En sus orígenes todas las formas de empoderamiento se basaron en el uso de la fuerza bruta, del abuso, de la crueldad y de la astucia. Las monarquías se justificaban hace cientos de años cuando el poder tenía que concentrarse en una sola persona para agilizar la toma de decisiones, ya que el estado de guerra era lo normal y cotidiano y se ponía en juego la total sobrevivencia de conglomerados humanos y, especialmente, las preciadas posesiones de los señores: tierra y siervos o súbditos; quienes, a su vez, habían perdido ya la conciencia del origen del empoderamiento de sus amos o reyes y nada ni nadie estaba en capacidad de poner en tela de duda la legitimidad de dicho poder, mucho menos retarlo o atentar contra él, ya que la ideología religiosa dominante, el Cristianismo, lo justificaba afirmando que el poder de los reyes se fundamentaba en la voluntad de Dios.
Estas formas, hoy primitivas, de acceso y ejercitación del poder, moldeó las culturas y la psique de los pueblos de la antigí¼edad (casi todos), a tal grado, que los códigos éticos, sobre todo aquellos llamados caballerescos, se convirtieron en paradigmas de conducta que, para bien o para mal, se impusieron durante muchos siglos, especialmente en las aristocracias de dichos pueblos, irradiando sus principios a las demás clases y grupos sociales.
El nivel de sofisticación de la cultura alcanzó lo sublime bajo el auspicio de las grandes monarquías, cuyo poder permitió la edificación de obras artísticas que, hoy por hoy, siguen conmoviendo a cuantos se detienen a contemplarlas. Obras que por demás está enumerarlas porque más de alguna nos ha salido al paso y nos ha transmitido el sentido del poder real que alcanzaron las monarquías en su momento. Las grandes colecciones de pintura y sus palacios hoy pueden ser visitados por todo el mundo, pero hubo épocas en que este privilegio estaba reservado únicamente para ellos y los cortesanos, sus sirvientes más cercanos, entre quienes se distinguían los grandes músicos y pintores al servicio de sus majestades.
Pero todo pasa, y con el advenimiento de la Revolución francesa y de la Independencia Norteamericana, esa forma de poder llegó a su fin. Sobre todo después de la Revolución francesa que marcó el fin de las monarquías para siempre y para dejar al pueblo en posesión absoluta de su soberanía.
Solamente los pueblos más conservadores mantienen vivas artificialmente a sus monarquías. Probablemente su psique colectiva; sus intereses turísticos; su temor al cambio radical o a la clausura total de un pasado «glorioso» les detenga en el curso natural que señala desde hace ya mucho tiempo, el ocaso y fin de las monarquías.