LA ASTUCIA DE UN VIAJERO


César Guzmán
cesarguzman@yahoo.com

Nevaba copiosamente y el frí­o calaba al jinete que tiritaba sobre su cansado caballo. Tras mucho andar por fin el hombre divisó una posada a la cual se dirigió, pero al entrar al comedor vio que todos los asientos alrededor de la chimenea estaban ya ocupados.

El no poder acercarse a calentar las manos lo disgustó mucho, pero en seguida se dispuso a ejecutar su plan.

-Mozo, dijo en voz alta al encargado del lugar, quiero que le lleve en seguida a mi caballo dos docenas de ostras muy frescas.-

El muchacho obedeció y todas las personas que estaban alrededor del fuego y que habí­an oí­do tan extraña petición, no pudieron resistir el deseo de ver un caballo que comí­a aquel manjar tan exótico y levantándose corrieron a la caballeriza a observar el espectáculo.

Entre tanto el viajero tomó posesión del mejor asiento junto al fuego. Al poco rato volvió el mozo a decirle que el caballo no querí­a comer las ostras, lo cual fue confirmado por la comitiva de curiosos.

-¡Cómo!, ¿no las quiere?–dijo muy serio,. . . entonces tráiganlas aquí­ y me las comeré yo a su salud!-

Hay personas astutas que se aprovechan de las debilidades de otras menos inteligentes.