Latinoamérica y el Caribe, el cambio de época


Anteriormente me referí­ a que la globalización es mal vista por la mayorí­a de la población de Estados Unidos y cinco paí­ses de Europa (La Hora, agosto 8, 2007), y que uno de los rasgos principales de nuestra época es la desaparición del sistema socialista y el colapso de la Unión Soviética, la configuración de un nuevo orden económico mundial con los gigantes emergentes en expansión y la decadencia del imperio estadounidense (La Hora, agosto 22, 2007).

Ricardo Rosales Román

La guerra en Afganistán y en Irak ya no tiene otra salida que el retiro de las tropas agresoras y que sean los afganos e iraquí­es quienes decidan su futuro sin injerencia extranjera y, menos, por la fuerza de las armas de los ocupantes o el servilismo de los tí­teres impuestos por los invasores.

En nuestro continente, con los cambios revolucionarios iniciados en Cuba a raí­z del triunfo de la Revolución en 1959, se abrieron favorables perspectivas para el avance de la lucha revolucionaria al sur del Rí­o Bravo y que ?aunque en la mayorí­a de los casos no llegaron a concretarse como se visualizaba?, no fue, en ningún caso, un tiempo perdido ni esfuerzos truncados para que más adelante pudieran ocurrir las transformaciones que en el hemisferio occidental están teniendo lugar en el momento actual.

Con el ascenso al poder del presidente Hugo Chávez en Venezuela a finales de 1999, se abren de nuevo las esclusas del torrente revolucionario y empiezan a darse cambios importantes, en particular, en América del Sur.

En los paí­ses hermanos en que esto está ocurriendo, los cambios se dan de acuerdo a las condiciones, situación y particularidad de cada uno. En ello reside la trascendencia de su especificidad y ?desde cualquier ángulo que se vea? que se esté en presencia de una nueva situación en la que a los pueblos de Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, corresponde el papel decisivo y es de ellos que depende su futuro.

Independientemente de que en uno u otro paí­s los acontecimientos avancen, se desarrollen y profundicen más que en otros, lo común es que se está ante un cambio de época. Los cambios en lo económico, polí­tico, social e institucional, están pendientes en paí­ses donde todaví­a las oligarquí­as locales, las multinacionales estadounidenses y europeas, y la dominación y dependencia extranjera, constituyen el obstáculo principal para el desarrollo, el progreso, la independencia y soberaní­a nacional, el derecho a la autodeterminación y la justicia social. Es responsabilidad también de las fuerzas de izquierda a causa de sus limitaciones, debilidad y dispersión orgánica, ideológica y polí­tica en que la mayorí­a de ellas se encuentran. Particularmente, es lo que se da en nuestro paí­s.

Estando a diez dí­as de las votaciones generales, hay que insistir en que aquí­ no se elige, y que la normativa electoral y de partidos está ideada para que cada cuatro años se esté ante el mismo o muy parecido escenario. Esta vez, tres de los candidatos presidenciales no sólo son inaceptables por sus inocuas propuestas sino porque representan los intereses y están al servicio de las cúpulas del poder que los designa para que se hagan cargo de la gestión gubernamental y administren en su favor la no resuelta crisis general en que está el paí­s desde junio de 1954.

Es la forma y el fondo, a la vez, mediante lo que el sistema asegura y garantiza que las cosas sigan como están o empeoren para la mayorí­a y beneficie a las privilegiadas élites del poder dominante.

Hace cuatro años se decí­a que con la Gana, ganarí­an todos. Ahora, que los buenos son los más. Hay quien asegura que el paí­s se puede gobernar con «mano dura». No falta el despistado e indeciso que anda insistiendo en que «su compromiso» es «tu esperanza». Tanta vaguedad es insultante. Pero, además, ¿es esto lo que el paí­s necesita?

Yo pienso que no.

Y soy de la opinión que lo que procede es expresar, a través del voto, la voluntad y derecho ciudadano a rechazar y cuestionar el sistema polí­tico, institucional, social y excluyente imperante y el modelo económico impuesto.