea mínimo de libertad que nos permite tomar decisiones. Pensar lo contrario nos conduciría a eximir de culpa al asesino, al que se copia en los exámenes, al corrupto y al holgazán de la oficina porque simplemente se podría pretextar que su acto no es culpa suya, sino de otros: el ambiente, sus papás, el mal salario, qué se yo.
Una vez resuelto los casos de la ética llamada general, conceptual o teórica, el próximo paso es el de la ética aplicada. Este es el tema que a muchos les apasiona porque se trata de la ética en su aplicación diaria: la eutanasia, la pena de muerte, el aborto, los contraceptivos, el matrimonio homosexual, el suicidio, las dietas, los transplantes, etc. Es un tema apasionante que quizá no sólo a diario se tenga experiencia personal (al menos de algunos temas), sino que también se evidencian en los medios de prensa.
El mismo cine, algunas veces, propone una reflexión al respecto, como lo hizo, por ejemplo, la película española «Mar adentro». El film expone el caso de Ramón Sampedro, un tetrapléjico, que durante 27 años vivió postrado en cama solicitando legalmente la posibilidad de la aplicación de la eutanasia. El argumento principal de su idea frente a las leyes es que él era libre y podía disponer, por eso, de su propia vida. «La vida es un derecho, no una obligación», insistía el hombre que, al final, opta, con ayuda de algunos amigos, por su propia muerte.
El caso de Ramón Sampedro, sin embargo, es sólo un caso entre tantos que han cobrado actualidad en los medios de prensa. Son habituales los casos de pacientes con enfermedades terminales, algunos con vida vegetativa, que piden personalmente ?cuando tienen conciencia? o que sus familiares no saben qué hacer con la vida de esos seres queridos.
Lo escrito hasta aquí no es sino un pretexto para presentar el libro de Herman Nohl que hace una reflexión crítica sobre la ética, pero sólo en sus aspectos introductorios. El libro forma parte de los famosos «breviarios» del Fondo de Cultura Económica que son, por su presentación y tamaño, obras para llevarse por todas partes e iniciarse en el tema. Si bien es cierto, el libro originalmente fue publicado en alemán en 1947, no deja de tener actualidad en cuanto representa una meditación sobre temas tradicionalmente abordados por la filosofía.
El libro presenta en su primer capítulo el tema de la autodeterminación moral, más adelante el de la libertad, la culpa, el arrepentimiento, la ley y la voluntad; para, finalmente desarrollar los temas del conflicto de lo moral, el espíritu de las comunidades y el límite de la ética. La obra, aún y cuando es introductoria, no es del todo fácil y exige, me parece, cierta iniciación en por lo menos temas filosóficos. De cualquier forma, es una forma deliciosa de acercarse al tema como un desafío y para, en todo caso, comenzar a habituar el paladar intelectual a temas menos superficiales.
Si no está dispuesto a comenzar con obras de este calibre, bien puede iniciarse con algún texto de Savater para que, una vez embelesado, pueda disfrutar con más fruición contenidos como este de Nohl.
La obra puede adquirirse en el Fondo de Cultura Económica y librerías del país.