El fin de semana anterior fue terrible para los inversionistas en Estados Unidos y sumamente peligroso para la economía de ese país. Recién habían celebrado por todo lo alto que la Bolsa de Valores había alcanzado los 14,000 puntos en el índice compuesto Dow Jones cuando las malas noticias del mercado de hipotecas produjo un descalabro cuyas consecuencias finales están aún por verse, puesto que se inició la sucesión de problemas en el pago de los inmuebles comprados durante esa etapa que alentó tanto la especulación.
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Muchos norteamericanos ayudaron a inflar la burbuja inmobiliaria cuando al notar el desmedido incremento de los precios de la propiedad se decidieron a especular comprando casas y apartamentos que esperaban vender con fuertes ganancias en cuestión de meses. De hecho, fueron muchos los que pagando un módico enganche se hicieron de alguna propiedad en los mercados más atractivos y en cuestión de seis meses podían venderla con ganancias muy superiores al cien por ciento de lo que habían invertido. Casas y apartamentos comprados en 200 mil dólares con enganches de 40 o 60 mil, eran revendidos en ese corto lapso de tiempo por 300 o 359 mil. Y la espiral fue de tal magnitud que en cuestión de tres o cuatro años la mayoría de inmuebles duplicaron su valor.
Muchos artículos fueron publicados sobre cómo la gente ni siquiera iba a conocer las propiedades que compraba sino que simplemente las adquiría para especular con su valor y obtener alguna ganancia en forma rápida. Y todo funcionó bien, como pasa aquí con las financieras, hasta que la gente pensó que ya era demasiado alto el valor de la tierra o de las construcciones y los últimos compradores se fueron quedando con sus bienes por más tiempo del que podían soportar. Una cosa era meterse a una hipoteca de varios cientos de miles con la idea de pagarla apenas por unos seis meses y otra muy distinta es darse cuenta que no se puede vender y que el banco no da pausa en sus cobros.
Viendo la cantidad enorme de edificios que se construyen en Guatemala y los precios que tienen los apartamentos que los forman, uno tiene que preguntarse si aquí tenemos también una especie de burbuja inmobiliaria y si la misma terminará reventando como ocurrió en Estados Unidos. Hoy en día los norteamericanos han visto cómo la crisis se traduce ya no sólo en el sistema financiero, sino en las constructoras, en las mueblerías y las fábricas de electrodomésticos, cuyas ventas bajan al ritmo que baja el comercio de bienes inmuebles.
En Guatemala, especialmente en las zonas más cotizadas, cuesta encontrar una cuadra en la que no se esté construyendo algún edificio de varios pisos. Y el valor de los apartamentos es muy similar al que muestra ese exagerado mercado de Estados Unidos que se vio afectado seriamente por la especulación. Vale la pena ponerle ojo a este campo porque no sería raro que así como hace algunos meses veíamos que se derrumbaban operaciones financieras dirigidas por «gente muy conocida», dentro de poco veamos que también en el campo de la propiedad inmueble se produzca tal exceso de oferta que los inversionistas principien a perder su dinero. No está de más ver lo que ocurre en el norte, para entender lo que nos puede pasar a nosotros.