Apuntes sobre los orí­genes de la Cuaresma en Guatemala


Representación de la Cuaresma con siete pies, que simbolizan las siete semanas que dura. También va cargada de pescados por ser la dieta que impone el ciclo sacro especialmente los Viernes de Cuaresma (Museo de Historia de la USAC).

Cuaresma y Carnaval

Como vimos en artí­culo del Miércoles de Ceniza pasado, Cuaresma y Carnaval son inseparables e indivisibles. Por tanto, expondremos, en apretada sí­ntesis, algunos datos sobre el Carnaval y su relación con la Semana Santa.

Celso Lara

Era frecuente el acompañamiento del entierro del Carnaval en Europa por personajes caracterizados de viudas, generalmente representados por hombres o muchachos vestidos de mujer ataviados con velo de luto, que lloraban a gritos la muerte de su marido.

En España, el entierro simbólico del Carnaval que se realizaba en esta fecha recibí­a el nombre de Entierro de la Sardina, y según Julio Caro Baroja, era fiesta que se celebraba desde los siglos XVI y XVII. Aparece representado este festejo popular en el lienzo del mismo nombre cuyo autor es el famoso pintor Francisco de Goya, obra que forma parte de la colección del Museo de la Academia de San Fernando de Madrid. Aparece en ella una multitud de enmascarados en el centro de la cual va un personaje que porta un pendón o estandarte que lleva pintada una cara sonriente de grandes dimensiones. Va acompañado de un nutrido cortejo de disfraces, entre los cuales sobresale el diablo trajeado de negro con los infaltables cuernos y con máscara de calavera, una vieja y tres mujeres. Dentro del grupo se observa numerosos niños en gozosa participación.

En Guatemala, el Carnaval adquiere determinadas significaciones, como las mencionadas en remotas aldeas del oriente de Guatemala, y el entierro de la sardina aún se puede observar en Totonicapán. Sin embargo, creemos, su significación profunda se ha perdido ya en la memoria colectiva.

El perí­odo que establece la Iglesia Católica para conmemorar la Semana Santa, coincide exactamente con el inicio de la primavera y, por ser un perí­odo de cambio estacional, ha sido propicio para la celebración de rituales en numerosas culturas. La Pascua Florida o Domingo de Resurrección es el primer domingo siguiente al plenilunio del equinoccio de primavera y cae en el lapso comprendido entre el 22 de marzo y el 25 de abril.

El inicio de la estación primaveral es poco visible en nuestro paí­s ya que, todo el año hay brillo del sol en un largo trecho del dí­a y abundante vegetación. Sin embargo, en los paí­ses del hemisferio norte, después de la estación invernal, en que el clima es frí­o y la vegetación es escasa. Los árboles se despojan de sus hojas y el perí­odo que ilumina el sol durante el dí­a disminuye sensiblemente. La llegada de la nueva estación es un contraste muy marcado: se alarga paulatinamente la duración de la luz solar, los troncos aparentemente sin vida comienzan a tener nuevos brotes, las plantas comienzan a florecer y es la ocasión de preparar los campos para la siembra: Este cambio tan notorio se ha celebrado con complejos rituales posiblemente desde el perí­odo neolí­tico, cuando las sociedades humanas establecidas ya en poblados permanentes comenzaron a desarrollar técnicas agrí­colas.

Al tener que permanecer en un lugar hasta recoger la cosecha, comenzaron a observar con más detenimiento el ritmo inalterable de la naturaleza y las modificaciones ocasionadas por el cambio de ubicación de la tierra en relación al sol y la influencia de ellos sobre la vida terrestre. A estos fenómenos buscaron explicación atribuyendo a seres sobrenaturales estas variaciones a las que habí­a que propiciar con ceremonias rituales que se fueron haciendo dí­a a dí­a más complejas, y formaron parte de un culto a la vida y al constante renacer de la vegetación que permanece aparentemente dormida durante el invierno; así­ como también a la germinación de las semillas que durante esta estación eran arrojadas a la tierra donde permanecí­an aparentemente sin vida y después de algunos dí­as evidentemente comenzaban a germinar. Dioses que mueren y resucitan se encuentran en toda Europa, incluyendo las Islas Británicas, entre ellos podemos citar a Frei y Balder para el norte de este continente, y Osiris, Adonis, Dionisio y Attis que eran reverenciados en la región Mediterránea. Nos referimos en forma muy sucinta a divinidades de esta última zona por considerar que tuvieron muy importante influencia sobre el Cristianismo.

