He abordado cada vez que me ha sido posible: foros, radio, prensa y aulas universitarias, desde una visión eminentemente ecuménica, acerca de las diversas posiciones que desde la religión los conflictos asumen.
Cabe preguntarse desde un ensayo meramente práctico y si se quiere hasta cierto modo empírico, ¿cuándo o cómo los intereses del hombre y no de Dios intervienen en sus designios? ¿Dónde se encuentra el límite de lo imaginario y de lo real? ¿Dónde se interceptan las líneas de lo divino y de lo que el hombre considera divino? en pocas palabras: ¿Dónde empieza a intervenir el hombre y hasta dónde se le deja actuar a Dios?
Y es que esta columna persigue como objetivo que usted ?desde su ámbito? dimensione un hecho: por encima de los intereses económicos, de poder o geoestratégicos, el hombre a lo largo de su historia ha intentado afanosamente imponer «el orden», un orden divino derivado de un derecho natural y que en muchísimas ocasiones ha derivado en conflictos. ¿Estaremos reviviendo cruzadas en nombre de la civilización que intenta imponer conceptos y democracias?
Ahora bien, si desde la profesión de la fe se empuña la espada, queda una cuestión interesante para debatir ¿cuándo se radicaliza el conflicto? Los conflictos tienden a radicalizarse por varias vías, dentro de ellas encontramos: la imposición de condiciones, la segregación, la intolerancia, la inconsistencia de diálogo y las injusticias sociales, en una especie de econo-sociología que en una sumatoria potencializan las posiciones y redimensionan tensiones. Si a este elemento le agregamos una altísima dosis de ignorancia, encontramos presa fácil y cultivo de radicales en todas sus formas de expresión posibles. Obviamente esta situación la hemos visto no solamente en el Medio Oriente, Irlanda, los Balcanes, la Alemania hitleriana, el conflicto turco ? armenio y sin duda en un sinfín de situaciones que a lo largo de la historia hemos presenciado.
Conflictos en nombre de la fe ha habido muchísimos, lo que queda para el analista es trabajar en función de evitar que esta variable impredecible y poco manejable se salga de las manos y nos lleve realmente a una guerra en nombre de Dios, a una guerra santa.
Todo conflicto se reviste de variables, éstas son en pocas palabras, las justificaciones hipotéticas de una confrontación. En teoría los conflictos pueden alimentarse por 2, como máximo 3 variables, éstas a su vez tienden a profundizarse en temas específicos, permítanme explicar: Por ejemplo si la variable de un conflicto es la tierra, tendríamos que dimensionar los elementos que de la variable derivan: condiciones de vida, servicios básicos de salud, situación económica, accesibilidad, injusticia social, etc. Entonces veríamos que la tierra es la cara visible del conflicto, pero que detrás de ella subyacen elementos potencializadores que nos permiten esbozar el criterio que para dirimir en el conflicto habrá que trabajarse en los elementos que lo alimentan.
Bien, visto de esta manera la situación no parece ser demasiado compleja, pero que sucede cuando trabajamos con una variable que puede animar un conflicto, ¿Qué sucede cuando trabajamos con posiciones religiosas confrontadas?, peor aun si este conflicto en lugar de 2 o 3 variables encierra unas 6 o 7, ¿buena pregunta o no? Le insto a que profundice en el tema y que en buena medida se encuentre dispuesto a dimensionar que los conflictos como éste no tendrán una solución inmediata y que habrá que trabajarse extenuadamente para evitar que el proceso colapse y se radicalice como estamos presenciando desafortunadamente en algunas regiones del Medio Oriente y del Asia.