R E A L I D A R I O (DXCVI)


Las desatadas fuerzas del mercado. Basta un poco de memoria histórica y de observación para darse cuenta de que en el paí­s de la eterna hace mucho tiempo que las gloriosas fuerzas del mercado andan sueltas, desatadas, en alegre libertinaje, aunque en realidad nunca han estado contenidas, atadas o reducidas a ningún tipo de espacio o condición. Como toda potencia, energí­a o poder que anda suelto, sin sujeción alguna, desprendida o evacuada, por así­ decirlo, las del mercado se han desbordado alocadamente en un desenfreno que ha alterado el equilibrio social durante décadas, posicionando y copando no únicamente la economí­a, pues se ha asentado en lo social, lo polí­tico, lo cultural, hasta el último resquicio. Casi nada escapa a la capacidad de esfuerzo, presión o movimiento de resistencia al mercado. Si el dinero es dios, el mercado es su profeta, y la UFM su gran sinagoga. Obviamente, el glorioso mercado tiene origen social, pero nació libertino, licencioso, disoluto, desenfrenado, pero se ha convertido, gracias al dejar hacer y dejar pasar, en pervertidor y prostitutor de casi todo: religión, ecologí­a, polí­tica, educación, salud, vivienda, cultura… Suyos son, al menos, tres tópicos de moda: adopciones ilí­citas, salarios de miseria, publicidad amoral. Atributos de su pertenencia: monopolio, oligopolio, acaparamiento, especulación, agiotismo, precios irreales, fuga de brazos e incluso de cerebros, piñatizaciones irreversibles… El inhumano desenfreno de las fuerzas del mercado aborrece los impuestos y (en teorí­a) al Estado, salvo cuando invierte en Policí­a, Cortes y Ejército, valga la excesiva paradoja. (Esta distribita fue elaborada con la desinteresada colaboración de mi compadre Perogrullo).

René Leiva

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Frentes en alto. Hubo un tiempo romántico en que llevar la frente muy en alto, sin necesidad de empinarse o de caminar con las puntas de los pies, era signo evidente de que la persona nada debí­a, no tení­a de qué avergonzarse, poseí­a una conciencia tranquila, se sentí­a segura de su honradez y honorabilidad, sin ser necesariamente una honrosa excepción, cumplí­a con sus deberes y responsabilidades, qué se entiende. Eso era antes, unos 40 o 50 años atrás, aunque ya habí­a algunas exclusiones. Hoy la cosa es casi al revés. Quienes dicen de sí­ mismos ?porque ni sus propios achichincles y lambiscones se atreven– que llevan la frente muy en alto, a ras d ellas nubes y de los rascacielos, son los estafadores y saqueadores del pueblo, los inmunes e impunes, los genocidas y represores, los zánganos y parásitos del Estado, los indemnizados clandestinos y asesores vitalicios, entre otros. En verdad, una impresionante multitud de frentes muy por encima de la masa pobre, pero honrada, de las mujeres y hombres rasos con su frente a la altura del horizonte.

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Los enemigos de Santa. Como ya es costumbre por estas fechas, con eso de la fiesta más linda del año, los acérrimos enemigos del mercado se aprestar a volver a difundir entre la niñez crédula y la juventud consumista, la conocida y resobada especie de que Santa (Clos) no existe, así­, de forma brutal. Para estos aguafiestas y resentidos sociales, el mito de Santa (Clos) es sólo el pretexto perfecto utilizado por los comerciantes inescrupulosos (valga la redundancia) a fin de despojar a sus potenciales clientes del aguinaldo, el salario de diciembre e incluso algunos ahorritos que tengan por ahí­ bajo el colchón. Pero el público consumidor no debe dar crédito a tales patrañas de los inadaptados, envidiosos y rencorosos adversarios de la Navidad comercial y consumista (muchos le tienen celos a Santa por ser emprendedor, eficiente, competitivo y por demás exitoso), pues basta oí­r las carcajadas del viejo pascual a través de la radio, ver sus apariciones por televisión, contemplar su figura en páginas completas de la prensa independiente, y apreciarlo en carne y hueso (o lo que fuere) por diferentes centros comerciales, todo lo cual constituye un claro mentí­s a quienes pretenden tapar con un dedo la ya imprescindible y rechoncha configuración de Santa, el consentido del glorioso mercado, product of USA, paí­s donde también se cocinan los mejores pavos de plástico. (Hace un par de milenios, otro antisocial, a 33 años de su nacimiento en humilde pesebre, echó a los mercaderes del templo; pero esa es otra historia, ¿será la misma?).