La vida está llena de momentos. Una llave abre unas puertas mientras se cierran otras. Un viejo amigo me decía que uno pertenece al espacio que se ocupa, al tiempo en que se vive. Con ello me es imposible asegurar que uno pertenece a una época, más bien a una secuencia de micro períodos que se unen bajo una línea conductora de imágenes compartidas. Me refiero a que uno vive en ciclos. En unos círculos de tiempo que se abren y se cierran en esa formación de vida. Se es niño hasta que se llega a la adolescencia y se alcanza la madurez. Sale el sol de la misma forma en que la luna se apodera de la noche. Hay un inicio un desarrollo y un final.
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Una melodía siempre tendrá una nota final, el último acorde que a su vez sirve de apertura de la siguiente estrofa de la gran sinfonía. Un presidente en Guatemala tendrá cuatro años para escribir una o varias páginas en la historia. Todos sabemos que llegará el día en que tengamos que decir adiós en este paso transitorio de vida. Una página más. Estamos llenos de ciclos. Los motores están diseñados para funcionar con precisión durante un período de tiempo. Se sabe que se beberá el último sorbo de cerveza cuando se destape la botella que a su vez abrirá el camino de la siguiente consumición.
Hay períodos intensos y otros que raspan la desesperación. Hay novias que duran un día, seis meses y toda una vida. El ciclo se forma por una longitud de onda, que es a su vez el parámetro físico que indica el tamaño de una onda, precisamente, la distancia que hay entre el principio y el final de una onda. De una vida. Pero lo cierto de todo es que en cada cierre de un momento hay un cúmulo de experiencias y vivencias que transitan en los siguientes ciclos.
Esta semana cierro un ciclo en mi vida. Uno más. Un ciclo de intensas emociones. En donde tuve que compartir seis meses con 19 periodistas provenientes de 15 países latinoamericanos y conviviendo en la capital española. Modificando de forma transitoria mis costumbres y adaptándome a una forma de integración laboral y académica diferente.
Un período de tiempo que hizo modificar mi proyecto de vida. Mis ambiciones y proyecciones de vida. Pero lo más importante, en la maduración de la forma de ver al país. Que por cierto, no es nada alentador cuando relacionan el nombre con una isla, o lo peor de todo, cuando le agregan el epíteto de «país inseguro» o «pobres tercermundistas». Frases que duelen. Pero no sé si causa más desconsuelo saber que nos conformamos en pensar que «estamos felices aunque comamos mierda». No lo sé.
A partir de la otra semana estaré de nuevo en Guatemala, con la mochila llena de nuevas experiencias, amistades y ganas de hacer cosas. Porque para bien o para mal, algunos ciclos, al agruparse contribuyen a obtener un horizonte más despejado de vida, necesario para continuar hacia el destino final que podría ser la convivencia pacífica, en bienestar compartido y viviendo en un país donde no se quiera huir, por el contrario donde queramos vivir y morir.