Entre la tradición oral guatemalteca existen muchos cuentos de aparecidos que según muchas personas los han visto. Esta fantasía oral sobre la Siguanaba, el Sombrerón y muchos otros más han logrado sobrevivir gracias a que el licenciado Celso Lara Figueroa ha ido de población en población rescatando estos cuentos orales y lograr que sean publicados en libros, lo cual es un valioso rescate.
Hoy presentamos un cuento que me relataron hace algunos años cuando era un jovencito, y como este hay otros que se quedan en nuestra mente. Hoy publicamos uno relacionado con la Siguanaba, dice así:
Por poco se lo gana la Siguanaba
Juan era famoso en Zacapa por tener muchas enamoradas. Como era de buen porte y físico, las mujeres dejaban escapar un suspiro cuando lo miraban. í‰l, conocedor de que tenía carita, se valía de ello para enamorarlas.
Un día llegó al pueblo una bella patoja oriunda de Estanzuela, lugar famoso por la belleza de sus mujeres (según se cuenta, en esta zona del país vivieron muchos españoles y es por eso que los habitantes son de ojos grises y azules y de piel blanca).
Juan gustaba de ir al gimnasio y allí precisamente conoció a Flor, como se llamaba la originaria de Estanzuela. Desde que la vio se impresionó de la belleza de la joven, ella lo mismo; pero, mujer al fin, más recatada, hizo como que no le puso atención. El joven gustaba de mostrar sus músculos para impresionar a las jovencitas y como era un experto jinete le agradaba andar en la finca de su familia montado a caballo junto a alguna dama que al final, como lo planeaba, se la llevaba al río, donde la seducía.
Eran muchas las jovencitas que habían caído en sus redes y como tenía la costumbre de comentar sus conquistas, en el pueblo se había ganado el desprecio de mucha gente, porque no hay peor cosa que andar contando sus conquistas y poniendo en evidencia la virginidad de una mujer. Pero a él, al fin machista, eso le gustaba, contar cómo hacía el amor a las jovencitas y cómo a muchas les había robado su primer beso.
?Fijate, vos ?decía en la cantina?, ayer me llevé a la Maritza, luego de sobijearla la desnudé y me la pasé como tres veces. ?No te creo. ?De verdad, y si ni era virgen como muchos creen ?decía y se reía. Al mesero le caía muy mal, y Juan lo sabía, por eso lo provocaba. ?Vos, mesero, José me llamó y lo sabés bien, como sea? a vos ya no se te para ¿verdad? ?Andá al diablo. Vos sos el que te llevas, por tu cara bonita, la de andar contando tus amoríos, y a mí se me hace que sos hueco, fijate, y por eso hablás de las mujeres.
Juan se enardeció y sacó la pistola. La intervención del amigo evitó un río de sangre, porque el mesero también sacó la suya. Y es que en esos lugares todo el mundo anda con pistolas, hasta los jovencitos de 13 años ya procuran tener armas, máxime si son de alguna aldea de Zacapa.
A Juan se le había metido entre ceja y ceja el conquistar a Flor y esto lo ponía de mal humor. «Son babosadas», se dijo, «le voy a hablar aunque sea la primera vez que lo hago». Estaba acostumbrado que la mujer fuera quien le hablara primero. Pero Flor ya tenía conocimiento de este joven aventurero y se resistía a platicar con él.
En el pueblo se escuchaban rumores de que muchos habían visto a la Siguanaba por el río grande. Las historias venían de boca en boca, de generación en generación, y estas leyendas se las contaban hasta a los niños, quienes eran los más curiosos y entraban en miedo.
Cuentan las leyendas orales que la Siguanaba persigue a los hombres enamorados que andan borrachos, se aparece en los ríos y tiene un cuerpo muy bello, con cara de caballo. Según la historia, esta era una mujer muy bella que vino de España en tiempos de la colonia a Santiago de los Caballeros (hoy Antigua Guatemala), era hija de un alto funcionario de la Corona en este país y era la atracción de todos los jóvenes. Un día su enamorado la llevó a un río y la violó. Ella en venganza hizo un pacto con el diablo y así logró vengarse del novio, que a los pocos días apareció tirado en las orillas del río y con el cuerpo lleno de rasguños. El joven se volvió loco y era el hazmerreír del pueblo, por lo que sus padres, que eran honorables del Reyno de Guatemala, decidieron mandarlo a España para ver si lo lograban curar, pero antes de partir, apareció muerto cerca del río, colgado de una viga y el rostro se le miraba lleno de terror.
Los niños, cuando escuchaban este cuento oral, se asustaban; los más listos preguntaban si también se aparecía allí donde ellos vivían; sí, les decían los mayores, la Siguanaba, como es un espíritu diabólico, anda ganando almas y se aparece en cualquier pueblo del país; hasta en la capital la han visto, allá por el Barrio El Gallito, decían quienes contaban esta leyenda.
Era tarde, como a eso de las once de la noche, cuando Juan salió de la cantina, se subió al caballo y se fue para la finca.
Se le ocurrió, para llegar más rápido, cruzar por el puente donde pasaba el río caudaloso. Se bajó del caballo y se dirigió al monte, pero en eso vio a Flor que estaba risa y risa. «No lo puedo creer», se dijo, «Â¿qué hace ella aquí y a esta hora? El deseo de poseerla hizo que se acercara aprisa donde ella se estaba bañando. Al verla se le iluminó el alma. ¡Oh, que sorpresa! ?se dijo. ¿Como es posible? Ella se echaba el pelo hacia atrás y se cubría la cara con el mismo; mientras él más se acercaba, ella se peinaba y el cabello le crecía. ¿Cómo estás, Florecita? ?Le decía, y ella lo llamaba; él quería tocarla, pero ella cada vez se retiraba y lo llamaba.
Cuando a Juan se le ocurrió ver para atrás, se dio cuenta que estaba lejos del puente. ¡Cómo es posible? ?reaccionó. ¡Dios mío, protéjeme! ¡¡¡Esta es la Siguanaba!!! ?gritó. La mujer le dejó ver el rostro con cara de caballo y se le abalanzó. Juan gritó. ¡¡¡La sangre de Cristo me proteja!!! La mujer pegó un alarido y desapareció.
Juan no se acuerda cómo llegó a su casa, de donde lo salieron a encontrar al escuchar los gritos: ¡¡la Siguanaba!! ¡¡La Siguanaba!!?
Pasó varios días enfermo de fiebre, y cuando ya se recuperó sus papás lo enviaron a la capital para que continuara sus estudios de agronomía, que había abandonado en la Universidad de San Carlos solo por el hecho de llevárselas de machito y de andar enamorando a toda jovencita en el pueblo.
Juan ya es ingeniero agrónomo, pero no se le olvida ese paso de su juventud donde su machismo lo hizo pasar el terror de ver a la Siguanaba.