A. E. Barrientos y los tres Peña


Q-Me suele suceder a menudo. Cuando me he enterado de que algún amigo o un compañero periodista ha fallecido, la noticia la he recibido un poco tardí­a, y ya no puedo asistir a su velatorio ni a su sepelio.

Eduardo Villatoro

Lo anterior me aconteció la semana pasada con el fallecimiento de Alfonso Enrique Barrientos, con quien sostuvimos una lejana, pero extensa amistad desde que me inicié en el periodismo, a principios de la década de los ’60.

Para entonces Alfonso Enrique ya era muy conocido en el mundillo periodí­stico y literario, más apropiadamente en los cí­rculos culturales porque tení­a a su cargo las fuentes informativas de esa área, tanto en el desaparecido diario Impacto como posteriormente en La Hora.

Barrientos dejó un legado bibliográfico que algún crí­tico literario como él se encargará de analizar y valorizar, aunque la generosidad dentro del medio no es, precisamente, un valor muy apreciado, pero el tiempo se encargará de justipreciar su trayectoria literaria, especialmente en el campo de la novela.

Presento mi saludo afectuoso y solidario a doña Ismenia, quien, con sus hijos y nietos, acepta resignada la ausencia del veterano reportero y redactor de crónicas culturales, y los que le sobrevivimos -especialmente su entrañable amigo Ví­ctor Hugo de León, también curtido periodista y estudioso pedagogo- lo recordamos con fraternal cariño y sincera admiración por su erudición, modestia y fraternal camaraderí­a.

Q-Con el jubiloso triunfo musical del juvenil cantante Carlos Peña, que aunque parezca frí­volo asentarlo viene a refrescar el tórrido ambiente de violencia que nos rodea y sirve como puente de unidad entre la mayorí­a urbana de los guatemaltecos, me pongo a pensar en las discordancias que se presentan en la vida del ser humano y en los sentimientos encontrados que probablemente prevalezcan en el padre del nuevo Latin American Idol.

Hace alrededor de dos meses y medio, quizá, el publicista y estratega polí­tico Hugo Peña se enfrentó a la adversidad, al igual que sus hermanos y sus hijos, entre los cuales Carlos, por el fallecimiento de su padre, el que fuera uno de los más brillantes futbolistas del paí­s, Hugo Peña, apodado Tin Tan por el parecido con el malogrado comediante mexicano Germán Valdez, a cuyos funerales aún tuvo tiempo de asistir el simpático nieto triunfador de Buenos Aires.

Me imagino que Hugo anhelarí­a compartir con su papá la felicidad que le embarga por el éxito de su hijo Carlos, y Hugo padre posiblemente se limitarí­a a preguntar con la sencillez de su palabra «Â¿Hay paz en tu corazón?» , porque en lo que a mí­ respecta, al igual que a muchos amigos con quien compartimos fortaleza y esperanza durante los recientes años, más que al futbolista, recordamos al sonriente Hugo que cultivó el amor, la fraternidad y la confianza en el Altí­simo, para compartir esos principios con su familia y los que fuimos sus viejos camaradas.

El otro Hugo, el joven, estará satisfecho que su hijo refleje el inveterado optimismo de su padre, abuelo de Carlos, que lo demostraba no sólo en la bonanza y en la salud, sino también en el infortunio y la enfermedad.

Q-El catedrático S. D Oliva les indica a sus alumnos del último semestre de Periodismo que, en aras de la sí­ntesis, deben redactar una nota que abarque cuatro temas: sexo, monarquí­a, religión y misterio. Se tomará en cuenta el tiempo y la condensación del texto, para la calificación del examen.

Romualdo Press fue el primero en entregar la prueba, con este breve, pero contundente mensaje: ¡Violaron a la princesa! ¡Dios mí­o! ¿Quién fue?