Es innegable que todos los guatemaltecos ?a menos que estemos desquiciados? deseamos un estado social mejor, pero, lamentablemente, la sociedad no podrá mejorarse mientras la coexistencia social no se establezca sobre bases firmes y no se modifiquen profundamente las obsesiones dominantes con respecto al dinero y al poder. Generalmente, los gobiernos no quieren iniciar estas tareas; empero, cuando alguien las promueve es perseguido, satanizado y amedrentado.
De ahí que, a pesar de que la psique guatemalteca está atávicamente herida ?entre otras razones? por tanto crimen, por tanto desarraigo, por tanta intolerancia, por tanto desaparecido, por tanta extorsión, por tanta coacción, por tanto dogmatismo, por tanta irresponsabilidad, por tanta corrupción, por tanta insensibilidad, por tanta exclusión, por tanto centralismo, por tanta idolatría, por tanta discriminación, por tanta injusticia, aun así, a riesgo de que este país derrape para siempre el destino de sus hijos en las cloacas del infierno, la sociedad civil ?ante la gélida ausencia de una sociedad política comprometida con el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo? debería salir del ostracismo y luchar a viento partido por una sociedad mejor.
Sin embargo, el pueblo no sale a defender sus derechos porque desconoce la realidad de las cosas o porque el azar coloca un oportuno salvavidas en el escenario sociopolítico, aunque no puede negarse que las maras, la delincuencia común, el crimen organizado, la corrupción, entre otros caballos apocalípticos, son ya expresiones del estallido social que irrumpió para quedarse hasta que se realicen reformas estructurales en todo el andamiaje estadual.
Por demás, la poca organización social que hay está atomizada. Y los partidos políticos son delegaciones electorales, lejos, muy lejos de trascender históricamente. Abundan también las válvulas de escape que generan ingresos para paliar la crisis de algunos sectores (verbigracia, la gran migración, el narcotráfico, la piratería, el auge del turismo de los últimos años o la oferta de productos usados que el primer mundo envía para el consumo de segunda categoría). De esta manera se distorsionan las condiciones subjetivas y se debilitan las posibilidades para el despliegue de la lucha socio política auténtica que derive en la evolución democrática de Guatemala.
Empero, la sociedad sigue desestructurándose y el medio ambiente también pues esta clase de neoliberalismo de segunda clase está empeñada en la continuidad de una sociedad fundada en el aislamiento, la separación, el alejamiento, la desunión y el egoísmo entre congéneres. Y en verdad que lo van logrando. Guatemala es hoy en día el paradigma de la desfragmentación social.
Pero, ¿qué hacer ante la presión que ejerce el neoliberalismo en todos los aspectos de la vida? Esta pregunta es fundamental, porque el neoliberalismo es mucho más que sólo un modelo económico. Peor aun, si es cierto que toda estructura proyecta su propia superestructura, entonces es comprensible que la desestructuración de la sociedad actual es un efecto de la forma en que se hace la economía. Dejar hacer, dejar pasar es su consigna; el consumismo es el motor del proceso económico; la competencia es la sístole y la diástole que alimenta la producción y el individualismo (léase, egocentrismo) es el horizonte de espera al cual se desbocan todos y cada uno de los miembros de la sociedad sin miramiento de las secuelas que van quedando en el camino.
Entender que una sociedad no es de tal o cual manera por casualidad es algo que aún no ocupa un lugar en la conciencia ciudadana guatemalteca. Procurar que el pueblo lo comprenda debería ser la tarea prioritaria de las fuerzas progresistas y democráticas. ¡Eso es lo que se llama construir ciudadanía! A partir de ahí una nueva cognición de los asuntos históricos actuaría como una fuerza sísmica que empujaría a las fuerzas políticas, económicas, sociales y culturales hacia un nuevo horizonte; como por ejemplo, imprimiéndole modificaciones humanitarias ?sostenibles y sustentables? al proceso económico para que proyecte ?gradual y progresivamente? una nueva superestructura en la cual el ser social no niegue al ser individual, ni el ser individual niegue al ser social.
Todo esto viene al caso porque las elecciones son como una danza variopinta en la cual ocurre de todo para que todo siga siendo igual, menos lo esencial: que el proceso político electoral desemboque en un proceso de desarrollo económico, social y cultural en función del bien común. Por supuesto, ello no es posible pues, el proceso político electoral también es coherente con la base estructural neoliberal que le da sustento. De ahí que el proceso político electoral se desenvuelve como cualquier proceso mercantil, donde la oferta y la demanda bullen por doquier porque el predicamento del neoliberalismo es: ¡todo lo que pueda venderse que se venda!
Con base en esa concepción, un político exitoso es aquel que gana las elecciones. Entonces, para ganar elecciones hay que conseguir suficientes votos a como dé lugar. El que no logra los votos suficientes para ganar una elección se convierte ipso facto en un político fracasado. Empero, ello no puede obtenerse a menos que se tenga capacidad para comprar esos votos, ora regalando gorritas, ora poniendo vayas de publicidad, ora regalando calendarios, ora pactando con los propietarios de los medios de comunicación, ora comprometiendo privilegios con los diversos patrocinadores, en fin, ligando el alma al diablo?
Por tales razones, lo que menos importa es cumplir las promesas que con tanta enjundia se ofrecen a los cuatro vientos, al fin y al cabo que hace ratos que Maquiavelo dijo que el príncipe no está obligado a cumplir sus promesas pues, lo que importa es conquistar o mantener el poder. En consecuencia, a los grupos tradicionales de poder lo único que les interesa es mantener sus canonjías; al empleado público, que no lo destituyan; al religioso, que le garanticen el ara para su fundamentalismo; al activista social, que no obstaculicen su modus vivendi?
Y colorín colorado, todo ello seguirá siendo así en tanto el neoliberalismo siga reinando, o sea, en tanto la sustentación económica se base en la competencia, el individualismo y la competencia, es decir, en tanto no se establezcan nuevos cimientos económico productivos, como podría ser la economía mixta: privada, estatal y cooperativa, inteligentemente gestionadas cual si se tratara de un país, tres sistemas, las tres, como una sinfonía dando lo mejor de sí por el bien de Guatemala, para erguir así un nuevo Estado fundado en la cooperación, la solidaridad y la complementariedad, que garantice el mínimo vital a sus ciudadanos, y así todos y todas puedan desarrollar su totalidad humana, expandir su espíritu, derrotar la pobreza, vivir fraternalmente entre congéneres y en armonía estratégica con la naturaleza.