Sin discutir la trascendencia de Cristo en la historia y la vigencia de su mensaje de amor y solidaridad entre los hombres, pensamos que es fundamental hacer referencia a los rituales consagrados a estos dioses, celebrados al inicio primaveral en las antiguas culturas ubicadas en la región que baña el mar Mediterráneo y de las cuales, como ya señalamos, el Cristianismo fue adoptado paulatinamente elementos que fueron incorporados a su cuerpo de creencias, precisamente por la caracterí­stica que atribuyó el Cardenal Danielou a los primeros cristianos y que consideramos que fue una de las claves de su éxito: la de cristianizar la modalidad nacional de la vida, primero de manera informal y posteriormente siguiendo polí­ticas establecidas por el papa San Gregorio, el Grande.

Empleando como ví­a el Mediterráneo -Mare Nostrum para los romanos- antiguos pueblos navegantes establecieron prolongados contactos e intercambios económicos y culturales con otras civilizaciones de esta área, inclusive, asentaron colonias permanentes en una u otra rivera. Esta movilidad favoreció la constitución de un abigarrado mosaico de culturas.

Durante el perí­odo histórico que cubrió el Imperio Romano fue especialmente notoria la importancia de cultos de origen oriental que, en algunos casos son traí­dos a territorio europeo por los propios funcionarios estatales delegados a las colonias ubicadas en el área oriental que, fascinados por estos cultos de los que se hací­an adeptos los trasladaban luego a sus regiones de origen; otros fueron introducidos por la costumbre romana -Evocatio- de propiciar los dioses oriundos de los lugares que pretendí­an conquistar ofreciéndoles erigirles altares en Roma y consagrarles un culto, otros penetraron desde Grecia a través de Etruria siendo a su vez oriundos de Asia Menor. Todos ellos lograron amplia difusión en territorio europeo. Algunos llegaron a este continente antes que el Cristianismo, otros compitieron con él y a la larga fueron vencidos, propagándose la fe triunfadora por toda Europa y desde allí­ a otros continentes.

Todos los dioses asociados a la vegetación, de los que haremos una breve referencia, pertenecí­an a religiones mistéricas que eran denominadas así­ por los misterios que formaban parte de la doctrina de cada una, en los que era obligatorio creer pero que no tení­an explicación. Para ser aceptado como un miembro activo de dichas religiones, los aspirantes debí­an pasar por un perí­odo de iniciación en estos misterios que constituí­an la parte más importante de estos credos, y se comprometí­an a guardar el secreto recibido. Todos los devotos así­, participaban en los conocimientos secretos compartidos y sentí­an que a través de las prácticas rituales establecidas llegarí­an a alcanzar una vida mejor. Todas estas religiones garantizaban a los devotos vida ultraterrena y durante la época comprendida entre el año 334 Antes de Cristo y el 327 Después de Cristo se incrementó notoriamente su auge y se intensificaron las acciones emprendidas por ellas para lograr adeptos. En este tiempo era una obligación y a la vez un privilegio descansar sobre los miembros más humildes de la sociedad.

Osiris, Dionisio, Adonis o Tammuz y Attis, todos de origen oriental fueron dioses que morí­an y sucesivamente resucitaban, todos conmemoraban este prodigio al inicio de la primavera cuando sus devotos recordaban con aflicción su muerte y celebraban con alboroto la resurrección. Todos fueron conocidos y venerados en el mundo romano.

