DíA DE INFAMIA (Parte Final)


«Todo lo que los japoneses planeaban hacer era conocido por los Estados Unidos», Army Board 1944.

Doctor Mario Castejón

El capitán de fragata Mitsuo Fuchida tení­a 39 años cuando comandó el ataque a Pearl Harbor, regresó con su avión acribillado y se lamentó no haber encontrado a los portaaviones Lexington y Enterprisse que fueron sacados sorpresivamente el dí­a anterior, no fue autorizado para una tercera oleada por su superior el almirante Chuichi Nagumo.

Sobre el ataque a Pearl Harbor se han escrito infinidad de libros narrando la devastación, del lado americano 2 mil 403 militares y 68 civiles fueron muertos y del lado japonés 64. La flota americana perdió 18 barcos, entre ellos ocho acorazados y 188 aviones.

Como responsables Kimmel y Short fueron relevados de sus cargos convirtiéndose en los chivos expiatorios de la administración, incluso se les negó un juicio abierto. El almirante Kimmel se retiró del servicio y tuvo la pena de que su hijo murió en un submarino sin conocer la verdad de aquella falsa acusación. Tanto Kimmel como Short fueron reivindicados después de la guerra por varios comités de investigación pero el daño ya habí­a sido hecho, sus carreras se habí­an truncado.

Celebrando la victoria Yamamoto y sus pilotos fueron tratados como héroes, Fuchida fue recibido por el Emperador como un honor excepcional y en algún momento a solas Yamamoto con voz solemne dijo a sus hombres: hemos despertado a un gigante, eso para él fue un presagio. El 13 de abril de 1942 el código púrpura le jugó de nuevo una mala pasada al descifrar un mensaje los norteamericanos y saber que Yamamoto llegarí­a a una inspección en un transporte militar sin escolta a la Isla Bouganville y conociendo la ruta le tendieron una celada, una escuadrilla de P51 interceptó su avión y lo derribó muriendo todos sus ocupantes.

En junio de 1942 durante la batalla de Midway, Fuchida fue gravemente herido cuando despegaba del portaaviones Kaga y otra vez pareció que morí­a pero sobrevivió, nuevamente conocer el código púrpura para informar de los movimientos de la flota japonesa permitió el triunfo de los Estados Unidos en Midway cambiando el rumbo de la guerra en el Pací­fico. Como una ironí­a los portaaviones Enterprisse y Lexington que escaparon a Pearl Harbor ocasionaron el mayor daño.

Pasaron tres años y el 5 de agosto de 1945 Fuchida estaba en Hiroshima cumpliendo una misión cuando fue llamado a Tokio, al dí­a siguiente la primera bomba atómica arrasó con la ciudad. Terminada la guerra guardó mucho odio en su corazón hacia los Estados Unidos, recordaba que años atrás su pueblo habí­a querido vivir aislado, cuando una armada norteamericana al mando del Comodoro Matthew Perry bloqueó la Bahí­a de Tokio en 1847 para forzar al Japón a comerciar con los norteamericanos, de entrada querí­an el aceite de ballena, una especialidad japonesa para alumbrar las calles de sus ciudades y también apetecí­an los mercados de oriente; la ley del más fuerte se impuso y el Imperio del Sol Naciente tuvo que ceder, no seguirí­a manteniéndose aislado del mundo.

En 1950 Fuchida se reunió con Jacob de Shazer, un piloto sobreviviente del raid de J. Doolittle sobre Tokio el 18 de Abril de 1942 como una represalia del ataque a Pearl Harbol, cayendo prisionero de los japoneses hasta finales de la guerra, entregó su vida a predicar la palabra de Cristo. Localizó a Fuchida en 1949 y se reunieron en 1950, al poco tiempo lo convirtió al cristianismo y Fuchida como pastor protestante se dedicó a predicar en Asia.

La palabra de Cristo calmaba todas sus ansias, pensaba que Buda habí­a sido su enviado pero para los sintoí­stas el Emperador era una deidad encarnada, el Japón era un Estado Teocrático, en este caso Hirohito, el Hijo del Cielo, un Gobernante Dios, se habí­a rendido al enemigo como un simple mortal el dí­a que firmó la paz en el acorazado Missouri causando una devastación espiritual para millones de japoneses. Fuchida predicó en el Japón largo tiempo, siendo invitado a los Estados Unidos en 1952 en donde comprobó la bondad de su gente y era conocido como El Samurai de Dios.

Hasta el dí­a de su muerte en 1976, a los 74 años, guardó con devoción la cinta blanca que ciñó su frente aquel siete de Diciembre y también su poema funerario que en una parte decí­a: «Qué son las nubes sino un capricho para el cielo? qué es la vida sino la huida de la muerte».

Esperaba ansioso la llegada de diciembre y no olvidaba el aniversario de Pearl Harbor ni a sus compañeros muertos, fue el único sobreviviente de 70 pilotos de aquel grupo, ahora su afán principal no era ese recordatorio, lo que lo moví­a era anunciar el nacimiento de Jesucristo, el Hijo de Dios, el dí­a de Navidad.

FELICES PASCUAS!!