El último eslabón


Tan malvados son quienes propician una vileza como quien

la comete. De esa catadura son los que están detrás de quienes

amenazan a la familia Marroquí­n Godoy y Marroquí­n Pérez.

Ricardo Rosales Román

De las opiniones que he conocido y en que se plantea que si lo que procede el domingo 4 de noviembre es abstenerse, anular el voto, votar en blanco o por el menos peor, no he encontrado una sola que vaya al fondo de la cuestión y que, aunque lo que se sustenta en unos casos es contradictorio y en otros confunde, puede servir de base para ahondar en tan importante asunto.

De lo que se trata es no quedarse en lo que son las manifestaciones externas del fenómeno sino ir a sus causas y definir posición respecto a lo que corresponde y significa hacerlo en una u otra dirección.

Según el ex presidente socialdemócrata de Ecuador, Rodrigo Borja, «para el marxismo la estructura de una sociedad es [?] su modo de producción, es decir, la manera como ella, en cada momento histórico, produce los bienes que necesita para subsistir». Lo cultural, lo jurí­dico, lo polí­tico y lo religioso «son meras superestructuras sociales que están siempre determinadas por el sistema de producción imperante».

En otras palabras, para el marxismo la estructura corresponde a un modo de producción determinado y la superestructura a la organización social, sus leyes, su gobierno, sus tribunales, sus conceptos polí­ticos y morales, y sus convicciones religiosas. Sostiene, a su vez, que «el modo de producción de los bienes económicos determina la manera de ser de una sociedad», así­ como que «a cada modo de producción [?] corresponde una especí­fica forma de organización social y cada cambio de aquél produce en ésta un cambio correlativo».

De ahí­ que «la forma como en cada época los hombres produjeron los bienes y servicios para su supervivencia [?] determinó siempre el modelo de organización social [?] que fue primero colectivista, luego esclavista, más tarde feudal y finalmente capitalista». Es ésta la tesis fundamental de la interpretación materialista de la historia.

Para el caso concreto de nuestro paí­s, en su modo de producción coexisten relaciones semifeudales y esclavistas de explotación y trabajo con deformadas relaciones capitalistas de producción y acaparamiento de la riqueza y utilidades en manos de una élite privilegiada cada vez más reducida.

En cuanto a la distribución y acaparamiento de la riqueza, Guatemala es uno de los cuatro paí­ses más inequitativos del mundo y el segundo en América Latina. El 20% de los más ricos del paí­s (en cuya cúpula están las 16 familias más acaudaladas) percibe y acapara el 64.1% de los ingresos, en tanto que el 10% más pobre sólo alcanza a percibir el 1.7%.

Salvo que los datos consultados y mis cálculos estén equivocados, el promedio de la distribución de la pobreza en ocho regiones del paí­s (Metropolitana: 16.3%; Central; 47.4; Nororiente, 53.2; Suroriente, 54.4; Petén, 57.0; Suroccidente, 59.3; Noroccidente, 75.5; Norte, 77.0), asciende a un 55.1%; además, hay que verificar si de ese porcentaje los que están en extrema pobreza es de 15.2% o más.

A una estructura como la caracterizada, corresponde una superestructura de la que se beneficia una exigua minorí­a de privilegiados y quienes le sirven y a los que utiliza. La mayorí­a de la población, por el contrario, está excluida de lo más elemental y las elites del poder económico y polí­tico se acuerdan de ella cada cuatro años para que acuda a las urnas a avalar con su voto lo malo, corrupto, inmoral e injusto que en lo polí­tico e institucional representa y expresa la «democracia representativa», la «apertura polí­tica» o la «modernización democrática».

La decisión al momento de acudir a las urnas no tiene nada que ver con valoraciones éticas o morales, criterios deontológicos o teleológicos o cualquier otro subterfugio. El ejercicio del voto es para el ciudadano una concreta toma de decisión y posición a la que no sólo tiene derecho sino obligación de asumirla y expresarla. Es, dicho en otros términos, su reducido margen de libertad que le queda para hacerlo en la dirección que mejor le parezca sin ignorar que en un sistema electoral y de partidos tan corrompido como el vigente, la intención del voto se manipula a través de muchas formas: las encuestas y el modo como se presentan es una de ellas así­ como el espacio y lugar que le dedican los medios de comunicación social al proselitismo, las campañas, los insultos y diatribas, la mercadotecnia y la imagen de cada «contendiente».

Por lo que a mí­ respecta, estoy convencido de que lo que procede es anular el voto. Es así­ como hago uso del derecho y obligación ciudadana de cuestionar el modo de producción impuesto y la superestructura que lo institucionaliza y, en particular, el sistema electoral y de partidos así­ como a los presidenciables y vicepresidenciales «en disputa».

En la medida que la abstención, los votos nulos y en blanco se incrementen, la ciudadaní­a estará, en lo inmediato, deslegitimando a quien resulte más votado y, en perspectiva, dando un importantí­simo paso para que sea el último eslabón de la cadena de gobernantes que ha tenido el paí­s a partir del 27 de julio de 1954.