Creo que combatir el problema de la cocaína y marihuana destruyendo las plantaciones que son producto de la tierra y del trabajo de los campesinos amapoleros de San Marcos, Guatemala, está mal hecho. Creo que esa medida patrocinada por los Estados Unidos es más que un mal mensaje.
Los gringos deberían de sembrar en sus fértiles tierras de California y de Colorado la coca y la mari que ellos necesitan para su propio consumo. Así se resolvería el problema de tener que destruir las trabajadas plantaciones de coca de los campesinos colombianos y las bien laboradas plantaciones de marihuana de los campesinos guatemaltecos.
Por otra parte, se acabaría el enojoso problema que, para los gobiernos latinoamericanos, significa el tener que aceptar que el gobierno gringo les indique y les ordene que es lo que pueden y qué es lo que no pueden cultivar.
Cuando la producción de droga sembrada en tierra estadounidense sea suficiente para satisfacer el generoso consumo de ese pueblo gringo ya no tendrán necesidad de importarla de la América Latina y entonces se acabará la necesidad de transportarla de aquí para allá y se acabará lo que es ese ilícito tráfico por aire, mar y tierra.
Los gringos consumidores habrán de aceptar que la mari y la coca ya han pasado a ser parte de su canasta básica y que, por lo tanto, son productos que deberían de ser vendidos libremente en las tiendas de sus poblados y en sus supermercados, así como se venden el pan, los frijoles el tabaco y el aguardiente.
Los estadounidenses habrán de comprender que lograr esa meta implica la urgencia de legalizar el comercio de la droga para así acabar con eso de hacerlo todo a escondidas. Se siembra a escondidas, se procesa a escondidas, se transporta a escondidas, se vende a escondidas y se consume a escondidas, y para poderlo hacer, a escondidas hay que dar mordidas y sobornar a funcionarios de todo nivel, incluyendo a los jefes de maras, los jefes de policía, a jueces, magistrados, diputados, ministros y muchos otros más. La legalización acabaría con esa maligna corrupción que mantiene a Guatemala en una situación putrefacta.
Lo primero es primero. Para lograr la legalización de la droga habrá que hacer movimientos populares instando a actuar a aquellos honrados e inteligentes ciudadanos gringos, que estén convencidos que precisa que el pueblo gringo cultive y comercialice su mari y su coca. Que entonces organicen una campaña dentro de sus legisladores para que se aprueben las leyes correspondientes.
Estoy seguro que ya debe haber un buen grupo de diputados, senadores gringos que están convencidos de los grandes beneficios de la liberación de la droga pero que están temerosos de aprobar una tan trascendente y atrevida ley. Ellos están esperando el apoyo de la población organizada bajo el lema «Maricoca libre».
Aquí en Guatemala podría iniciarse ese movimiento encabezado por la Conferencia Episcopal con sus propulsores el Cardenal Quezada Toruño y Monseñor Alvaro Ramazzini que ofrezcan su apoyo a los campesinos cultivadores de amapola para que no les destruyan sus cultivos. El Señor Nuncio Musaró indudablemente informará a Roma de ésta valiente iniciativa chapina que, a no dudar, recibirá la bendición de S.S. Benedicto XIV.
La jerarquía católica habrá reencargarse de responsabilizar a los padres de familia en el papel decisivo que les tocará jugar a la hora de que sus hijos puedan comprarla como ahora compran tabaco y alcohol.
Mientras tanto, nuestros aspirantes a la presidencia, tanto el de la Cabeza Dura como el de la Desesperanza, sería bueno que dejen de insultarse y que, si acaso les alcanza el cacúmen, que emitan su opinión al respecto de la liberación de la mari y la coca.