Haré una pausa el día de hoy para hacer un recuento de las obras comentadas el año pasado, aprovechando que es el primer sábado del año (mi primer artículo sabatino del 2007). Revisaré mi carpeta, yo la titulo «comentario de libros», a sabiendas que no todas las columnas están registradas porque no siempre escribo desde la comodidad del hogar y porque no siempre logro guardar una copia de éstas, y compartiré algunas cosas que, de repente, pueden ser provechosas para usted y para mí.
En primer lugar, debo decirle que eso de comentar libros cada sábado es una tarea fabulosa, interesante, gozosa (aplique usted los calificativos que quiera) pero que requiere de una disciplina y paciencia, como dirían en Nicaragua, «salvaje». Leer es lindo, dicen los publicistas, pero también sacrificado, hay que gastar nalgas, vistas, paciencia, energía, concentración, tiempo? es todo un acto ascético. El que diga que leer sólo produce placer es porque lo hace raramente, cuando tiene tiempo, no tiene compromiso y se puede dar el gusto de leer un libro en dos meses. Claro, eso es como ver a la mujer una vez por semana, excitante.
No me malinterprete, no quiero decir que leer libros para comentarlos es una tarea de mártires, no es cierto, mentiría si lo dijera. Sólo digo que es hermoso pero que requiere sacrificios también. Hay cosas excitantes en la tarea lectora que vale la pena comentar. A mí me gusta el oficio desde que estoy en la librería y veo un libro. Un libro puede llegar atraer tanto como una mujer hermosa por la calle (aunque no tanto, quizá no hay que exagerar). Es siempre placentero tomar el libro nuevo, olerlo, acariciarlo y pasarle las manos, abrir sus páginas ?suena muy porno, pero así es-. Ver la portada, encontrarse con el índice, medio leer la introducción y ver cada capítulo. Eso es una experiencia muy buena que no demerita ni siquiera con los libros malos.
Una vez olido los libros, sentirse atraído por ellos, es menester decidirse por sólo algunos. El proceso de selección es complicado porque hay libros buenos, pero no siempre adquiribles (siempre hay defectos). Hay libros prohibitivos por el precio, porque el autor es complicado ?los filósofos alemanes son un buen ejemplo-, porque es muy grueso y para la ocasión no funciona, porque están en mal estado, no sé, siempre hay razones para dejar un libro en su anaquel. Pero una vez hecha la selección sigue la tarea de la ilusión lectora.
Cuando se compra un libro hay una ilusión en el corazón parecida a la de los amantes que deciden casarse. Uno cree que le atinó al libro (justo como cree la mujer con el joven con quien se casa). Yo voy ansioso de la librería a casa y si puedo en cada semáforo reviso el libro, lo levanto, siento su peso y veo con detenimiento su portada. Es todo un acto de lujuria ?que se espera sea intelectual-. Una vez llegado a casa, subo a mi oficina, me descalzo, hago la señal de la cruz (como acostumbraban los cristianos antes de hacer el amor) y empiezo.
A veces hay desilusión, claro, el libro no es como uno pensaba. Hay libros aburridos, desordenados, farragosos, interminables, complicados. Estos son los peores. Pero una vez comprados, hay que hacer el esfuerzo, una página, dos, tres, hasta completar a veces 150 ó 200. La idea es irle tratando de encontrar el gusto, ver las calamidades del autor, sus pobrezas, su falta de pericia, su capacidad divina para hacer del texto algo digno de Ripley. A veces es sólo un capítulo, a veces son dos y frecuentemente es todo el libro el malo. Aquí hay que reconocer con humildad que uno se equivocó al comprar semejante abominación.
La lectura del libro es la mitad del camino para comentarlo. Luego viene una pesadilla que puede ser peor que la lectura de Kant, Hegel y Heidegger juntos: escribir la reseña. Escribir no siempre es fácil. Requiere de tiempo, paciencia e inspiración. Hay que sentarse y, una vez invocado todos los dioses, escribir la primera oración. Hay que reescribir, criticarse, borrar, corregir, releer, dejarlo (si hay tiempo) un par de días y, finalmente, publicarlo. Es tedioso ?mienten, me parece, los que dicen que escribir es una pasión que llena de felicidad-. Claro que hace feliz, pero esa dicha hay que conquistarla con sudor, nalgas, imaginación y paciencia. Para terminar a veces con artículo «maleta» porque uno reescribió tanto que le salió un adefesio. La idea hermosa se quedó en el tintero. Claro, al lector le parece fácil dar su veredicto: «este artículo es una calamidad». Nunca piensa en que las musas desgraciadas no hicieron nada por uno.
Un pecado para el que comenta libros es o la propensión al canto laudatorio o a acto defecatorio de textos. ¿Hay que hacer justicia con el libro? Claro que sí, pero eso de la justicia es complicado. A veces se le pasa la mano a uno alabando las virtudes inexistentes de los libros. Yo mismo me he arrepentido a veces de tanto incienso esparcido (parezco cura), pero es inevitable a la condición humana ?al menos esa es mi coartada-. Algunos libros comentados son de amigos o enemigos para con los cuales es complicado hablar de «justicia literaria». Eso nos pasa a todos (creo), hasta a los críticos más respetados que acostumbran a bendecir las obras de sus cuates y mandar al índice la de los que no son parte del grupo. Es la condición humana, digo yo.
¿No debería ser así? Absolutamente, estoy de acuerdo. Uno debería ser equilibrado en dar su opinión, imparcial, según se dice, pero bueno es ese el ejercicio que todo comentarista hace, supongo. La justicia, en todo caso, es más fácil que se haga presente con autores desconocidos y lejanos. Para mí es más fácil criticar, por ejemplo, a Gí¼nter Grass o a Benedicto XVI que a Carlos René García o a Rodolfo Quezada. Son muy vecinos a mí y, al menos el primero, es mi cuate. ¿Hipocresía? Quizá, pero el lector avisado y despierto sabe advertir las cosas y ponerlas en su justa dimensión.
El año pasado comenté algunos autores nacionales entre los que destacan Víctor Muñoz, Francisco Alejandro Méndez, Marco Vinicio Mejía y Jorge Godínez. Todos son respetables para mí. Víctor Muñoz es uno de mis favoritos, escribe bien y me gusta su ingenio. Paco Méndez tiene un sentido de humor fuera de serie, intuitivo y un talento del que todavía gozaremos (eso espero) por mucho tiempo más. Marco Vinicio Mejía es un escritor que parece gozarse más en el ejercicio del ensayo. Es un tipo disciplinado, tenaz y con deseos siempre de ofrecer algo novedoso a los lectores. Godínez es fuera de serie, buena persona, sencillo, platicador y siempre con alguna historia qué contar para sorprender. Como escritor es talentoso, su Rockstalgia y su Miculax personalmente me gustan.
Finalmente, escribí muchos comentarios de obras ofrecidas por el Fondo de Cultura Económica. Me he inclinado por autores filósofos como Hegel, Nietzsche, Cassirer y Ellacuría, pero también me he estado involucrando en temas más de tipo cultural. He comentado libros sobre los aztecas, los mayas, los españoles, los judíos, los olores y si sigo así llegaré a comentar libros sobre las trabajadoras del sexo en la España del siglo XVI y XVIII (confieso que la idea me encanta). Espero que los trabajos le gusten y lo disfrute tanto como yo.
Nos saludamos el próximo sábado.