Un hombre llegó a la orilla de un río muy ancho que debía atravesar. Era pleno invierno y una capa de hielo cubría el agua.
Le preocupaba que al poner sus pies sobre la superficie el hielo se quebrara y de esa manera morir ahogado en aquellas gélidas aguas. Pero le era indispensable cruzarlo, así que primero puso las dos manos, luego un pie y después el otro y así a gatas y poco a poco fue avanzando.
Al llegar a la mitad sintió un estrepitoso ruido detrás de él. Se volvió y vio que una carreta cargada de leña tirada por cuatro caballos cruzaba el río a todo correr. El hombre se levantó y se dijo a sí mismo:
-«Si yo lo hubiese sabido?»-
Y siguió tranquilamente hasta la orilla. Tan solo le hubiera bastado examinar bien la situación para darse cuenta que el río estaba completamente congelado y que no había en absoluto nada que temer.
Antes de rendirnos a algo que nos espanta debemos detenernos a ver si en verdad se justifica el temor. Luego demos un paso de fe.
La confianza es la madre de las grandes acciones.