He dado vueltas y vueltas intentando encontrar las palabras con las cuales iniciar el aporte semanal de esta columna, por más que lo he intentado me ha resultado imposible encontrar las palabras fluidas que me permitan situarme en el contexto de la racionalidad y de la expresión y plasmar coherente y lógicamente un sentimiento que me ha acompañado a lo largo de mi vida. Por mi formación jesuita en parte y por la influencia de mi padre, por otra, en casa desde pequeño se nos educó para cuestionarnos racionalmente sobre determinadas situaciones que afectaban al país allá por los 70’s y 80’s.
Esa dosis de racionalidad impulsado por el sentimiento humanitario fundamentado en la doctrina social de la iglesia me ha llevado en buena medida a lo largo de estos años a configurar entonces quizás este animado deseo por ver más allá de la simple forma y tratar de entender en su justa dimensión la estructuralidad que Ignacio de Loyola definía como «siempre más y más». Tentado estuve en mis años de adolescencia de abrazar cualquier forma que me permitiera echar por los suelos el modelo social injustamente heredado.
Hoy con más años, sin traicionar el dolor que me produce la miseria y la exclusión, he dimensionado que los cambios profundos que afectan a la estructura deben realizarse inmediatamente, postergarlos, es condenar al país no solamente al atraso sino al retroceso que resulta aún peor. Desde mi visión libertaria más no liberal concibo al individuo en su justa dimensión humana y con toda su capacidad expresiva que le otorga no sólo dignidad sino capacidad de expresarse, de contradecir, de expresarse, de disentir y seguir construyendo. El desarrollo humano, el progreso parte del juicio crítico que obliga al hombre a continuar construyendo sin la única barrera que el respeto hacia los otros hombres.
No podría entonces defender repito desde mi visión muy personal, que tiene usted todo el derecho y libertad de no compartir, las posiciones radicales que se atrincheran en la «verdad absoluta», no podría compartir la posición ideológica impuesta por la fuerza o la populista basada en la demagogia que confronta o se aprovecha de la miseria o ignorancia de muchísimos ciudadanos. Por ello, el esfuerzo de sincerarme, de sacar conclusiones desde el análisis, de escribirlas y decirlas en la radio, de mostrarme tal como soy persiguen el profundo deseo porque en Guatemala podamos paulatina y consistentemente generar el debate serio, profundo, enraizado, pero al mismo tiempo constante y conciso, con objetividad y claridad, que nos permitan avanzar en el camino que nos conduzca hacia un cambio que afecte la estructura.
En los últimos tiempos hemos presenciado ensayos cercanos en América Latina por transformar la estructura que trasciende la simple revisión del modelo. Ecuador, Bolivia y Venezuela han iniciado dentro de sus propias complejidades el camino por una auténtica «revolución de ideas», revolución que bien entendida incluye el modelo jurídico y de organización política para finalmente configurar un nuevo modelo de desarrollo. Más allá de las consideraciones o del análisis, que sin duda son para otra columna, los mecanismos utilizados por los presidentes Correa, Morales o Chávez habrán de medirse en función de la consecución de los objetivos que se persiguen y por supuesto no pueden ser calcados al modelo nacional, no obstante como ensayo las lecciones que nos dejaran serán muchas y habrá que permanecer atentos al desarrollo de las mismas.
Nadie prescribe aspirinas a un enfermo crónico, nadie construye otro nivel en su casa si el terreno corre el riesgo de deslave. Afectar la estructura es vital, el método que se utiliza, esa es otra cosa, lo interesante es dimensionar que la hora del cambio habrá de llegar, esperemos que más temprano que tarde.
*Politólogo con orientación en Relaciones Internacionales y estudios de post grado en Política y Derecho Internacional.