Psicologí­a ambiental (II)


Proseguimos con esta nueva serie de artí­culos, y que no pierden continuidad por su temática, luego de haber sufrido algunos quebrantos de salud, ello, con la esperanza de poder formar una conciencia ambiental para nuestros lectores, a quienes dedico este tema ya que todos, de una manera u otra, debemos contribuir a difundir el respeto al ambiente que nos rodea y promover su mejoramiento.

Rolando Alfaro

Los orí­genes de la psicologí­a ambiental se remontan a 1947 cuando dos psicólogos de la Universidad de Kansas fundaron la Estación Psicológica en Midwest, Kansas, con una población de 800 personas. Su objetivo consistió en investigar cientí­ficamente, en qué forma las situaciones ambientales del mundo real afectan la conducta de las personas, con especial interés en el desarrollo de los niños.

Como podrá apreciar el lector, la inquietud cientí­fica por el tema ambiental, no es nada nueva, y, sin embargo, en la República de Guatemala, no ha sido posible cuantificar a la fecha, el daño que la contaminación ambiental viene ocasionando a los habitantes del territorio nacional.

Por otra parte, podrí­a afirmarse que quienes más han aprovechado estos estudios, son todos aquellos profesionales que tienen que ver con el diseño de edificios o instalaciones semejantes, a efecto de no provocar impactos visuales y ambientales indeseables a las personas cuyo mundo circundante es habitar tales instalaciones. Asimismo, los psicólogos deben poseer un conocimiento amplio sobre el tema ya descrito.

En ese sentido, la psicologí­a ambiental abarca otros campos, tales como los relativos al ambiente urbano, ambiente institucional y natural.

Quizás, para no pecar de injustos, uno de los pocos ejemplos con que contamos en nuestro entorno es el diseño y restauración del Centro Histórico de nuestra ciudad que, creemos, deberí­a extenderse a las zonas de acceso con caracterí­sticas similares. Ello, porque de esa manera no se estarí­a perdiendo la arquitectura de muchos tesoros arqueológicos como las iglesias y algunos inmuebles que por su estructura deberí­an mantenerse incólumes ya que sólo constituyen un ambiente urbano sano, sino que atraerí­a al turismo más que el que a la fecha nos visita.

En conclusión, la República de Guatemala y sus principales ciudades, sin duda, deben remozarse y proyectar otra imagen, pero no sólo fí­sica, sino más humana, más acogedora. Y no ese feo espectáculo de transporte colectivo sucio y maloliente que, aún pulula, por las principales calles y avenidas de nuestras ciudades, así­ como el desorden de basureros clandestinos sin tan si quiera poder encontrar depósitos de desechos en el centro urbano.

El ambiente urbano, entonces, no sólo es mantener limpia la ciudad, es algo más que eso, pues significa espacios amplios, sin diseños desagradables o que puedan alterar la adaptación al entorno de las personas que nos visitan, sean nacionales o extranjeras. Además, resulta saludable expeditar más las ví­as de tránsito automotor y establecer correctamente las paradas de autobuses para prevenir accidentes.

CONTINíšA…