El invitado especial de la fiesta


Hace algunos dí­as recibí­ en el correo electrónico uno de esos mensajes que se enví­an a pobladas listas de direcciones de correo electrónico y algo en él me llamó la atención y decidí­ abrir el archivo adjunto que traí­a en presentación Power Point. Era con relación a cómo podrí­a sentirse el cumpleañero en su fiesta de cumpleaños al ver que todos los comensales gozaban de lo lindo, bebiendo y comiendo, para terminar dándose abrazos entre sí­ sin recordarse siquiera del supuesto agasajado. Era una alusión directa a la forma en que celebramos la Navidad y cómo la noche del 24 en muchos hogares hay ese ambiente festivo y con ilusión se espera a Santa Clos con sus regalos, pero nadie se acuerda del Niño Dios cuyo nacimiento es lo que supuestamente celebramos.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

Y después de haber reparado en ese mensaje que me hizo pensar mucho sobre el sentido de la Navidad, leí­ declaraciones del Cardenal Quezada Toruño en la que vilipendiaba a ese «viejo gordo y feo» que ha desplazado por completo a Jesús del centro de la celebración porque el mercadeo que se hace de la Navidad orienta todas sus baterí­as a exaltar al que promueve la compra de regalos y el mayor consumismo. Y es notable la forma en que se han ido abandonando las tradiciones que nos vinculaban al sentido propio de la fiesta y hasta las posadas, que antaño eran el preludio de la celebración, están siendo aniquiladas por la moderna concepción que se tiene, no digamos el tema de los nacimientos que han ido sucumbiendo de manera lenta pero consistente frente a la moda del árbol navideño, de las luces y las bombas y hasta la nieve artificial que hemos ido importando a fuerza de nuestra tendencia a imitar lo ajeno.

Ojalá que en estas fechas podamos ir rescatando algo de lo perdido y que nuestros niños entiendan que el centro de la Navidad no son los regalos que se reparten en familia, sino ese momento especial en el que, a la medianoche, hincamos la rodilla para unirnos en una oración para agradecer la presencia entre nosotros del Hijo de Dios. Durante miles de años esa tradición ha logrado subsistir a pesar de la forma en que el consumismo (que no es fenómeno nuevo ni propio sólo de nuestro tiempo) ha tratado de convertirse en el centro de la celebración. Y sobrevive gracias a que son muchas las familias que aún enfocan correctamente el sentido de la Navidad.

No se puede esperar que nuestros niños vivan las fiestas sin pensar en los regalos ni en ese viejo panzón referido por el Cardenal en su última homilí­a, porque el ambiente está de tal manera condicionado que quien pudiera mantenerse ajeno a esas influencias serí­a un verdadero fenómeno. Pero aun aceptando como inevitable esa visión mercantilista de la Navidad, tenemos que encontrarle su verdadero sentido en esa unión familiar ante el pesebre que es, en realidad, uno de los momentos más especiales del año y, sobre todo, cuando los niños de la familia son los que se encargan de llevar al Niño a su lugar a las doce de la noche para que a su alrededor todos podamos expresar un simple y llano: «Gracias, Dios mí­o.»