Dí­a de infamia


Estuve leyendo el poema funerario de Mitsuo Fuchida, capitán de fragata, el hombre que dirigió la primera oleada de aviones japoneses que despegaron de las cubiertas de los portaaviones anclados en el mar del Hawai la madrugada del 7 de diciembre de 1941. Fuchida un shintoista de corazón era un hombre tradicional y se habí­a preparado para morir, no sabí­a que vivirí­a y que terminada la guerra se convertirí­a en pastor protestante.

Doctor Mario Castejón

Hoy, casi todo se sabe en relación al ataque japonés a Pearl Harbor, los entretelones y los actores principales de aquel drama, hoy conocemos con certeza un hecho, el presidente Franklin Delano Roosevelt, el prí­ncipe de los estadistas de aquella época estaba al tanto de lo que iba a suceder, es más, se cruzó de brazos y abonó el escenario para que sucediera.

Franklin Roosevelt en su discurso ante el Congreso de la Unión el dí­a después de Pearl Harbor calificó el ataque como un Dí­a de Infamia. El historiador John Toland escribió un libro extraordinariamente documentado basado en sus investigaciones sobre el ataque a Pearl Harbor y lo tituló Infamí­a, la misma palabra que uso Roosevelt cuando habló frente al Congreso al declarar la guerra al Japón, la diferencia es que Toland al hablar de infamia se refiere a lo actuado por Franklin Roosevelt quien según el autor corroborado por las de otros historiadores, funcionarios y comités nombrados para aclarar lo sucedido aquel dí­a coinciden en que Roosevelt conocí­a del ataque y no hizo nada por evitarlo, necesitaba una justificación ante el pueblo y el Congreso de los Estados Unidos para que su paí­s entrara a la guerra que habí­a iniciado Hitler al incendiar Europa en 1938.

Roosevelt conocí­a de la inminencia del ataque y podrí­a haberlo evitado o en todo caso rechazado con energí­a, con sólo trasladar la información privilegiada que recibí­a a diario de los servicios de inteligencia que estaban informados de lo que sucedí­a del lado japonés. Franklin Roosevelt fue uno de esos gigantes del siglo XX, sacó a su paí­s de la gran depresión y lo mantuvo con mucho como la primera potencia del mundo en años en que Hitler, el Imperio Nipón y la expansión totalitaria de Stalin amenazaban al mundo. Roosevelt era un hombre brillante y no fue un improvisado, traí­a la polí­tica en sus genes y estaba ya en su tercer perí­odo presidencial. Alrededor de los años 30 habí­a sido Secretario de Marina y tuvo que detener su carrera meteórica por un ataque de polio que lo arrojó a una silla de ruedas. Desde esa silla de ruedas o de pie soportado por muletas y un arnés ortopédico, Roosevelt desafió a sus adversarios y ganó la Presidencia tres veces consecutivas.

En 1940 forjó una alianza con Winston Churchill conocida como La Carta del Atlántico llamada a detener a Hitler y sus aliados, tomando en cuenta, sin embargo, que la opinión pública de su paí­s apoyaba el llamado «aislacionismo norteamericano». Por su parte las potencias del Eje y con esto el Gabinete de Guerra del Japón trataban de evitar el ingreso de los Estados Unidos en la Guerra. En septiembre de 1940 Roosevelt prohibió la exportación de chatarra y limitó los enví­os de petróleo al Japón amenazando con cancelarlos totalmente La condición impuesta era que Japón se retirara de China, Manchuria y la Conchinchina que habí­a invadido durante la década de los años 30, su polí­tica expansionista la motivaban obtención de mercados, materias primas y prestigio invocado por la clase militar japonesa.

Los negociadores japoneses hicieron un lobby al respecto durante todo el año 1941. El Embajador Samuro Nomura y el enviado especial Kichisaburo Kuruzu se entrevistaban de continuo con el Secretario de Estado Cordell Hull para lograr el suministro de petróleo y material de hierro siempre y cuando la negociación no fuera a costa de retirarse de China, con esto la amenaza del rompimiento de la negociación era inminente. Ante esa situación el Gabinete de Guerra Japonés sabí­a que la única opción existente era hacerse por la fuerza del petróleo de las Indias Orientales para lo cual serí­a necesario extender las operaciones militares que traerí­a como resultado la guerra.

Antes de 1940 los criptógrafos norteamericanos habí­an roto el Código Púrpura original, la clave japonesa y estaban enterados minuciosamente de todos los movimientos y preparativos del Japón, la última variante de ese Código Púrpura el JN25B fue conocido en diciembre de 1940 para lo cual estuvieron asignados 738 hombres de un cuerpo especial el OP-20G quienes manejaban toda la información del lado japonés y luego de la Inteligencia Naval Norteamericana pasaba a las restantes agencias de inteligencia y al mismo FBI; por su parte Roosevelt recibí­a dos veces al dí­a copia del espionaje a los movimientos japoneses y exigí­a que le fueran entregados los textos originales. La inminencia del ataque fue manifiesta cuando desapareció la flota japonesa fondeada en las Islas Kuriles y las últimas informaciones indicaban que navegaba en alta mar rumbo este oeste, acercándose a Hawai ? esto lo sabí­a Roosevelt.