Nuestros temores pueden ser imaginarios


Carlos Cáceres

Un hombre llegó a la orilla de un rí­o muy ancho que debí­a atravesar. Era pleno invierno y una capa de hielo cubrí­a el agua.

Le preocupaba que al poner sus pies sobre la superficie el hielo se quebrara y de esa manera morir ahogado en aquellas gélidas aguas. Pero le era indispensable cruzarlo, así­ que primero puso las dos manos, luego un pie y después el otro y así­ a gatas y poco a poco fue avanzando.

Al llegar a la mitad sintió un estrepitoso ruido detrás de él. Se volvió y vio que una carreta cargada de leña tirada por cuatro caballos cruzaba el rí­o a todo correr. El hombre se levantó y se dijo a sí­ mismo:

-«Si yo lo hubiese sabido?»-

Y siguió tranquilamente hasta la orilla. Tan solo le hubiera bastado examinar bien la situación para darse cuenta que el rí­o estaba completamente congelado y que no habí­a en absoluto nada que temer.

Antes de rendirnos a algo que nos espanta debemos detenernos a ver si en verdad se justifica el temor. Luego demos un paso de fe.

La confianza es la madre de las grandes acciones.