Osiris, dios de la vegetación en un comienzo y posteriormente de la muerte para los egipcios era esposo de la gran diosa de la Tierra. Asimismo Tammuz, otra deidad del Mediterráneo oriental era también consorte de la diosa que representaba la tierra madre y que recibí­a el nombre de Isthar o Astarte según la región donde se la venerase. Según el mito, Osiris, muerto y despedazado por su hermano Seth, recobró la vida después que su esposa Isis recogió los pedazos de su cuerpo trasladándose en peregrinación para recuperarlos uno a uno. Al unirlos consiguió resucitarlo por medios mágicos. Dentro de los sí­mbolos con que se le representaba está el desgranador, lo que lo identificaba como dios de la agricultura cuyo conocimiento enseñó al pueblo egipcio.

El culto a Osiris ofrecí­a a sus devotos vida después de la muerte y para ser admitido en él habí­a que pasar por un perí­odo de iniciación y cumplir una serie de reglas: no matar, proteger a los desvalidos, obrar con rectitud, etc., es decir establecí­a un verdadero código de moral. Era practicado en el Delta, el Alto y Bajo Egipto y junto con el de otras deidades egipcias, su culto se difundió a extensas regiones del Imperio Romano.

Su principal santuario se encontraba en Abydos, lugar que se convirtió en un sitio de peregrinación al que concurrí­an anualmente los creyentes a contemplar las representaciones de la muerte y resurrección del dios que se realizaban a la entrada de la primavera y que fueron descritas por el historiador griego Herodoto, quien tuvo la oportunidad de presenciarlas en el templo ubicado en Sais y que describe así­: «?Dentro del recinto se levantan también dos grandes obeliscos de piedra y junto a ellos hay un lago hermoseado con un pretil de piedra bien labrado en cí­rculos, tamaños a mi parecer, como el lago de Delo, que llaman redondo. En ese lago hacen de noche representaciones de aquel a los cuales los egipcios llaman misterios. Acerca de esto, aunque sé más sobre cada punto, guardaré piadoso silencio salvo para lo que no serí­a pí­o decir?» En otra parte de su obra indica «Osiris en lengua griega es Dionisio».

Según autores consultados, los misterios de este culto tuvieron influencia decisiva sobre las religiones mistéricas posteriores dentro de las que se encontraba el Cristianismo.

Eleusis, en Grecia fue el centro de otro culto mistérico; el de Dionisio, cuya práctica también tuvo extensa dispersión, representaba la fuerza de la vida de todas las cosas que crecen, animales y vegetales, especialmente era protector de los viñedos. Sus rituales eran la expresión de un poderoso culto a la naturaleza que se manifestaba por sacrificios -inclusive humanos en algunas épocas- y ritos orgiásticos. Dionisio era hijo de Zeus el dios más importante del panteón griego y de Semele, una mortal hija de Cadmus, rey de Tebas. Semele quedó embarazada del dios y al conocerse la noticia, Hera, su consorte, intentó destruir al niño divino al que entregaron en custodia a unos parientes.

Morí­a y sucesivamente resucitaba, teniendo sus fiestas una duración de seis dí­as. Dos grandes festivales se consagraban al dios, las Dionisí­acas en primavera y las Leneas en invierno. Sufrí­a muerte por desmembramiento, similar a Osiris y quizás por estas razones lo identificó con Osiris. En la observancia de su culto era desgarrada una cabra que representaba la imagen del dios. En su honor se organizaban orgí­as femeninas en las que las mujeres desgarraban animales -y en algunas épocas hasta niños- y los devoraban en la creencia de que consumirlos era consumir al mismo dios y participar de su divinidad.

En el siglo V Antes de Cristo, el elemento más importante de la adoración del joven dios eran los grandes festivales dramáticos en los que se representaban en su honor piezas que constituyeron uno de los más brillantes aportes de Grecia a la civilización occidental. Primero se representaron solamente tragedias y posteriormente se incorporaron en estos festivales, las comedias. El nombre tragedia deriva de la voz griega tragoidia -canción de macho cabrí­o-, que evocaba la costumbre ritual de desgarrar una cabra como imagen del dios, también por esta razón habí­a en los festivales coros que evocaban a las cabras barreando. (Continuará).

Nueva Guatemala de la Asunción,

Primer Viernes de Cuaresma

23 de febrero de 2007