La poesía ha estado presente en la humanidad desde sus orígenes. Nada tiene de raro sospechar que el hombre de las cavernas fuera poeta o, en su defecto, sintiera inclinación por la poesía. í‰sta no es una intuición carente de fundamento porque los cantos dedicados a los dioses, sus alabanzas, eran expresados poéticamente, con figuras, metáforas e imágenes que cantaban el poder de ese ser superior.
De este modo, la poesía ha sido, sin lugar a duda, un rasgo fundamental en los seres humanos. Y habría que considerar como un ser «extraño», «raro», «enfermo» y hasta «anormal» a quien no se sienta atraído por ésta. Digamos que la poesía es algo así como la danza, la sociabilidad y la libertad, sin los cuales el hombre ?el ser humano- no sería tal.
Evidentemente no todos somos poetas, pero tenemos (en términos generales) una inclinación hacia lo poético. De aquí que muchos en alguna etapa de nuestra vida se nos haya ocurrido escribir una poesía: de amor, protesta o simplemente quizá quejándonos por ser quienes éramos. í‰sta es la mejor prueba de que somos «entes poéticos», nacidos para el canto, el verso y el mundo simbólico.
Hay quienes guardan sus escritos poéticos y no los exponen nunca al mundo. Se descubren solo cuando éstos han muerto. Innumerables poesías dedicadas a musas desconocidas, a pasiones desbordadas, sentimientos lacerantes que oprimen el corazón. Los motivos son diversos, desde los que parecen triviales (como los que se puede dedicar a una mosca) hasta aquellos fundamentales como pueden ser los dedicados a Dios. El poeta no tiene límite y canta sobre aquello que lo saca de su indiferencia y lo toca.
Pero si los que escriben poesía son legión (y admitamos que en el fondo muchos nos consideramos vates), los verdaderos poetas son contados. Dios no ha querido bendecir a todos con el don que lo asemeja íntimamente a í‰l. Por eso, los buenos poetas son «rara avis», número reducido, grupo selecto en el que lo único que cuenta es simplemente la apropiación de un don celeste. De modo que, no nos engañemos, el poeta no aprende a ser poeta (aunque a muchos, los aficionados, nos ayuda enormemente tal ejercicio), sino simplemente se «es» poeta. El poeta es un ungido que, aunque no lo quiera, despide de sí poesía.
Es una especie de taumaturgo o mago que va repartiendo milagros por donde pasa. Es también como un sacerdote que consagra con su pluma cuando escribe. Es el que bendice o maldice en nombre de una fuerza sobrenatural. Es el filósofo por antonomasia, el que revela lo arcano y escondido, el que mejor puede testimoniar lo íntimo de las cosas. Así, los poetas son instrumentos de Dios por el cual í‰l se revela. No ha querido manifestar su voluntad sino a través de ellos. Un poeta es una especie de «Dios con nosotros», un bendito al cual habría que cuidar, como se cuida lo valioso.
Neruda, Guillén y León Felipe son parte de esos profetas, los escogidos que hacen visible lo escondido. Los autores no necesitan mayor presentación porque el valor de sus escritos ha sido reconocido por la crítica y basta una inmersión somera en ellos para enterarse de qué se está hablando.
Advirtamos este pequeño verso de León Felipe.
Nadie fue ayer,
Ni va hoy,
Ni irá mañana
Hacia Dios
Por este mismo camino
Que yo voy.
Para cada hombre guarda
Un rayo nuevo de luz el sol?
Y un camino virgen
Dios.
El camino de Dios, parece decir el poeta, es singular. No es el mismo para todos. Cada uno debe emprender el peregrinaje a sabiendas que su recorrido es virgen, nadie lo ha hecho, aunque la senda pareciera marcada y recorrida. Igual sucede con los rayos del sol que aparentemente nos afecta a todos. No, dice el poeta, cada rayo de sol es nuevo, es el tuyo, para ti y nadie más. De aquí que la experiencia de vida tenga un carácter original. Lo original está en que cada sujeto es único y quizá, al menos hasta hoy, irrepetible.
Neruda tiene muchas cosas maravillosas, pero para recordar una de esas genialidades, tomo el presente verso.
Amo el amor que se reparte
En besos, lecho y pan
Amor que puede ser eterno
Y puede ser fugaz.
Amor que quiere libertarse
Para volver a amar.
Amor divinizado que se acerca.
Amor divinizado que se va.
Los poetas pueden interpretarse de muchas maneras y es difícil ser portador de la voluntad o la intención del escritor. Lo mejor quizá consista en tratar de obtener lo que uno cree pueda ser la esencia del mismo y aplicarlo a la propia vida. El verso anterior es, en mi opinión, una expresión de la fugacidad del amor que bien podría ser eterno cuando se lo experimenta. Por eso el amor es «divinizado» cuando se acerca o se va.
Finalmente y, para concluir, un extracto de la poesía de Nicolás Guillén.
No sé por qué piensas tú,
Soldado, que te odio yo,
Si somos la misma cosa
Yo,
tú.
Tú eres pobre, lo soy yo;
Soy de abajo, lo eres tú:
¿De dónde has sacado tú,
Soldado, que te odio yo?
La interpretación del poema es tarea suya.