Después de 22 años de discusiones se aprobó la Ley de Adopciones. Si bien en estas latitudes se desnaturalizó la institución jurídica, todavía se desconoce su verdadero origen. La adopción hizo posible el cristianismo, cuando José adoptó un niño que no era el propio. De ahí que el modelo de todos los padres es el más humilde de los carpinteros. La sabiduría popular lo admite, mas no lo menciona, al afirmar que «padre es quien cría y no el que concibe».
La nueva Ley de Adopciones deviene en el mejor anticipo de la Navidad, el tiempo propicio para que padres y madres adoptemos nuevamente a los hijos, es decir, aceptarlos como seres diferentes a nosotros. Ahora que lo pienso, uno no adopta sino es adoptado. Cuando María Alejandra Palomo me pidió permiso para decirme papá, en realidad ella ya me había adoptado. No se necesita una ley para que un ser humano diga qué padre o madre le gustaría tener.
Navidad debería ser el momento para superar el entorno de la pequeña familia. En la gran familia de Dios nadie puede decir: «Este no es mi hijo». La cultura occidental no lo ha comprendido después de tanto tiempo. Sin ir tan lejos, en los pueblos originarios de Guatemala la comunidad adopta a los huérfanos. Los mayas no han necesitado códigos para que la adopción sea el mejor pegamento de su tejido social.
La adopción es una opción para mirar hacia delante, hacia los hijos que trazarán el futuro. Consiste en no dejarse atrapar por el pasado, si no contamos con la fe de nuestros padres Lo primordial es la esperanza de quienes vendrán. Ser verdadero hijo es saber esperar, mientras un padre genuino es quien no espera nada a cambio. Por eso, la adopción no es un acto de caridad sino un compromiso con el presente.
La adopción es el acto más libre y espontáneo. Lo demostró José, el carpintero, en la protohistoria del judeocristianismo. Reconocerla así es beber en sus fuentes para nacer de nuevo, como auténtica Navidad. Enhorabuena por la nueva ley, pues permite concentrarnos en los valores más profundos: la familia como opción y la solidaridad como escuela para aprender a ser verdaderamente libres.