Hace algunos meses, cuando en mi consultorio platicaba con mi estimable paciente y amiga Angelina, salió a relucir el tema de la edad. Me preguntó, y le dije que tenía 81, fue entonces que me espetó: «Doctor, si yo hubiera sabido que tenía 81, no vengo con usted». Angelina ha seguido viniendo y así también d. Carmen su madre y otros varios miembros de su familia retalteca demostrándome así que, a pesar de mi edad, siguen creyendo en mí. Eso me obliga a alegrarme y agradecer.
Y he de agradecer y dar gracias a todos los otros fieles pacientes que siguen acudiendo a solicitar mi ayuda.
Esto que les cuento, queridos lectores, pues indudablemente tiene visas de orgullo y de vanidad y, de verdad, acepto que así es. ¿Quién no se sentiría orgulloso de ser merecedor de los atributos que le concede el Señor? Es así que siento la obligación de corresponder, siento la obligación de en medio de los avances de la medicina mantenerme al día, y por ello estudio diariamente y trato de ofrecer a mis pacientes la debida atención que les permita salir de mi consultorio satisfechos de lo que les he ofrecido. Gracias a Dios que me lo concede.
Este próximo domingo 4 de noviembre estaré cumpliendo 82 y es muy difícil darme cuenta cabal de lo que eso significa, y de todo lo que adeudo. ¡!Cuántos y cuántos y cuántos son aquellos seres queridos entre vivos y difuntos a quienes tanto debo!! Imposible mencionar a todos y siento el temor de pretender hacer un recuento y cometer algunas injusticias pero, estoy seguro, que todos y cada uno de ellos fieles y creyentes amigos pacientes sienten que los quiero y saben que estoy agradecido de corazón. Indudablemente hay también aquellos a quienes no pude ofrecer un buen servicio y ya no volvieron. Les pido me perdonen pero les estoy agradecido por haberme dado una oportunidad.
Este 4 de noviembre y sin que yo lo decida espero despertar. Me daré cuenta de que puedo ver, me daré cuenta de que estoy vivo y de que puedo sentir, y de que siento agradecimiento hacia Aquel que me despertó y de que me regaló otro día más de vida. Me daré cuenta de que soy capaz de agradecer y que me mueve el querer agradecer y me doy cuenta que ese sentimiento interior es amor.
Un día más que me regalas para poder amar. Poder amar a la Lila mi mujer, a mis hijos, a mis nietos y bisnietos a mis amigos. a mis fieles y queridos pacientes y que son más que amigos, y a cuantos otros más. Despertar y darme cuenta de que puedo amar y sentir la obligación de servir. Te doy gracias Señor y una vez más te pido me concedas los varoniles atributos para cumplirte a cabalidad.
Llegar a los 82 y temer vivir por muchos años más y entonces correr el riesgo de quedarme solo. Es ese un frecuente motivo de nuestras pláticas con la Lila y, en medio de mis tonterías yo le pido a Dios ser el primero en irme pues, conociéndome , creo que no podría tolerar la soledad. Al fin y al cabo mi mujer es mucho mas fuerte y tolera con más valentía el dolor y el sufrimiento que éste su cobarde marido. Por eso encuentro que éstos mis deseos son contradictorios, ya que, por una parte le estoy dando gracias a Dios por la vida y la salud física y mental que me otorga, y por otra, le pido no sufrir una larga soledad. Contradicciones muy humanas pero que, sólo í‰l me las comprende a cabalidad.
Y es que, tal y como me dice el reverendo Manolo, «Carlos, es que es la primera vez que cumplo 82».