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Nevaba copiosamente y el frío calaba al jinete que tiritaba sobre su cansado caballo. Tras mucho andar por fin el hombre divisó una posada a la cual se dirigió, pero al entrar al comedor vio que todos los asientos alrededor de la chimenea estaban ya ocupados.
El no poder acercarse a calentar las manos lo disgustó mucho, pero en seguida se dispuso a ejecutar su plan.
-Mozo, dijo en voz alta al encargado del lugar, quiero que le lleve en seguida a mi caballo dos docenas de ostras muy frescas.-
El muchacho obedeció y todas las personas que estaban alrededor del fuego y que habían oído tan extraña petición, no pudieron resistir el deseo de ver un caballo que comía aquel manjar tan exótico y levantándose corrieron a la caballeriza a observar el espectáculo.
Entre tanto el viajero tomó posesión del mejor asiento junto al fuego. Al poco rato volvió el mozo a decirle que el caballo no quería comer las ostras, lo cual fue confirmado por la comitiva de curiosos.
-¡Cómo!, ¿no las quiere?–dijo muy serio,. . . entonces tráiganlas aquí y me las comeré yo a su salud!-
Hay personas astutas que se aprovechan de las debilidades de otras menos inteligentes.